Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 51
Capítulo 51:
Cuando sonó el teléfono de Máximo, no esperaba que fuera Carolina.
De muy mal humor, no se molestó en comprobar el identificador de llamadas y $e limitó a deslizar el dedo para contestar.
«Hola!», habló bruscamente.
«Parece que algunas cosas nunca cambian», contestó por su parte la muchacha, haciendo que la expresión de Máximo se suavizara de inmediato.
«¿Amor? Cariño, ¿Eres tú?», preguntó él, sintiendo que todo su cuerpo temblaba de nervios hasta el punto de necesitar sentarse.
«Sí, Máximo…, soy yo», dijo, experimentando las mismas emociones.
Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. «¿Cómo estás?».
Ni siquiera se acordaba de todo lo que tenía que decirle. La voz de Máximo la había desconcertado por completo. Al instante, recordó su tacto, cómo la hacía sentir su respiración, en particular cuando se encontraba detrás de ella, volviéndola loca.
«En este momento, no puedo más que decir que estoy en el paraíso», afirmó, y Carolina se quedó desconcertada. Máximo Castillo no era del tipo romántico.
«Supe que tuvieron que operarte. ¿Estás… estás bien?», inquirió ella sin querer entrometerse demasiado.
Máximo sonrió al pensar en que se mostraba preocupada por él, «Sí, estoy bien. Todavía no puedo salir, pero… me encuentro muy bien. ¿Y tú? ¿Y… y nuestro Bernardo?».
Como si supiera que estaban hablando de Él, el bebé emitió un sonido de fondo, y Máximo creyó que se moriría por la emoción que lo invadía.
“¡Oh!, espera un segundo”. –
«Mi… mi bebé. Mi hijo». En efecto, Máximo estaba llorando; en cuanto Carolina volvió a acercarse el teléfono a la oreja, pudo oírlo.
«¿Máximo?».
«Lo siento, mi amor. Yo… es la primera vez que escucho la voz de nuestro hijo»
«Voy a darle el pecho a Ben, y…», empezó a decir. «¿Quieres hacer una videollamada cuando termine? Solo con él».
«¡Sí!». Los ojos le brillaron. «Sí, cariño, por favor. Sí».
Saber lo emocionado y feliz que se encontraba Máximo consiguió que el corazón de Carolina se enterneciera.
«Ahora vuelvo”.
Colgó y Máximo se quedó en la habitación, aun llorando, con el teléfono en la mano, esperando ansioso la videollamada.
Entonces Yolanda llamó a la puerta; él le dio permiso para que entrase.
«¿Estás bien?».
«Abuela, Carolina me devolvió la llamada», explicó tratando de contener la emoción. «Ella…». Tragó saliva y sonrió. «¡Va a tener una videollamada conmigo! Voy a ver a mi bebé”.
«¡Es maravilloso! Disfruta del momento a solas, pero por favor, pídele que me llame también. A tu papá y a mí nos encantaría ver a Bernardo», Yolanda juntó las manos como si rezara.
«Claro, se lo pediré», afirmó Máximo, mientras su teléfono vibraba con la videollamada entrante, «¡Es ella, es ella!”.
Por muy emocionado que estuviera por ver a su hijo, dudaba si mostrarse en la pantalla. No le había dicho a Carolina que acababa de someterse a una operación facial.
Después de pensarlo un segundo, decidió que lo mejor sería mostrarle los resultados de su recuperación en persona. Así que se acercó la cámara al pecho, no a la cara.
«¡Hola!”, habló ella. Máximo podía ver al bebé, pero no a Carolina.
Atisbó su mano, su brazo y algunos mechones de su cabello.
Cuando el niño estuvo más cerca, Máximo volvió a llorar.
“Es perfecto, amor. Nuestro hijo es… tengo tantas ganas de abrazarte, hijo mío. Papá te quiere tanto», declaró dirigiéndose al recién nacido y provocando que el corazón de la chica palpitara con fuerza. En ese momento, Osvaldo abrió la puerta, se encontró a Carolina mostrando al bebé, aunque también sonriendo.
“No los voy a molestar», pensó a la vez que salía de la habitación sin hacer ruido.
