Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 61
Capítulo 61:
Carolina estaba nerviosa mientras se miraba al espejo. El vestido burdeos abrazaba cada curva de su cuerpo, con finos tirantes de cadena y un escote drapeado que embellecía sus pechos.
«¡Vaya!», dijo Abigail, sonriendo. «¡Carol, estás impresionante!».
«¡Gracias, Abigail!», le respondió Carolina, juan feliz como nerviosa.
«¡No te muerdas el labio, que te vas a estropear el maquillaje!”, regañó la chica mientras se acercaba a Bernardo. «Y no pongas esa cara. Yo me encargo de los niños. Ve a divertirte, Sé feliz y disfruta».
Los ojos brillantes y la sonrisa genuina llenaron a Carolina de un sentimiento maravilloso. Por primera vez, alguien no la estaba juzgando; simplemente le deseaba lo mejor. Se trataba de una sensación única.
«Gracias, Abigail. Sabes que Osvaldo y yo ya no nos vamos a casar, ¿Verdad?».
La chica asintió.
«Para ser sincera, me siento aliviada. No quieres así al jefe, y cuando me di cuenta de que se había enamorado de ti, supe que era una mala idea. Pero me alegra que las cosas te estén saliendo bien».
Había una pizca de tristeza en los ojos de Abigail.
«Te lo agradezco, una vez más. Espero que Osvaldo esté bien. Tal vez conozca a alguien; no es que necesite estar con nadie, pero a veces lo veo tan solo…».
«Sí, querida. Yo siento lo mismo», respondió la chica.
Máximo pasaría a buscarla. No iría con Osvaldo ya que eso solo alimentaría los rumores sobre su compromiso y, para muchos, Carolina en ese momento estaba oficialmente casada con Máximo.
«Nos vemos allá», dijo Osvaldo vestido con su elegante esmoquin negro.
Ya era un hombre atractivo con ropa común, sin embargo, con ese traje parecía una estrella de cine. «Me iré después de que el Señor Castillo te recoja».
“De acuerdo. Y gracias por ser tan comprensivo», respondió Carolina.
Osvaldo le sonrió.
“Eso es lo que hacen los amigos».
Máximo no tardó en llegar en un Bugatti La Voiture Noir. Carolina no era una experta en automóviles, pero sabía que aquel costaba millones.
¿Cómo demonios tiene tanto dinero este hombre?, se preguntó, recordando que le había regalado joyas carísimas como si fuera nada.
Entonces salió del vehículo como un perfecto caballero, haciendo que Carolina contuviera la respiración. Si, lucía espléndido, como un príncipe, sin embargo, con aquel esmoquin era el pecado en persona. A Carolina casi se le cae la baba, por lo que tuvo que ejercer un gran autocontrol para mantener la compostura. Aunque Máximo notó la mirada enamorada en sus ojos, lo cual lo llenó de orgullo, permaneció en silencio.
Nunca diría nada inapropiado que pudiera hacerla sentir avergonzada o humillada.
“Buenas moches, mi amor», habló examinándola de arriba abajo mientras se acercaba para susurrarle al oído. «Te ves tan se%i».
«No tanto como tú», rebatió ella, y su rostro enrojeció cuando Máximo le dirigió una mirada.
“Creo que es mejor que subas al auto o vamos a terminar dando un espectáculo para quien quiera mirar, Carolina». Sus ojos se habían vuelto de un tono más oscuro; ella sabía exactamente lo que eso significaba: puro deseo.
Carolina entró en el vehículo, se abrochó el cinturón y, cuando Máximo subió, se sintió incómoda en extremo. No porque su presencia la agobiara de mala manera, sino porque le costaba resistirse al impulso de estar entre sus brazos.
Para Máximo no fue diferente, y por un momento se arrepintió de haber llegado hasta aquel lugar. Le temblaban las manos.
Si estuviera en el asiento trasero con ella, probablemente llegaríamos destrozados, porque sería imposible no enloquecer con esta belleza, pensó con una sonrisa que Carolina conocía a la perfección.
“¿Bernardo se quedó con esa señora tan simpática?” preguntó Máximo, intentando cambiar de tema.
