Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 40
Capítulo 40:
«Es usted un grandísimo imbécil, ¿No?» preguntó, sacudiendo la cabeza. «Pero sabe, si tuviera que elegir a una mujer para casarme, sería Carol. No podría ser nadie más. Y, sí, la amo». Bastian no estaba dispuesto a admitir que en realidad no se refería a sentimientos románticos.
Máximo tragó con fuerza y respiró hondo.
“Bueno, ella también es la única para mí. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para tenerla de vuelta. Le prometo, Señor Lozano, que nunca más dejaré que mis celos me cieguen».
«Me gustaría creerle, Señor Castillo. Aunque esas palabras solo tendrán valor si Carol las escucha. Como le ya le expliqué, le diré dónde está si ella lo permite».
Máximo cabeceó rindiéndose.
«Por favor, si puede, dígale que la amo y que necesito hablar con ella con urgencia”.
A continuación, Máximo se marchó, y Bastian emitió un profundo suspiro. Si bien sabía que aún había un profundo amor entre ellos, también era consciente de que el otro hombre se había excedido con su actitud, por tanto, merecía quedarse con la incertidumbre durante un tiempo.
“Algunas personas valoran las cosas solo cuando las pierden”, murmuró para sí mismo y volvió al trabajo.
Todavía en el automóvil, Máximo llamó a su padre.
«Papá, por favor, comprueba si Carolina está con sus familiares”, pidió en cuanto este atendió el teléfono.
«Habla tu abuela, y no, no está con ellos. Los vi hace unos días; esa víbora que tiene por madrastra me preguntó cómo iba el matrimonio y también por Carolina».
Máximo maldijo en voz baja.
«Abuela, por favor, necesito encontrarla».
«Déjala vivir su vida en paz», habló Yolanda con seriedad. «¡Nunca pensé que diría esto, pero estoy más que decepcionada de ti!»
«Lo lamento, abuela. Sé que lo arruiné todo, pero… necesito encontrar a mi mujer y a mi hijo”.
«No te ayudaré. ¡Buena suerte!».
Yolanda colgó el teléfono, mirando a su hijo tumbado en la cama del hospital después de una sesión. Se sentó en la silla junto a él y le tomó la mano. César no quería que Máximo supiera aún qué sucedía en realidad.
Transcurrieron dos meses. A Carolina se le notaba el embarazo, lo que puso furiosa a Elizabete.
«¿Cómo se te ocurre traer a una mujer de mala reputación a esta casa para que cuide de los niños?”, estalló, irrumpiendo en el despacho de Osvaldo sin llamar.
Él levantó la vista de los papeles y respiró con calma. –
«En primer lugar, Carolina no es una mujer de mala reputación. Está divorciada. En segundo lugar, a quién elijo para cuidar de mis hijos es asunto mío, Elizabete».
«¡Son mis sobrinos! ¡Esto no tiene sentido! Mi hermana…”.
Se levantó furioso y golpeó con fuerza el escritorio.
«¡No te atrevas a mencionar a Leticia!», espetó, pasándose la mano por el cabello. «Mira, Elizabete, te tengo respeto y consideración. Pero no voy a permitir que digas y hagas lo que te dé la gana en mi casa. ¿Me entiendes?».
Nunca le había gritado de ese modo, lo que no hizo sino enfadar más a Elizabete. Al fin y al cabo, él actuaba así porque ella, de alguna forma, se había ensañado con Carolina, ¡Esa maldita niñera!
“Solo quiero lo mejor para mis sobrinos. Eso es todo», replicó.
«Hago lo que es mejor para ellos. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer».
Se sentó en la silla detrás del escritorio y volvió a sus papeles, indicándole a Elizabete que se marchara.
Esa maldita niñera pagará por esto, pensó la mujer al ver a Carolina bajando las escaleras. Se limitó a lanzarle una fría mirada, provocándole un estremecimiento a la muchacha mientras pasaba junto a ella en dirección al segundo piso.
Más tarde, Osvaldo la vio en la cocina y se acercó a ella. Se encontraban solos.
«¿Cómo está el bebé?», le preguntó, sentándose a la mesa y tomando una manzana del frutero.
Carolina, que estaba distraída, lo miró con sorpresa.
«¡Ah, está muy bien, Osvaldo!», respondió sonriendo y frotándose la barriga.
«¿Sabes si es niño o niña?»
«Un niño». Se echó a reír. «Mi amigo Bastian tenía razón».
