Capítulo 66:

Elizabete no podía contener su felicidad mientras disfrutaba de la cena con Osvaldo en un elegante restaurante.

«Podrías haberme avisado con anticipación, Osvaldo. Así me hubiera arreglado mejor», dijo mientras se apartaba un mechón del cabello y lo llevaba detrás de la oreja.

«No te preocupes, estás vestida adecuadamente», respondió él, tomando un sorbo de vino mientras mantenía la mirada en Elizabete.

¡Aunque ella siempre había deseado la atención de Osvaldo, por primera vez sintió algo diferente! No se trataba de nada bueno, ya que cuando se encontró con sus ojos, sintió un escalofrío.

«Yo… no me encuentro muy bien.

¿Podríamos irnos?», dijo, esbozando una falsa sonrisa.

«Como quieras. Llamaré a un taxi. Aún pienso terminar de cenar», contestó.

«De acuerdo», dijo Elizabete, sintiéndose aliviada de estar lejos de Osvaldo.

¿Qué está pasando?, se preguntó, asustada.

Él siempre había tenido una mirada dulce y amable, pero aquella noche parecía otra persona.

Cuando llegó el taxi, subió y se quedó dormida, apoyando la cabeza en la ventanilla, sin darse cuenta de que el conductor había cambiado la ruta.

Al despertar, se sentía pesada con dolor de cabeza. Intentó levantar la mano, sin embargo, se dio cuenta de que no era posible porque estaba atada.

«Pero…». Miró hacia abajo, todavía con los ojos barrosos.

“¡Está despierta!» Sonó la voz de un hombre extraño; Elizabete recuperó la conciencia y se asustó.

«¿Quién… quién es usted?», preguntó, luchando por hablar con claridad.

«Bienvenida, Elizabete», dijo Osvaldo mientras caminaba frente a ella.

Con el cabello desordenado, la camisa desabrochada y las mangas enrolladas hasta la mitad del antebrazo, se veía más perfecto.

¡Es hermoso!, pensó ella, olvidando por un instante que se encontraba inmovilizada y que él era su secuestrador. No obstante, al cabo de unos segundos, la realidad volvió a golpearla.

«¿Qué significa esto, Osvaldo?», preguntó enfadada. «¿Por qué estoy atada?».

«¿Lo estás disfrutando?», inquirió él, dejándola perpleja. «¿La sensación de estar atada, Elizabete? ¿Incapaz de hacer nada cuando la vida de alguien está en juego?».

«No sé de qué me estás hablando», le respondió, confusa y asustada.

El agarre de Osvaldo se endureció alrededor de su cuello. Su rostro ya no parecía el de un apacible médico y padre de dos hermosos hijos. Para Elizabete, era como si se hubiera transformado en un demonio.

«¡Creí que Carolina había muerto cuando tuvo aquel accidente! Sentí como si me arrancaran el corazón del pecho, ¡Maldita p$rra!». Osvaldo la soltó y Elizabete jadeó.

“Al parecer…, dolió más que cuando… Leticia…”. Le costaba hablar después del fuerte apretón que le dio.

«¡No te atrevas a hablar de ella!», gruñó. «Eso solo hará que tu muerte sea más dolorosa, Elizabete».

«¡Esa p$rra!», gritó tan fuerte como pudo y se burló de él. «¡Eres un idiota! ¡Te hice un favor deshaciéndome de esa infiel!».

«¡Te dije ya que te callaras! ¡Carolina no me traicionó!»

«¿Y quién dijo que yo… hablaba de Carolina?», preguntó ella con una sonrisa cruel en los labios.

Osvaldo frunció las cejas y respiró con dificultad.

«¿De qué mi$rda hablas?».

«¿Nunca sospechaste nada?». Ella soltó una fuerte risa. «¡Bianca ni siquiera es tu hija! Al menos yo no te habría puesto los cuernos».

«¡Eres una serpiente venenosa! ¡Debí deshacerme de ti antes!», rugió furioso.

“Leticia nunca me traicionaría».

Revisa mi computadora. Te daré la contraseña. ¿Por qué crees que te pidió que cuidaras de mí? ¡Tenía miedo de que te lo contara todo! ¡Ella amaba a otro hombre e hizo el sacrificio de tener a ese pequeño b$stardo!».

Cada palabra que Elizabete decía era como y una puñalada en su corazón.

«Bueno, esto no hace más que empeorar tu situación por encubrirlo. Disfruta de las instalaciones, Elizabete. Si es mentira, tendrás una muerte horrible. Si es verdad, te pasará lo mismo».

“¿Quién eres? La policía…».

Esta vez fue él quien se echó a reír.

«Yo no quería ocupar el lugar; se lo dejé a mi hermano menor. Sin embargo, las cosas han cambiado, ¿No?».

