Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 63
Capítulo 63:
Carolina intentó recordar el nombre de la mujer.
«Señora Simones”, dijo en tono tranquilo y cortés, esforzándose por mantener la compostura cuando la mujer le dirigió una mirada tanto fría como desdeñosa, acompañada de una sonrisa de desprecio.
“¿Qué hiciste para casarte con Máximo?
¿Eh? Ah, claro…». Se acercó a ella. «Te casaste con él cuando el pobre estaba herido».
«Sí, sí es, gracias a ti, tanto externa como internamente», respondió Carolina con sequedad. Los labios de Jade temblaron un poco, pero continuaron sonriendo.
“Siempre ha sido mío, niña, y siempre lo será». Se aproximó aún más. Si bien la malicia de sus ojos provocó escalofríos en Carolina, esta no retrocedió.
«Es mi marido, Señora Simones», Subrayó el apellido de la mujer, el de su esposo, lo que no agrado a Jade.
«Disfrútalo mientras puedas. En cuanto lo llame, regresará conmigo, y tú, niñita, volverás con tu pequeña y lamentable familia”. Jade no era estúpida; había investigado. Susurrando, continuó: Te irás a casa sin ningún honor. Pero bueno, nada inesperado para tu padre. Siendo hija de…”.
La bofetada resonó en el baño, y el rostro de Jade tenía ya los dedos de Carolina marcados. Aunque a la muchacha no le gustaba la violencia y rara vez recurría a la agresión, no pudo evitarlo. Hablar de su madre era un asunto bastante delicado.
Los ojos de Jade se abrieron de par en par tras recibir el golpe, aunque cuando miró a Carolina, se le dibujó una sonrisa en la que brillaba la satisfacción.
«Te arrepentirás de esto».
Las lágrimas comenzaron a fluir, al tiempo que le temblaban los labios mientras salía del baño tambaleándose, sollozando.
Carolina no contempló la posibilidad de que la mujer se hiciera pasar por víctima.
¡Qué maldita!, pensó Carolina. En cuanto salió, Máximo ya se encontraba allí, pues había notado que estaba tardando demasiado. En cuanto empezó el alboroto, únicamente pensó en ella.
«¡Cariño!», exclamó, abrazándola. Jade, a unos pasos, gimoteó, de modo que todo el mundo se volvió hacia la pareja.
“Ella… ella me atacó», acusó la mujer.
En ese mismo instante, un hombre apareció a su lado. Era prácticamente tan alto como Máximo, con los ojos azul claro y el cabello rubio casi blanco. Tenía los labios apretados en una fina línea y la mirada gélida clavada en Carolina.
En voz baja, aunque amenazante, Marcelo Simones dijo: «¡Controla a tu mujer, Castillo!». Algunos temblaron, no así Máximo, quien le sostuvo la mirada.
«Si tu mujer provocó a la mía hasta el punto de la violencia, entonces, eres tú quien debe ponerle límites. Tu esposa tiene un historial impresionante de arrebatos, ¿No? A diferencia de la mía», replicó.
La expresión de Marcelo no cambió durante unos segundos, hasta que una extraña sonrisa apareció en sus labios. Máximo pasó junto a Carolina, dándoles la espalda, para la mesa.
Como estaban viendo hacia el otro lado, no se percataron de que Marcelo dirigió su mirada a Jade, quien tragó saliva. Se acercó a ella y le susurró algo al oído que hizo que sus ojos se abrieran de par en par, se le secara la garganta y lo siguiera.
Al sentarse, Carolina notó algunas miradas hostiles dirigidas hacia ella que la hicieron retorcerse en la silla.
«¿Qué te dijo o hizo esa mujer?», indagó Máximo, procurando controlar su enojo y ser lo más amable posible con ella.
«Dijo que lo único que tenía que hacer era llamarte para que regresaras con ella», Respondió Carolina, mirándolo. Era consciente de cuánto amó a aquella mujer y, en cierto modo, se sentía insegura.
Máximo se quedó contemplándola y le acarició el rostro con dulzura.
«Es imposible que ninguna mujer me llame y me haga dejarte, Carolina. Eres la única para mí», declaró. Apoyó la frente en la de ella y pronunció con voz suave: «No te y abandonaré».
Carolina le sonrió con afecto.
Yo tampoco te dejaré».
Al oír aquellas palabras, Máximo se llenó de felicidad y su corazón latió con fuerza.
«Te amo».
«Y yo a ti, Máximo. Pero si vuelves a hacerme daño, te arranco las pelotas», le susurró al oído. Él tuvo que mantener la compostura para no echar la cabeza hacia atrás y reírse.
«Puedes hacerlo. Me lo mereceré si te lastimo, pero no pienso hacerlo», aseguró, apretándole la mano con ternura. «¿Quieres irte? Esta fiesta es aburrida».
Osvaldo se acercó a ellos.
«Buenas noches, pareja», saludó, dando un sorbo a su copa. «¿Qué fue ese alboroto?»
«Jade Simones siendo una p$rra», respondió Máximo, Osvaldo hizo un gesto con la cabeza para mostrar que estaba de acuerdo.
“¿La conoces?».
“Ya tuve el disgusto. Solo vine para asegurarme de que todo está bien, Necesito irme a casa», explicó.
“Carolina. No estaremos aquí mucho tiempo».
«De acuerdo. Después, me gustaría hablar , contigo, Castillo».
«Te llamo mañana».
“Te lo pierdes. Hasta más tarde”, Osvaldo se marchó. Menos de diez minutos después, Carolina estaba en el automóvil junto con Máximo.
“¿De qué crees que quiere hablarte Osvaldo?», preguntó ella con curiosidad.
“No tengo la menor idea. ¿Vamos?» cambiando de tema.
Arrancó el vehículo, aunque no se dirigió directamente a su domicilio.
«¿Adónde vamos?».
«A mi casa», respondió mirándola. «No tenemos que tener se%o. Quiero estar a solas contigo, nada más».
Le pareció bien decirlo, para que no pensara que eso era todo lo que pretendía. Ella se limitó a asentir, con el rostro enrojecido.
En cuanto entraron en el ascensor y las puertas se cerraron tras ellos, Carolina tomó la solapa del traje de Máximo y se acercó. Él supo lo que quería por lo que la besó.
«Me parece bien que tengas se%o conmigo, Máximo», susurró contra sus labios cuando él la levantó en brazos. Entonces le rodeó la cintura con las piernas mientras él se dirigía hacia el interior.
“Voy a hacerte mía, Carolina. Con todo el cariño, bebé, pero seré duro».
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