Este, siempre que podía, la visitaba y la llevaba al médico.
«¿Te refieres a ese chico que aparece por aquí de vez en cuando?», indagó curioso, y Carolina asintió.
«Pensé que era tu pareja».
La muchacha se echó a reír.
«¡Qué va! Solo somos amigos».
Con el paso del tiempo, Osvaldo notó lo hermosa que se estaba poniendo Carolina, sobre todo ahora con el embarazo. Pero hoy…. le pareció especial.
«Carolina, no quiero entrometerme, pero… si necesitas algo, lo que sea, aquí estoy. Y…, bueno, me gustaría ir a la próxima consulta», dijo.
Ella se quedó atónita. ¿Ir a la cita médica? ¿Por qué?
«¿Te refieres a la consulta con el ginecobstetra?».
«Sí. Me encantan los bebés. Y mi esposa perdió uno de los nuestros antes de fallecer”. Parecía triste mientras le hablaba. «¡Ah, lo lamento! Te estoy presionando, ¡Perdóname!».
«¡No!», dijo Carolina, tomándolo de la mano cuando intentó levantarse para irse. Osvaldo la miró y la muchacha retiró rápidamente la suya, avergonzada. «Yo… estaría feliz si vinieras”.
Él se ofreció a ayudar a acostar a los niños después de que Carolina le comentó que los pequeños necesitaban sentirse más seguros y que no los hiciera a un lado.
“¿Papá?», llamó Tonny, viéndolo acomodar las mantas a su alrededor.
«¿Carolina es nuestra nueva mamá?», preguntó con timidez, y Osvaldo se quedó mirando al niño. Sus ojos inocentes le recordaron mucho a los de Leticia.
«¿Mamá? ¿De dónde sacaste esa idea?».
“Es porque… ella es buena. Nos cuida. Y va a tener un bebé. ¿Es nuestro hermanito?».
“¿La quieres como mamá?», le preguntó con seriedad. Su hijo pensó un momento antes de asentir.
“Sí. Así tendré una hermana y un hermano». Tonny ya sabía que tendría un niño.
“No sabía que querias otro hermano».
«SÍ quiero. Bia está bien…, pero es una niña. A veces me aburre», admitió el pequeño. «¿Puedo tener un hermanito?”
«Hablaremos de eso más tarde, ¿Está bien? Es una decisión importante”.
Tonny asintió y se volvió a dormir.
Cuando Osvaldo salió de la habitación de su hijo, se quedó pensativo.
Nunca había pensado en volver a casarse después de la muerte de su esposa, pero era consciente de que los niños extrañarían tener una madre. Carolina era la única que logró acercarse a ellos, ¡A Tonny en especial! El niño la quería como madre, y eso decía mucho de la chica.
El día de la consulta, la acompañó como acordaron.
«Gracias por venir conmigo, Osvaldo», dijo ella, todavía un poco avergonzada.
“No hace falta que me des las gracias. Recuerda que yo pedí venir».
Cuando bajaron del coche, él le ofreció el brazo a Carolina, que lo aceptó encantada.
«Puede acomodarse ahí. El médico la llamará enseguida», informó la recepcionista y Carolina le dio las gracias. Osvaldo fue el primero en sentarse.
«Necesito ir al baño, seré rápida», comentó la muchacha; él no se opuso.
«¿Cuántos meses tiene su esposa?», preguntó otro hombre. Llevaba de la mano a una mujer bajita, morena y con un vientre enorme.
Si bien iba a explicarles que no estaban casados, al final respondió otra cosa.
«Casi cinco meses», dijo. No entendió sus razones para llenarse de orgullo cuando la pareja sonrió.
«¡Qué bien! Nosotros ya estamos de ocho meses», comentó el hombre. Luego, entablaron una amena conversación.
«Es un niño».
«Tendremos una niña. Es nuestra segunda hija».
Al volver, Carolina se encontró a Osvaldo conversando entusiasmado con la pareja junto a él, sin embargo, antes de que pudiera sentarse, el médico los llamó.
«¡Hola, Señorita Navarro!», saludó el doctor dirigiendo la vista hacia Osvaldo. Por lo general, Carolina iba sola o con Bastian, quien ya sabía que era sólo un amigo. «¡Hola!»
Le ofreció la mano al hombre.
«Soy Osvaldo Herrera», se presentó él.
«¿El padre del bebé?», indagó el médico. Carolina abrió la boca para negarlo, pero Osvaldo se le adelanto.
“Shh”.
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