Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 7
Capítulo 7:
Aunque hubiera podido ser traviesa y decir que quería irse a casa, no deseaba parecer demasiado atrevida. Pero sí le daba gusto provocarle más.
Carolina tomó la mano de Máximo y la apretó contra sí misma como una invitación. Al principio, quizás un poco tímida antes de permitir que sus dedos ingresaran en ella. Entonces, vio cómo sus pupilas se dilataban debido al placer.
Máximo la estimuló con ellos, llevándola hasta la delgada línea de no retorno, esa que separaba la conciencia del clímax. Sin embargo, se detuvo para desabrocharse el pantalón. Debió esperar un momento para permitirle adaptarse a él.
«¡Máximo!», gritó minutos después mientras llegaba al %rgasmo.
El chico también g!mió entre dientes. «Eres tan… apretada», susurró sin aliento.
Apoyó una mano en el vehículo mientras la otra sujetaba la cintura de Carolina y su cabeza descansaba en el hombro de ella.
Su esposa exhaló un quejido cuando abandonó su interior.
En seguida, sin siquiera esperar a que se recuperase, la llevó de vuelta al auto, le abrochó el cinturón y tomó asiento en el lado del piloto.
Condujo y el resto del viaje transcurrió en un incómodo silencio en el que no se oía otra cosa que sus respiraciones.
Carolina pasó todo el trayecto luchando contra emociones opuestas. No podía deshacerse del sentimiento de debilidad y arrepentimiento por haber dejado que Máximo hiciera lo que quería con ella, cuando en el fondo sabía que debió haberse resistido.
Sinceramente, mujer…, se dijo a sí misma, tratando de encontrar las palabras correctas. No pudo. Estaba llena de enojo y vergüenza por igual.
Por su parte, Máximo se sentía confundido.
Siempre pensó que ninguna mujer se acostaría por voluntad propia con una criatura como él, pero Carolina demostró ser mucho más profesional de lo que había previsto en un principio. Sabía cómo complacerlo a la perfección, dejándolo encantado y haciendo que se olvidara, aunque fuera solo por un momento, de que ya no era el hombre deseable que solía ser.
Cuando llegaron a casa, Carolina abrió la puerta del automóvil; no obstante, Máximo la detuvo. La muchacha deslizó la vista desde el lugar en el que tocaba, subiendo por su brazo y el pecho, hasta llegar a su rostro.
“¿Qué pasa?», preguntó ella, con más brusquedad de la que pretendía.
El la miró con los ojos entrecerrados, pensando que era una maldita desagradecida.
«Solo iba a pedirte que esperaras un momento, para poder ayudarte con las escaleras», dijo mientras su paciencia se agotaba.
«¡No tienes por qué ser grosero!».
«¿Yo? Fuiste tú quien me miró como si fuera…».
Cerró los ojos y respiró profundo. «Te ayudaré, ¿De acuerdo?».
Ella cabeceó accediendo.
¡Qué mujer tan temperamental!, pensó mientras rodeaba el coche y se acercaba a Carolina. La encontró mordiéndose los labios como si estuviera pensando, con una mirada baja que lo hizo sentirse deseoso de nuevo. Tenía labios hermosos, perfectos para… la mente se le llenó de ideas.
¡Contrólate de una vez!, se regañó.
«Toma, bloquea el auto en cuanto cierre la puerta», le dijo, entregándole la llave. La chica asintió.
Se inclinó, de inmediato ella se aferró a su cuello.
Le pasó los brazos por debajo de las rodillas y alrededor de la espalda para sacarla del coche. En cuanto oyó el clic de la puerta, ella levantó la mano y pulsó el botón de cerrar de la llave que le había dado.
Dolores vio acercarse a la pareja y al principio se sintió feliz; sin embargo, cuando se fijó en el pie vendado de su patrona, corrió hacia ellos con rapidez.
“¡Ay, señora!, ¿Qué le pa…?».
“Dolores, por favor, abre la puerta de mi habitación. Carolina se quedará conmigo», la interrumpió Máximo.
