Capítulo 76:

Carolina se echó una última mirada en el espejo antes de salir de casa. Máximo estaba en su despacho y ella se había despedido como él prefería. Una sonrisa adornaba su rostro.

“¿lista para irnos querida?, preguntó Yolanda, ante lo que la muchacha asintió.

Bernardo se iría con ellas por lo que ya estaba sentado en el cochecito.

Yolanda sonrió mientras lo sostenía, al tiempo que el mayordomo abría la puerta para que pasaran las dos.

“Espero que no chismorreen demasiado”.

“Bueno, ¿Cómo vamos a enterarnos de los últimos rumores si no lo hacen?”, preguntó Yolanda, en ese momento Carolina se dio cuenta de que había hablado en voz alta. Enseguida se cubrió los labios.

“¡Ay, querida, no hay por qué avergonzarse! Las mujeres como nosotras nos reunimos precisamente para eso, hablar”.

“Para ser sincera, no es algo a lo que quiera acostumbrarme, Yolanda”, admitió la chica.

“No es necesario. Tienes poder suficiente para hacer lo que quieras”.

“Pero yo no soy una Castillo”, le recordó Carolina.

“¡Tonterías!”. Yolanda desechó sus palabras con un gesto de la mano. “Aunque Máximo y tú se divorciaron, solo lo hicieron ese papel. Para mí, todavía eres una Castillo, querida”.

Carolina sonrió al mismo tiempo que el vehículo se ponía en marcha. Sentado en su portabebés, Bernardo observaba con atención lo que lo rodeaba.

“Es muy curioso”, comentó Yolanda, acariciando la mejilla sonrosada del pequeño. “Igual que Máximo cuando era niño, ¿Lo sabías?”

“Vi algunas fotos, ¡Se parecen tanto!”

“¡Sí! Es casi como si retrocediera en el tiempo”, comentó Yolanda, perdida en sus pensamientos. “Eran buenos tiempos, ¿Sabes? Máximo era un niño encantador”.

«Sigue siéndolo», afirmó Carolina, Mando con la manita de Bernardo.

«Después de todo lo que pasó, sigue siendo bueno, gracias a Dios. Pero durante un tiempo estuvo lleno de rencor. Gracias a ti, pude ver que mi muchacho volvía con nosotros”.

Carolina apretó los labios por un momento.

«Dicen que el amor todo lo cura, ¿No?».

Yolanda tomó la mano de Carolina y le ajo: «Casi todo. Gracias por querer tanto a Máximo. Por creer en él y, al final, incluso después de todo, darle una oportunidad. Yo no hubiera hecho lo mismo».

Aquello sorprendió a la muchacha.

“¿Tú no hubieras hecho lo mismo?».

Yolanda negó con la cabeza.

“No, me conozco demasiado bien. Soy orgullosa, cariño. Muy orgullosa. Nunca he sido una mujer que acepte órdenes o se someta fácil. Aunque nací en un mundo donde los hombres lo dominaban todo, luche por mi espacio, Corrí con la suerte de tener “n marido maravilloso, que me apoyó en mi camino, Pero si me hubiera hecho lo que Máximo a ti, le hubiera dado una patada”.

Carolina se echó a reír, imaginándose a Yolanda golpeando al hombre que había visto en unas fotos familiares, el Señor Castillo, padre de César.

«Te admiro de verdad. En tu época, las mujeres tenían mucho menos voz».

Yolanda estuvo de acuerdo.

«Mi familia era rica, pero por ser mujer, según los dictados de la sociedad, tenía que agachar la cabeza y cumplir con mi deber: casarme con quien mi padre eligiera para mí». Yolanda miró por la ventana con una sonrisa misteriosa.

«Esteban y yo nos conocimos en uno de los bailes familiares. No era el pretendiente que mi padre había elegido, pero creo que fue amor a primera vista, y luchamos por él. Fue la primera vez que me enfrenté a mi padre, también en la que recibí la primera bofetada de mi vida. Pero valió la pena».

“¡Vaya! ¿Tu padre te pegó?», preguntó Carolina, conmocionada.

«No, lo hizo mi supuesto pretendiente cuando se enteró de que yo había hablado en su contra. Esteban se volvió loco y me defendió por todos los medios. Fue entonces cuando mi padre vio que yo tenía razón”.