«Sí», respondió Carolina con una sonrisa.
“Abigail es muy buena con él».
«Me imagino que sí. De lo contrario, no le confiarías a nuestro bebé».
«Por supuesto».
“¿Carolina?», le preguntó en un tono diferente, que la hizo recuperar la seriedad.
Cuando se volvió para verlo, él mantenía su atención en el camino. «En caso de que quieras mantener nuestro divorcio en secreto, tendrás que permanecer a mi lado como mi esposa».
«Lo sé».
“¿Te parece bien? Personalmente, ya me habría vuelto a casar contigo, pero… me gustaría que las cosas sucedieran a su debido tiempo. No quiero que te sientas demasiado presionada».
«No me siento presionada; estoy de maravilla», afirmó.
«¿Qué llevas en el bolso?», inquirió de regreso, por lo que Carolina pasó su mirada confusa a él.
«Pero… bueno, ¡Qué cambio de tema!».
«Respóndeme, mi amor».
«Ah, solo mi teléfono, documentos y maquillaje».
«¿Como ese pintalabios de ahí?»
«Sí… ¿Cuál es el problema?». Él hizo una señal y giró en una calle menos concurrida antes de llegar a un lugar sin nadie alrededor. «¿Máximo?».
Desabrochó los cinturones y tiró de ella , hacia sí, agradeciendo que Carolina hubiera optado por llevar el cabello suelto. Un peinado más elaborado habría sido imposible de arreglar después de que él le enredara los dedos en los mechones de la nuca.
El beso fue apasionado; Carolina no se negó en ningún momento. Se entregó a la maravillosa sensación de Máximo invadiéndole la boca con su cálida y suave lengua en una sensual danza.
«¿Quieres que pare?», le preguntó él, esperando que no lo hiciera.
«No. Sigue», contestó, con la voz entrecortada.
La mano libre de Máximo se deslizó bajo el vestido y le recorrió el muslo, avanzando cada vez más arriba. Entonces se apartó de sus labios para mirarla.
“¿Es en serio?».
«Bueno, este vestido es un poco complicado y puede revelar la lencería que hay debajo”, explicó con timidez, a lo que Máximo esbozó una amplia sonrisa.
«Déjame lamerte».
«¡No! ¡Arruinarás el cabello! Y nos tenemos que ir», exclamó Carolina, exasperada, al tiempo que Máximo respondió.
«No me importa para nada mi cabello. Y si lo que te preocupa es la ropa, solo tenemos que quitártela». Le guiñó un ojo con su singular estilo seductor.
«No. No me convencerás con esos ojos tan bonitos, ni con esa sonrisa traviesa.
¡Conduce!».
«Te lo devuelvo, no dejaré que te me escapes».
Ni tampoco en la fiesta, pensó complacido.
Los flashes incomodaban a Carolina, pero dado que Máximo era una figura de gran prestigio y ahora que estaba de vuelta en la capital, todo el mundo sentía, obviamente, curiosidad tanto por él como por su bella esposa.
“Quédate tranquila, ¿Sí?», le pidió luchando contra el impulso de besarla en el hombro en ese mismo instante. «Todo saldrá bien. Pronto llegará alguien más y dejarán de molestarnos».
«La vida en la finca era calmada», comentó ella.
«Lo sé. Me gustaba la tranquilidad, pero ahora que estoy de vuelta, tengo que seguir ocupándome del negocio. Mi padre no se encuentra muy bien. De hecho, por eso no vino. Mi abuela se quedó con él».
«Me entristeció mucho oír eso», expresó Carolina, mirando al apuesto hombre que tenía a su lado. «El Señor César es muy amable».
«Sí, lo es. Ya está mucho mejor; ahora solo p necesita recuperarse del todo», contestó él.
Se sentaron en la mesa que les habían asignado y algunas personas se acercaron a saludarlos, la mayoría curiosa por la enigmática esposa de Máximo Castillo.
«¡Es tan hermosa! Es fácil ver por qué la mantuviste oculta», afirmó una jovial señora, mirando a Carolina.
«Sí, mi mujer es perfecta», respondió él, orgulloso.
«¡Ay, hija mía!». Carolina se paralizó ante aquellas palabras.
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