Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 65
Capítulo 65:
Máximo estaba enojado en ese momento porque no podía levantarse de la cama e ir a Carolina. Él había conducido a la velocidad correcta, esperó a que cambiara el semáforo y a pesar de eso, tuvo un accidente.
«¡Hijo mío, necesitas calmarte! ¡Ella todavía no ha recibido el permiso de visita!», le dijo Yolanda con los ojos rojos de tanto llorar.
«Además, el doctor te dijo que debías estar acostado. Tu pierna…».
«¡Qué importa, al diablo con mi pierna! ¡He pasado por mucho más que una pierna rota, abuela!». Él cerró los ojos, tratando de mantener la calma. «No quise ser grosero contigo. Perdón. Yo solo… ¡Necesito saber cómo está ella!».
Yolanda puso su mano sobre la de él con cuidado.
«Lo sé, Te entiendo, Pero ella va a estar bien, ¿De acuerdo?», Máximo se permitió llorar.
«¡Qué diablos! ¡Quiero saber quién es el b$stardo que golpeó nuestro auto!»
«Le pedimos a la policía que nos informara !todo, pero al parecer el culpable huyó rápidamente de la escena. Estamos a la espera de más información por parte de las autoridades».
Se escuchó un golpe en la puerta y tanto Máximo como Yolanda se voltearon a mirar quién era. En la ventanita de la puerta se podía ver a Osvaldo.
«¡Puedes pasar!», anunció Máximo y el hombre abrió la puerta.
“¡Señor Castillo! ¿Cómo se siente?», preguntó él. Llevaba puesta una bata de laboratorio.
«¿Es usted mi médico?».
«No, estoy ayudando. Sigo trabajando aquí», habló y se acercó un poco a la cama mirando a Yolanda. «Señora Castillo».
«¡Ah, Señor Herrera!», dijo la anciana con una pequeña sonrisa. Máximo entrecerró los ojos y los vio.
“¿Ustedes son amigos?».
«Conocí al padre del Señor Herrera. Al igual que…”. Ella bajó la cabeza, no estaba segura Ide si debía seguir hablando.
«Al igual que a Leticia, mi difunta esposa», Continúo la frase Osvaldo, ofreciéndole una leve y sincera sonrisa. Luego, suspirando profundamente, miró a Máximo y habló: «Carolina se encuentra en operación, Señor Castillo. Se golpeó la cabeza y hubo un poco de hinchazón. Por favor, le sugiero que no se altere».
“¿Que no me altere? A mí mujer la están operando y yo estoy aquí, acostado como un idiota, un inútil que no puede hacer nada».
A él no le importó la presencia de Osvaldo y comenzó a llorar.
El hombre le puso una mano en el hombro.
«Ella estará bien, estoy más que seguro. Es una mujer fuerte, sobrevivirá».
«No es solo que sobreviva… ¡Ella necesita recuperarse! Nuestro hijo…», dijo Máximo, dejando caer lágrimas al hablar.
«Él está bien. Bernardo está siendo muy bien atendido en este momento “.
«Señor Herrera, le agradezco todos sus cuidados, pero… creo que, en ausencia de la madre, el bebé debe quedarse con la familia del padre», comentó Yolanda, mirando directamente a los ojos marrones del hombre.
«Estoy de acuerdo. Me gustaría que el niño se quedara conmigo, pero no tengo ningún derecho sobre él», habló Osvaldo con tristeza.
«Puede venir a visitarlo cuando quiera», dijo Máximo, tomando al hombre por sorpresa.
«No me mire de esa manera. Sé lo mucho que quiere a mi esposa y ya estaba cuidando a mi hijo, y además de eso, también reconozco cuánto los ayudó. No voy a impedir que veas a Bernardo».
Osvaldo le sonrió.
«Y a Carolina».
«Si mira demasiado, es posible que se quede sin esos ojos suyos. ¿Qué le parece?».
Máximo había hablado en el mismo tono divertido que Osvaldo. Yolanda miró de uno a otro con aprensión, pero de repente ambos comenzaron a reír.
«Quiero seguir teniendo mis ojos, gracias», respondió el hombre, «Me alegro de haberle servido de distracción, Señor Castillo»
«Máximo, Solo dime Máximo».
«Pues solo si me llamas Osvaldo».
«Eso haré», contestó él, «Ahora me tengo que ir. Traeré más noticias si las tengo. Ignorando las reglas del hospital, por supuesto”.
«Claro. Viviendo la vida al Máximo, doctor», habló el hombre con cinismo. «Quiero decir, Osvaldo».
Él se fue y Yolanda miró a su nieto con gran sorpresa en su rostro.
«Me alegra ver que ustedes dos no están en guerra».
«Si ese idiota no quisiera estar con mi mujer, o robarme a mi hijo para quedárselo, me agradaría mucho más», comentó Máximo, «¿Qué?».
«Solo estoy sorprendida, nada más que eso.
Tus celos…”.
«Todavía sigo estando celoso, abuela. Pero ya es diferente, Además, sé que Carolina no quiere estar con nadie más, confío en ella. Y si ella confía en Osvaldo, eso significa que él jamás la trató mal. Cuidó bien de ella todo este tiempo. Le estoy muy agradecido».
Yolanda le sonrió y juntos esperaron más noticias. Cada minuto fue una tortura para Máximo.
Osvaldo se encontraba afuera, con el teléfono pegado a la oreja.
«¡Quiero saber quién fue!», habló él en voz baja, pero de manera amenazante. «Sea quien sea. Te doy una hora para averiguarlo».
Colgó el teléfono y agarró el dispositivo con fuerza.
¡No lo perdonaré!, pensó, completamente enojado.
Osvaldo siempre trataba de ser un hombre tranquilo e intentaba no meterse en problemas, pero tenía sus contactos y solo los usaba cuando no había otra opción.
Su celular volvió a sonar unos minutos después. Era un mensaje que contenía solo un nombre y una dirección. Osvaldo sonrió de manera siniestra, era una expresión que rara vez dejaba que los demás vieran.
Después de asegurarse de que la cirugía había sido un total éxito y que en ese momento Carolina estaba en observación, regresó a la habitación de Máximo y le avisó.
«Gracias por eso», dijo él simplemente.
«Tú… ¿Te ha pasado algo?».
Máximo notó que Osvaldo se veía un poco extraño, como con un aura negra.
«Todo estará bien, no te preocupes. Ahora, Y necesito irme por un par de horas. En cuanto a Bernardo, ve a buscarlo. Ya he avisado».
«Iré de inmediato», dijo Yolanda y sonrió, tomando con suavidad la mano de Osvaldo.
Ella había conocido a su padre, el cual también parecía tener extraños cambios de humor, como si estuviera escondiendo algo.
«Excelente. No olvides la identificación».
Él se fue y Yolanda lo miró.
«Estaba actuando de una forma muy extraña», comentó Máximo.
«Sí. Su padre también era así», respondió la anciana en voz baja, luego levantó las cejas, intentando alejar todos sus pensamientos y volvió a mirar a su nieto. «Ahora, deja de orar. Le pediré a tu padre que vaya a buscar a Bernardo».
«¿Él está bien con eso?», cuestionó Máximo.
No quería que su padre tuviera que pasar por el hospital para evitarle estrés al hombre.
“Sí”.
Menos de una hora después, Elizabete estaba regresando del mercado cuando vio a un auto familiar cerca de una esquina. Ella frunció el ceño, pero se acercó de igual manera. La ventana bajó lentamente.
«Hola, querida».
.
.
.
Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.
Reportar