«Parece la historia de un libro, uno de esos bonitos romances», comentó la chica y Yolanda sonrió.

«Fui muy feliz, querida, al igual que César. La madre de Máximo, Norma, era una mujer maravillosa. Por desgracia, murió joven, a los treinta y dos años, atropellada por un automóvil. Esto dejó destrozados a mi hijo y mi nieto, que entonces tenía diez. Máximo sufrió muchísimo, ya que estaba más unido su madre que a su padre», Yolanda hizo una pausa y miró a Carolina. «¿Sabes que veo algo de Norma en ti? Eres dulce y a la vez decidida, como ella».

Carolina se mordió el labio y preguntó: “¿Crees que por eso le gusto a Máximo?»

Yolanda contestó pensativa: «Bueno, Norma era el ideal de mujer que él tenía, su padre fue feliz en aquel matrimonio. Así que es normal que Máximo, aunque sea de forma inconsciente, busque esas cualidades, ¿No?”

«¿Era Jade parecida a ella?».

Yolanda sacudió la cabeza, negando.

«Creo que Máximo tenía miedo de sufrir como su padre al perder a una mujer tan estupenda y terminó con una que era diferente a Norma».

«Pero él la amaba. Sufrió cuando Jade se fue», señaló Carolina, aunque no le gustaba que Máximo se hubiera enamorado de otra mujer.

«No creo que la amara, sino que confiaba en ella, y eso fue lo que más le dolió cuando lo dejó». Apenas el auto se detuvo, ella palmeó la mano de Carolina y agregó: «No le des tantas vueltas. Máximo es diferente contigo. Veo cuánto te ama, igual que yo a mi marido y César a Norma».

Aquellas palabras aliviaron el corazón de Carolina. A veces temía que Máximo estuviera unido a ella porque lo había aceptado en su estado Vulnerable, no porque la amara. No obstante, si Yolanda, que conocía bien el amor y era alguien a quien Carolina tenía en alta estima, decía eso, se sentía tranquila.

Después de bajar del auto y volver a poner a Bernardo en $u cochecito, Carolina contempló la elegante casa de té. Era bastante lujosa, y parecía que solo los adinerados frecuentaban el lugar.

La clase de lugar al que no entraría por gusto… , pensó Carolina. No le entusiasmaban ese tipo de locales, donde la gente pagaba más por la apariencia que por la calidad de la comida o el té. Aunque no podía juzgar la calidad antes de probarla, al mirar el menú de afuera, frunció la nariz.

¡Qué horror! ¿Quién pagaría tanto por un trozo de tarta?.

«¡Yolanda, querida!” Una mujer regordeta con el cabello oscuro bien peinado en un moño se acercó a ellas. A juzgar por su vestimenta elegante, Carolina pudo deducir que era adinerada.

«¡Cuánto tiempo! ¡Ah, esta debe de ser la nueva Señora Castillo!”

«¡Hola, Carlota! Sí, esta es mi nieta», afirmó Yolanda con orgullo, lo que hizo que a la muchacha se le enterneciera el corazón. «Se llama Carolina. Y este es su hijo con Máximo, Bernardo”.

La mujer miró al bebé y le brillaron los ojos «¡Qué niño más bonito!”, exclamó. Luego se volvió hacia Carolina. «¡Será un encanto como su padre!».

Hablaba con afecto, no con malicia, por lo que Carolina le sonrió.

«¡Eso espero!», le respondió Carolina. La mujer esbozó una gran sonrisa.

“Encantada de conocerte, querida. Ya llegaron las demás, acompáñame».

Al entrar, Carolina se fijó en que Jade también se encontraba ahí. Llevaba una blusa de manga larga y cuello alto, incluso en un día caluroso.

¿Será para disimular moretones?, se preguntó.

Esta vio a Carolina y se dio la vuelta con rapidez, como si se sintiera avergonzada. Sin embargo, pronto volvió la cabeza, ahora hacia el cochecito de bebé, y Carolina notó que una sonrisa se dibujaba en los labios de la pelirroja.

«Es precioso”, dijo Jade cuando estuvo lo bastante cerca.

«Gracias».

Jade dejó escapar un suspiro, entonces las mujeres empezaron a hablar.

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