¡Osvaldo se marchó e indicó que buscaran la computadora de la mujer y revisaran todo lo que le pertenecía.

«Me voy a casa. Necesito cuidar de mis hijos.

Quiero seguridad alrededor de ellos. Y…

Preparar todo para mudarnos a la mansión”.

Cuando llegó, los niños ya dormían. Entró en la habitación de Bianca y la observó desde lejos antes de armarse de valor para acercarse y arrodillarse a su lado para verla más de cerca.

Levantó la mano para acariciar la carita redonda de la niña y sonrió.

«Aunque Elizabete diga la verdad, mi amor por ti no cambiará nunca, mi angelito”, antes de agacharse para observarla un poco más. Por último, se levantó, le dio un beso en la frente y se dirigió al despacho.

Tras abrir la caja fuerte, sacó un cofre de madera adornado con algunas piedras. Se sentó en la silla y abrió el objeto, de donde sacó un anillo. Era el de su padre. Aunque su hermano menor estaba al frente de la organización, jamás podría usarlo, ya que pertenecía a Osvaldo por ser el mayor. Era su derecho.

Se lo deslizó en el dedo anular y suspiró con fuerza. Pensó que podría alejarse de lo que estaba destinado, a lo que renunció por el amor de una mujer.

Su negocio no tenía nada que ver con la organización, ya que Osvaldo no quería ensuciarse las manos. Sin embargo, si hubiera aceptado quién era, habría podido proteger mejor a quienes eran importantes para él. Y después de lo ocurrido con Carolina, sabía que sus hijos también q corrían el riesgo de sufrir, cosa que no permitiría.

El teléfono sonó, cuando vio en el identificador de llamadas, supo de quién se trataba.

«¿Sí, Santiago?», dijo, y el hombre al otro lado se echó a reír.

“¡Al fin! Cuando me informaron de que querías los servicios de nuestra familia, supe que regresarías».

«Si, voy a volver, pero no ocuparé tu lugar».

«¡Ay, Osvaldo! ¡El lugar es tuyo! ¡Solo lo calenté para hasta tu regreso, hermano!”, habló Santiago, y por el ruido, Osvaldo supo que estaba bebiendo.

Los cubitos de hielo tintineaban, «Hace tanto que espero esto. ¡Y por fin podré ver a mis sobrinos!»

«Sí, Santiago. Volveremos a ser una familia».

«¡Papá estaría tan feliz!».

«Lo sé. Es hora de que actúe según nuestra sangre».

Hablaron un poco más. Osvaldo recibió información de los secuestradores y luego se levantó.

«¿Abigail?», llamó antes de marcharse.

«¿Sí, señor?», respondió la mujer al salir de la cocina, visiblemente sorprendida por el comportamiento de su jefe. «¿Va todo bien?».

«Mi hermano vendrá a recoger a los niños por la mañana, No sé si seguiré aquí. Sin embargo, la casa estará rodeada de seguridad. Te aviso para que no lo confundas con un robo o algo parecido», explicó.

«Señor, ¿Qué está pasando?», preguntó ella y su angustia iba en aumento.

“No te preocupes. Nos mudamos. Te hablaré más tarde. Hasta luego».

La noche era larga. Cuando Osvaldo llegó, los guardias ya se encontraban en el lugar, junto con un hombre que hacía tiempo que no veía, desde que era un joven de apenas veintitrés años.

«¡Osvaldo!», exclamó apagándose el cigarrillo en la palma de la mano antes de “ábrazarlo. «¡Hermano mío! ¡Qué viejo estás!».

«¡Cállate, que el viejo aquí eres tú!», replicó con evidente alegría al reencontrarse con Santiago, que era igual a él excepto por el cabello y los ojos más claros, además de ser dos centímetros más bajo.

«¿Y vas a entrar así?», inquirió por su parte, fijándose en la camisa manchada de Osvaldo.

«Entraré por atrás. Los niños todavía están durmiendo, Vamos».

Esa misma noche, Osvaldo fue al hospital a ver a Carolina. Si bien estaba estable, seguía inconsciente. Máximo e encontraba alterado y, cuando llegó el médico, sintió la tentación de salir corriendo, pero no pudo debido a la herida en la pierna.

«¡Osvaldo, hombre, desapareciste!», exclamó. Notó que el rostro de Osvaldo se endurecía. «¿Qué pasa?».

«Carolina se está recuperando; todo está bajo control. Es un asunto familiar”, respondió con firmeza. Había un joven junto a Castillo.

«¡Gracias a Dios! Deja que le presente, Él es Bastian Lozano», dijo más sereno, «Bastian, él es Osvaldo Herrera».

Desde luego, ambos se conocían. Lo que Osvaldo no lograba comprender era cómo terminó Máximo siendo amigo de alguien como él.

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