Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 8
Capítulo 8:
Máximo la llevó en sus brazos, desnuda, hasta el baño. Cuando Carolina intentó taparse, él se echó a reír.
“Hice algo más que ver tus pechos, Carolina.
Incluso los disfruté antes».
“Sí, ya sé; pero… ¡Qué grosero eres!».
Carolina tenía la cara roja de vergüenza, pero a Máximo la situación le parecía divertida. Su sentido del humor era distinto antes del accidente.
Solía ser juguetón y despreocupado, excepto cuando se trataba de asuntos importantes, como los negocios.
Por un segundo, se le olvidó que seguía siendo visto como un monstruo y se rio de la incomodidad de su mujer. La colocó suavemente en la bañera, que ya estaba llena de agua a la temperatura perfecta.
Carolina se lavaba el cabello a la vez que Máximo se recogía las mangas de la camisa para ayudarla con la espalda.
“¿No te vas a bañar?», preguntó curiosa, sin darse cuenta de que, si el chico no se había quitado la máscara, definitivamente no se quitaría la ropa delante de ella.
«No, me bañaré más tarde».
En otras circunstancias, lo habría interpretado como una invitación descarada para ir más allá, por lo que le hubiera respondido con el mismo tono. Sin embargo, se dio cuenta de que la pregunta no fue producto de malas intenciones.
Al finalizar, la llevó de vuelta al dormitorio, le secó el cabello con cuidado y se dirigió a la puerta.
«¿Adónde vas?», inquirió curiosa.
«Voy a buscarte una bata de dormir, a menos que…», se volvió hacia Carolina y le guiñó un ojo con el lado no cubierto de la cara, «prefieras acostarte desnuda».
La chica estuvo tentada de responder que no había pensado que fueran a dormir; pero no se sintió lo bastante valiente para ello, por lo que se limitó a negar con la cabeza. Aunque Máximo se sintió decepcionado, dio media vuelta y se dirigió a la habitación de Carolina para cumplir su promesa.
No obstante, al abrir el armario, se dio cuenta de que faltaba su ropa. Luego comprobó la cómoda, pero también estaba vacía.
«¿Pero qué mi$rda…?». Fue entonces que se fijó en las maletas en un rincón. «No es posible…».
No necesitó abrirlas para saber que sus pertenencias continuaban en el interior, como si la muchacha estuviera lista para partir en cualquier momento.
Apretó los labios, respiró hondo y se recordó a sí mismo que Carolina acababa de llegar, por lo que era razonable que no hubiera deshecho el equipaje. No tenía por qué gritarle de nuevo.
Colocó una de las maletas sobre la cama y la abrió.
Una vez que empezó, ya no fue capaz de detenerse. Tomó las bragas diminutas para inspeccionarlas. No pudo evitar imaginar cómo se verían en ella. Lo que más le llamó la atención fue la mezcla de tallas normales sin ningún tipo de adorno, como las que ella llevaba ese mismo día, y las que eran reveladoras con detalles de encaje y transparencias.
“¿Lo trajo para usarlo conmigo?», preguntó, frunciendo el ceño. Ya que ella sabía perfectamente que estaba deforme debido a las cicatrices, lo dudaba. En ese momento, una idea le cruzó por la mente: planeaba usarlo con sus amantes.
Buscando un poco más, encontró una bata de dormir. Al tomarla para llevársela, cayó un pequeño objeto. Lo recogió para analizarlo y supo lo que era al instante.
Carolina esperaba mirando al techo. Apenas él entró, colocó la ropa doblada sobre la cama y apagó la luz antes de dirigirse al baño sin pronunciar palabra.
A ella le pareció extraña la actitud; sin embargo, decidió ignorarlo pensando que, debido a su temperamento, podría haberse enfadado por algo de lo que ni siquiera era consciente.
En cuanto cesó el sonido del agua, supo que él saldría pronto. Ella llevaba la lencería que le preparó Nadia: unas bragas diminutas que la hicieron maldecir en silencio.
Cuando se abrió la puerta del baño, ella estaba de espaldas, envuelta entre las cobijas. La habitación se encontraba a oscuras, como el otro día. El aroma de la ducha de Máximo llenó las fosas nasales de Carolina. Era delicioso.
La cama se hundió ligeramente cuando se subió.
Un momento después, su mano le rodeó la cintura para atraerla hacia sí mismo.
«No me toques», le advirtió.
La chica comprendió que no deseaba que ella entrara en contacto con sus cicatrices. Aunque no podía verlas, tocarlas le daría una idea de cómo eran; justamente lo que su esposo quería era evitar esa posibilidad.
«De acuerdo», aceptó.
Los labios de Máximo le acariciaron el cuello antes de deslizarse hacia su oreja. Sin darse cuenta, ella le mostró las nalgas, consiguiendo que sonriera.
“¿Eres una p$rra, Carolina?», preguntó en un murmullo sugerente, consiguiendo que sus ojos se agrandaran debido a la sorpresa. De verdad, ¿Le hablaría sucio?
“Lo soy. Tu… p$rra», contestó en un jadeo.
Cuando Máximo se metió debajo de las cobijas, logró sentir el musculoso pecho contra su espalda.
Su piel tibia la hizo sentir como si ardiera por dentro.
Tenía las bragas corridas hacia un lado y quiso quitárselas de una vez, sin embargo, él se lo impidió. Después oyó un pequeño ruido similar al de un motor, lo que le hizo fruncir el ceño. Estaba a punto de preguntar qué era aquello; pero sintió que algo tocaba su parte más íntima, justo en el botón del placer.
Sin poder evitarlo, g!mió un débil oh.
«Te gusta, ¿Verdad?», inquirió posicionándose en la entrada de Carolina, que gem!a sin parar. «Maldición, estás tan… húmeda».
Al p$netrarla, Carolina sintió ese leve estiramiento en su interior que era tan placentero. Máximo no tuvo ninguna compasión de ella y se movió como si fuera un animal, casi desesperado, luego la colocó boca abajo y le levantó las caderas.
Trató de pronunciar su nombre; no pudo. En su lugar, un g$mido le abandonó la boca. Se encontraba cerca: «¡Más… más fuerte!», logró decir.
Incluso si había llegado al clímax varias veces, y su esposo no se detenía. Los temblores que la sacudieron repercutieron en él, llevándolo a la locura.
Cayó sobre ella y la abrazó con fuerza.
“¡Eso… eso fue muy intenso!», exclamó Carolina, y aunque no podía verlo, Máximo asintió con la cabeza, luchando por recuperar el aliento.
«No tenía idea de que fueras tan ardiente», señaló; ella se echó a reír.
«¡Ni yo lo sabía!».
Él la acercó un poco más.
“Bueno, no sabía que te gustaran esos juguetes», bromeó.
«¿Eh? ¿Qué juguetes?», preguntó ella, confusa.
Un segundo después, entendió que se refería al pequeño y tembloroso objeto que le colocó en el cl!toris. «¡Ah!, ¿Tu juguete?»
“Bueno, ya sé que te gusta mi juguete», con el que por cierto puedes divertirte tanto como quieras.
“No me importa. Pero me refiero a esto de aquí. Tu juguete», dijo poniéndole un objeto en la mano.
Era tan pequeño que ella no podía saber de qué se trataba.
«Pero… ¿Qué es esto?».
“Tu v!brador».
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