«Ahora tengo que colgar, Máximo. Bernardo necesita dormir, ¿De acuerdo?», dijo la muchacha, a lo que él asintió, dándose cuenta de que su exesposa no lo veía.
«Sí… claro. Gracias por esto, Carolina».
«¿Por la llamada?», preguntó ella.
«Por todo. Por darme a nuestro hijo. ¡Lo amo tanto!»
Carolina pudo percibir sus emociones, No mentía: amaba de verdad al bebé, «No tienes que darme las gracias. Es nuestro hijo, ¿No? Si tú estás agradecido, yo también debería estarlo. A pesar de todo, tú y yo pudimos crear este pequeño”.
Máximo se abstuvo de decir algo inapropiado. No sabía cómo reaccionaría la muchacha.
Me encantó hacer este niño contigo, y estoy dispuesto a practicar para hacer más, pensó, aunque no abrió la boca, «Carolina, todavía me estoy recuperando, pero… me gustaría verte. Hablar contigo en persona. Y también quiero abrazar a mi hijo», explicó.
«Cuando estés mejor, organizaremos algo», dijo ella, con tanta facilidad que Máximo apenas pudo contener su emoción. Si fuera un perro, movería la cola de un lado a otro.
«Y… hay algo más que quiero decirte», añadió, con la voz cada vez más seria.
“Adelante. ¿Qué quieres?»
«Bueno, soy el padre biológico de Bernardo y quiero que mi apellido aparezca en su partida de nacimiento. En caso de que estuvieras pensando en permitir que el Señor Herrera adopte a mi hijo, déjame decirte que eso no es posible. Ya soy el padre y quiero estar presente”. Hablo con firmeza.
Carolina se enfadó por su forma de dirigirse a ella, sin embargo, respiró hondo. No podía permitirse el lujo de estresarse, ya que estaba amamantando y necesitaba estar en la mejor forma posible, todo el tiempo.
«Hablaremos de esto cuando nos veamos. Buenas noches, Máximo», respondió en tono serio y colgó el teléfono.
Después de varios días, Carolina fue a comprar ropa para el bebé junto con Tonny y Bia.
“¿Podemos tomar un helado?”, preguntó el niño con una sonrisa, señalando la tienda donde los vendían.
«Si; podemos; pero antes vamos a una tienda. Cuando llegue la hora de almorzar, para los que se porten bien y se coman todo, habrá postre: ¡Helado!”, exclamó ella con una sonrisa.
Compraron ropa para los dos niños mayores y también para el recién nacido. Carolina parecía realmente una madre de paseo con sus tres hijos, por lo que muchas personas se paraban a felicitarla porque sus pequeños eran preciosos.
Cuando entraron en el restaurante para comer, una mujer chocó con ella.
«¡Oye, mira por dónde vas!», le dijo esta; en ese momento Carolina la miró a la cara. Se trataba de una mujer más o menos de su misma edad, de ojos verdes y cabello pelirrojo natural. Muy bella, aunque también antipática.
«¡Pero si estaba parada, señora!», replicó, por lo que la mujer la miro, luego a los niños y, por último, a la mano de Carolina.
«¿Hay algún problema aquí?», preguntó un hombre que se identificó como el gerente, «¿Señora Simones?».
«Deberían tener más cuidado con quien entra aquí. Acabo de ser maltratada casi agredida por esta mujercita sin clase. Tres hijos y claramente soltera. ¡Qué vergüenza! , exclamó la maleducada.
En ese momento Carolina sintió que le hervía la sangre. Le dieron ganas de abofetear a la mujer, pero se encontraba con los niños por lo que debía mantener la calma.
«¿Qué dice? ¡Ni siquiera me conoce! ¡Además, fue usted quien tropezó conmigo, señora!», respondió tratando de mantener La voz firme.
“Exijo que la echen. Además, a nadie le gusta comer con niños alrededor. Hacen ruido”, continuó la pelirroja. «¡Soy la esposa de Marcelo Simones!”.
«¡Señorita, por favor!». El gerente miró a Carolina. «Váyase».
La muchacha no se lo podía creer.
«Bueno, si es así como usted…», empezó.
«¡Qué decepción!», exclamó una voz familiar detrás de ella.
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