Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 6
Capítulo 6:
Máximo se apresuró hacia el grupo de personas que charlaban. Otra cosa por la que estaba furioso con Carolina: ¡Tendría que hablar con desconocidos!
«Disculpen», dijo; las dos mujeres se volvieron hacia él. Debido a la máscara, ya sabían quién era.
Algunos lo llamaban El monstruo.
«¿Sí, señor?», preguntó una de ellas, nerviosa.
«Escuché parte de su conversación. Yo… estoy buscando a mi esposa. Una hermosa mujer de cabello castaño, ojos miel, y estatura media… es nueva aquí».
«Ah, una chica con esas características está en la librería», le contestó la desconocida. Él asintió levemente con la cabeza antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el lugar.
Se trataba de un pueblo pequeño, por lo que solo había una tienda de libros. Al menos, eso era lo que recordaba.
Mientras caminaba, las personas se lo quedaban mirando y murmuraban. Precisamente por eso detestaba estar en público.
Antes del accidente, Máximo iba poco a la finca, así que la gente no recordaba su cara. Había pasado años lejos de allí antes del incidente, por eso, cuando apareció desfigurado y alguien lo vio sin la máscara, el rumor de que un monstruo se había apoderado de la finca La Preciosa se extendió rápidamente.
En cuanto vio la librería, cruzó la calle y, al girar el picaporte, pudo oír la risa de Carolina. Aquello lo enfureció aún más. ¿No debería estar llorando en vez de riendo?
Mientras tanto, Carolina charlaba con un hombre de cabello castaño y ojos oscuros. Parecía tener la misma edad que Máximo. Fue el desconocido quien se fijó primero en él.
Los ojos de: Carolina perdieron rápidamente su brillo cuando notó que el hombre cambiaba de posición en el mostrador. Máximo apretó los labios y se acercó a ella.
Carolina estaba sentada en un sofá bajo y parecía minúscula con una estatura de 1.60 metros comparando con la de casi dos metros de él.
«¿Terminaste de divertirte?», le preguntó con tono mordaz, harto de sus tonterías. La chica entrecerró los ojos, viéndolo con… ¿Era eso enojo o también burla?
¿Esta mujer todavía tiene el descaro de mirarme así?, pensó indignado.
“Aún no. Puedo volver por mi cuenta más tarde», lo despidió con un gesto de la mano, volviéndose hacia el desconocido con el que había estado conversando antes de la interrupción de Máximo.
Él la miró sorprendido y la agarró del brazo.
«¡Señor Castillo!». El hombre que había estado riendo con Carolina habló mientras se acercaba.
Máximo lo miró con fura, pero este no pareció intimidarse. «Disculpe, su esposa se ha hecho daño en el pie. ¡Por favor, tenga más cuidado!».
«¿Quién demonios es usted?», preguntó Máximo con seriedad.
«Me llamo Bastian Lozano, dueño de esta librería, »
Y…
«¿Qué hace mi mujer aquí, siendo tan amigable con usted?». Se volvió hacia Carolina y añadió celoso: «¿Conoces a este hombre?».
«Sí», respondió con calma. Máximo tardó unos segundos en procesarlo.
«¿¡De-desde cuándo!?», su tono tembló de forma leve. Estaba perdiendo la paciencia. Si ella nunca había estado en Aguas Lindas, ¿Cómo podía conocerlo? ¿Hablaban por Internet? ¿Tal vez acordaron este encuentro sin que él se diera cuenta? ¿Lo conoció antes de casarse? ¿Después?
Carolina miró el reloj en su muñeca.
«No estoy muy segura…», habló aburrida, «Debe de haber sido hace unas dos horas o algo así».
La expresión de Máximo pasó del enfado a la confusión, luego a la sorpresa y de nuevo al enfado al darse cuenta de que Carolina se había estado burlando de él.
Le miró el pie, que estaba vendado.
«Te has torcido el tobillo, ¿Verdad?”.
“Sí, pero estoy bien. Gracias por pregun… ¡Ah!».
Máximo le había pasado el brazo por detrás de las rodillas y, con la otra mano en la espalda, la levantó del sofá. Luego se volvió hacia Bastian.
«Gracias por cuidar de mi mujer. Con permiso», dijo apretando los dientes.
Máximo salió de la tienda con pasos largos.