La chica se lo quedó mirando con la boca abierta, pero él la ignoró.
En cuanto ingresaron y cerró la puerta, Carolina pudo por fin echar un buen vistazo al lugar. La primera vez que la visitó, la habitación se encontraba a oscuras y no tenía ni idea de cómo se veía.
Mientras que su dormitorio era limpio y luminoso, el de él tenía paredes de color gris oscuro, excepto una que era de un tono más claro detrás del televisor. La ropa de cama también era sombría y la ventana estaba cubierta tanto por una película como por una cortina opaca.
«Esto es tan oscuro y deprimente», pensó.
Cuando la dejó en la cama, ella se ruborizó de inmediato al recordar su primera noche juntos.
“¿Por qué tengo que quedarme aquí?», preguntó para concentrarse en otra cosa que no fueran las imágenes en su mente.
«Mi habitación es suficientemente cómoda».
«No se trata de comodidad para ti, sino para mí».
Cuando él se sentó en la cama y se quitó los zapatos, la muchacha arrugó el entrecejo.
«No entiendo».
Ni siquiera se giró para mirarla.
“Quiero vigilarte. Tienes un pie herido y alguien debe ayudarte. Los criados no se quedarán contigo.
Así que es mi trabajo. Y no pienso levantarme continuamente para ir a tu habitación en mitad de la noche a ver si necesitas algo».
«Pero…», dijo ella, «podría mandarte un mensaje. No tendrías que venir a mi habitación para…”.
«¿Quieres ducharte?», la interrumpió, lo cual no le hizo ninguna gracia; pero de todos modos ella se mordió la lengua. Carolina no quería empezar a pelear de nuevo.
Con los ojos entrecerrados, lo vio dudosa.
«Quieres algo más que darme un baño».
El chico se encogió de hombros.
«¿Te molesta?».
Ella sacudió la cabeza.
«No».
«Estupendo. Vamos a quitarte la ropa, entonces», respondió en tono sugerente, y cuando ella lo miró a la cara, a pesar de que tenía una parte cubierta con la máscara, pudo notar que estaba siendo cínico.
Siempre desprecié a este tipo de hombres, y ahora me encuentro aquí, encontrándolo hermoso. ¡Qué ridículo, Carolina!, pensó burlándose de sí misma.
Le quitó la ropa con cuidado, aprovechando para besarla aquí y allá. Aunque la máscara se interponía, no representaba una gran molestia; con todo…
«¿Máximo?», lo llamó con suavidad. Él respondió con algo que sonaba como un hmm a la vez que continuaba pasando la lengua por su pezón. «¿Por qué no me besas en la boca?».
Él succionó por última vez y levantó la vista.
«Ya te besé en la oficina, ¿No?», habló en tono ronco.
«Pero…». Abrió los ojos y se lo quedó mirando.
“¿Por qué no ahora?».
«La máscara estorbaría».
«¡Entonces, quítatela, duh!», exclamó como si fuera lo más natural del mundo.
«¡No! Si me la quito, no querrás ni besarme». Se levantó y se apartó de ella, tocándose la máscara.
«¡Soy horrible!»
«Eso no es verdad», habló siendo honesta por primera vez en cuanto a los dos, más específico sobre cómo se sentía respecto a él. «No me pareces para nada…».
La interrumpió con una cruel carcajada. «Querida, solo has visto el lado que no está dañado. No querrías ver lo que el fuego le hizo a mi cara. Ninguna mujer quiere. Ni siquiera yo…», respondió con la voz rota.
Las palabras de Máximo pesaron en el corazón de Carolina. Pensó en pedirle que lo intentara de todos modos, no obstante, ¿Qué pasaría si de verdad tenía un aspecto espantoso y lo único que ella lograba era poner una expresión de repulsión?
Sería humillante para él.
«Bueno, es tu cara y conoces tus límites», le dijo.
«No te presionaré para que hagas algo que te incomoda”.
Es decente, al menos en ese sentido, pensó.
«¿Nos damos una ducha?”, sugirió mostrando una débil sonrisa.
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