Capítulo 41:

Carolina se quedó muda cuando Osvaldo afirmó ser el padre del niño. No sabía si negarlo o alegrarse de que fuera un caballero. Por otra parte, también podía sentirse ofendida de que actuara sin comunicarse con ella de antemano.

No obstante, cuando él la miró con tanta sinceridad y una hermosa sonrisa, no pudo evitar sonreír con él.

Después de todo, el doctor era un desconocido, así que no había necesidad de fingir durante el resto de sus vidas, ¿Verdad?

«Me alegro tanto de que haya podido venir hoy. El bebé ha crecido mucho», dijo el médico. «Veamos cómo está».

«Estuve tan ocupado que descuidé a Carolina y a nuestro hijo, pero eso no volverá a ocurrir», respondió. La muchacha no comprendía cómo era capaz de mentir con tanto descaro.

Cuando el médico se excusó para ir a revisar los equipos de exámenes, Carolina aprovechó para confrontar a Osvaldo. Lo tomó del brazo.

«¡Dios mío, mentiste como si nada!», le reclamó y él no pudo evitar soltar una risita.

«Me preparé mentalmente para esto. Siento no habértelo mencionado antes. ¿Qué podía decir? ¿Que era tu amigo?»

«¡Pues sí!”, replicó Carolina. «Pero ya es demasiado tarde. No podemos volver atrás».

“¿Estás enfadada conmigo? Pensé… lo siento, no debí entrometerme. Si quieres, puedo decirle que solo era una broma. No sé qué me pasó».

Parecía preocupado de verdad y la miró disculpándose.

«No importa. Olvidémoslo”.

«¿Quieres que me vaya?», preguntó, bajando la mirada. Él ni siquiera entendía su propio comportamiento.

«No. ¿O acaso estabas mintiendo? ¿No dijiste que no volverías a descuidarnos?”, preguntó ella, levantando una ceja desafiante.

La sonrisa de Osvaldo se ensanchó, lo que hizo que Carolina no pudiera evitar imitarlo. Aunque pronto recordó que debería haber sido Máximo quien estuviera con ella y su bebé. Pero no, el maldito la había dejado como si nada. ¡Y en su lugar se encontraba el jefe de la chica!

«¿Carolina?», llamó el hombre mientras entraba el médico.

«Señores, ¿Nos vamos? La sala ya está lista para el examen», dijo este, a lo que Carolina asintió. Osvaldo le ofreció la mano para que se levantase. Cualquiera que mirara desde lejos pensaría que eran una pareja de verdad.

“¿Puedo?», le susurró mientras caminaban por el pasillo de la clínica.

«Sí, puedes», respondió ella con calma, aun sujetándole la mano. Entraron en la sala de exploración justo detrás del médico. A Carolina le tomó un momento ponerse la bata.

«Gracias por estar aquí», le dijo una vez estuvo acostada en la camilla. Osvaldo la tomó de la mano durante todo el proceso, comportándose como un verdadero esposo. En el momento en el cual se oyeron los latidos del corazón del bebé, no pudo contenerse más y lloró.

Carolina comprendió que estuviera tan emocionado. Había perdido un bebé y su esposa al mismo tiempo.

Era comprensible que se conmoviera, de modo que le permitió que la sujetara de la mano y llorase todo lo que le hiciera falta.

Cuando subieron al automóvil, tenía los ojos llenos de lágrimas, aunque sonreía. Osvaldo sentía una clase de conexión con aquel niño, como si fuera suyo realmente, ya que había estado siguiendo el embarazo de Carolina y el crecimiento de su vientre.

«Gracias por esto. No quiero invadir tu espacio, pero era muy importante para mí”, le confesó dándose cuenta de que la muchacha seguía tomándole la mano.

«Me alegro de haber podido ayudarte un poco».

«Me ayudas mucho, Carolina. Y yo… quería hablarte de algo».

Parecía incómodo, lo que le produjo un escalofrío.

¿Me va a despedir?, pensó, casi llorando. Pero si ese fuera el caso, se lo habría dicho, en lugar de insistir permanecer a su lado, ¿Verdad?

«¿De qué quieres hablar, Osvaldo?».

«Vamos a almorzar, ¿Qué te parece?», le pidió, a lo que respondió asintiendo con la cabeza. Tenía hambre, y si pensaba despedirla, al menos no lo haría con el estómago vacío.

Una vez que llegaron al restaurante, Osvaldo fue recibido con entusiasmo, por lo que Carolina se sintió un tanto tímida.

Pese a provenir de una familia de buena posición económica, no estuvo antes en un lugar como aquel. Y cuando pensaba en todo lo que había vivido con Máximo, ellos nunca salieron a cenar, ni siquiera a almorzar. Aparte del Festival Aniversario del pueblo, que acabó siendo un desastre, nunca habían tenido una cita como pareja.

«Pide lo que quieras, Carolina”, le dijo Osvaldo cuando notó que ella miraba demasiado tiempo el menú y se mordía el labio inferior.

«Ah, es que… aquí las cosas son un poco caras…”.

«No es nada de lo que debas preocuparte”, le respondió, aunque se dio cuenta de que continuaba insegura.

«Carolina, por favor, siéntete cómoda. Pide lo que quieras».

«Gracias», respondió por fin y eligió pollo a la plancha con verduras. Para beber, zumo de fresas, algo que le encantaba.

Osvaldo había estado observando lo hermosa y dulce que era la muchacha. Sobre todo, se había dado cuenta de lo unida que parecía a sus hijos. Eso era lo más importante.

Cuando sirvieron la comida, pensó que era hora de empezar a hablar. La joven se ponía más nerviosa a cada momento.

«Carolina, te llevas bien con mis hijos. Eso es maravilloso, son felices, pero quieren más», comentó Osvaldo.

El corazón de la muchacha comenzó a acelerarse. Estaba casi llorando, y él se dio cuenta. «¿Estás bien?»

«Puedo trabajar más», contestó con lágrimas corriendo por su rostro; Osvaldo no estaba seguro de lo que pasaba.

«¡Dios mío!, ¿Por qué lloras?».

Se levantó y se puso en cuclillas junto a ella para secarle mejor las lágrimas «Me estás despidiendo, ¿No?», sollozó la chica, por lo que él enarcó ambas cejas.

«Bueno…”.

“¡Ay, Dios mío! Por favor, necesito este trabajo”, explicó Carolina llorando con suavidad. Entonces, Osvaldo no supo que hacer más que abrazarla.

“¡No es eso! Yo… ¡Cásate conmigo!”.

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