Carolina, por supuesto, le rodeaba el cuello con los brazos. Ambos eran conscientes de su proximidad.
Se dirigió al coche, abrió la puerta y la colocó en el asiento del copiloto. Le abrochó el cinturón y dio la vuelta al vehículo.
En cuanto el coche salió de las calles del pueblo, decidió hablar.
«¿Qué creías que estabas haciendo, vagando sin compañía por ahí?».
«¡Vine a conocer el lugar!», replicó ella.
«¿Sola, Carolina? ¿¡Por qué no me esperaste!?», preguntó, claramente molesto.
«¡Me dijiste que no te buscara! Y no creo que explorar el pueblo cuente como una emergencia».
Máximo respiró hondo; Carolina se alegró de volver sus propias palabras contra él. Aquel hombre pensaba que podía hacer lo que quisiera con ella, ¡Pero no se lo permitiría!
«¡Carolina, estás poniendo a prueba mi paciencia, mi$rda!».
«Si hay alguien que no sabe dar órdenes como es debido, ese eres tú. Así que la culpa no es de otro sino tuya», se defendió.
«¿Viniste caminando?», cambió de tema.
«Sí».
Él la miró con rapidez y enseguida a la carretera, soltando un profundo suspiro.
«Mujer… ¡Ni siquiera conoces el lugar!», exclamó, con el tono tenso por la frustración. «¡No sabes quiénes son estas personas! ¿Tienes idea de lo que pudo haber pasado? Y encima, ¡Estabas hablando con un desconocido!». Escupió las palabras, y Carolina supo que tenía razón.
No había pensado bien las cosas. Creyó que, en un pueblo pequeño como este, nadie se atrevería a hacer algo tan terrible, ya que sería fácil encontrar al culpable. Si bien su esposo tenía razón, no deseaba darle satisfacción de admitirlo en voz alta.
Además, era imposible que Máximo no se hubiera dado cuenta de cómo actuaba Bastián…
«¡Bueno, la próxima vez, quizás puedas autorizar a tus empleados para que me lleven!», gritó, tratando de desviar la conversación. «¡Y en cuanto a Bastián, no fue más que amable conmigo! ¡También podrías aprender de él!».
Su esposo dejó escapar una carcajada incrédula.
«¿Ahora es mi culpa? No solo decidiste pasearte por ahí sola como si no hubiera peligro en el mundo, ¡Sino que además tienes el descaro de acusarme de ser un mal marido!».
«¡Por supuesto! ¡Ya que esta es tu finca!», replicó indignada. «¡Y sí, has sido un pésimo marido!»
«¡Eres imprudente, atrevida e insolente!”, golpeó el volante para enfatizar sus palabras.
«¡Puedes divorciarte de mí! Es sencillo». Ella se encogió de hombros, como si se tratara de un asunto trivial.
Sin embargo, Carolina no esperaba aquel repentino frenazo de Máximo. Lo miró como si estuviera loco.
Él se bajó del coche y dio un par de vueltas, pasándose las manos por el cabello rubio, que bajo la luz del sol parecía hilos de oro.
Se acercó a Carolina, quien se estremeció al sentir un escalofrío. Abrió la puerta y le quitó el cinturón de seguridad.
«¿Qué… qué estás haciendo?», balbuceó.
Sin mediar palabra, Máximo la levantó y la colocó sobre el capó del vehículo. Luego, la haló hasta el borde y se colocó entre sus piernas.
«¡Máximo!».
Él no dijo nada y la agarró del cabello, sin hacerle daño, aunque con la firmeza suficiente para levantarle la cara hacia la suya. Sus ojos esmeraldas brillaron bajo la luz del sol.
«Te gusta el peligro, ¿Verdad? Vivir al límite y hacer todas esas cosas imprudentes, ¿No?», habló acercándose a su rostro. Carolina sintió que todo su cuerpo se calentaba.
“Sí, me gusta», respondió, insegura de que fuera la respuesta correcta.
La mano de Máximo se deslizó por su pierna, trazando un tentador camino hacia arriba. A medida que se acercaban más y más al borde de sus bragas, ella se llenó de necesidad. Jadeó, su respiración se hizo agitada cuando los dedos rozaron su piel húmeda e hinchada. Con un g$mido bajo, se rindió al placer que él le estaba proporcionando.
«Dime lo que quieres, Carolina», susurró seductoramente, con una voz que le producía escalofríos.
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