Capítulo 160:

Un inmenso hombre se acercó a caer a Jannochka, aprovechándose de que ella estaba mareada por la, la agarró por las piernas y la lanzó contra la pared.

Mientras tanto, Romero, que estaba sangrando, salió por la escotilla al piso. Aunque los rusos estaban muertos, tuvo la suerte de acertar a uno de los mexicanos que los traicionó y disparar a los otros dos mientras los rusos eran atacados.

Disparó en la pierna del hombre grande, el cual gritó de dolor. Sin embargo, continuó de pie para lanzarse de nuevo contra Jannochka. Se escucharon otros disparos, esta vez en el brazo y en la espalda, ocasionando que el hombre cayera al suelo. Jannochka movida por tanto odio, se levantó golpeándole implacablemente el rostro, el cuello y las partes donde había sido herido por las balas, hasta cortarle la garganta.

“Tómenla y sáquenla de aquí”, indicó Jannochka a Romero, señalando a Jade. Mientras tanto, ella fue tras Santiago, quien estaba rodeada por cuatro hombres. En vista de que se le acabaron las balas, la chica tomo el arma de uno de los muertos y les disparó en la cabeza a dos de los atacantes sin vacilar.

En ese momento aparecieron otros hombres, a los que Santiago los reconoció como miembros de La Cicuta.

¡Malditos traidores!, pensó furioso.

Jannochka no mostró piedad y cuando Julio la miró, pensó que estaba viendo al mal encarnado. Ella se dio vuelta, de modo que sus ojos se encontraron y una sonrisa diabólica se formó en los labios de la chica.

El hombre intento disparar; sin embargo, Jannochka se protegió detrás de una pilastra, hiriéndolo en el pie que le había quedado expuesto. El hombre solo gritó de dolor.

La chica llegó a toda velocidad y lo noqueó con un golpe en la garganta. Luego, se dirigió hacia donde estaba Santiago luchando contra tres hombres, mientras que los dos soldados que le quedaran terminaban con otros tres mexicanos.

Un hombre que se encontraba más alejado apuntó su arma hacia Santiago; sin embargo, un disparo en la nuca lo detuvo de inmediato.

Este miró hacías atrás, encontrándose con Jannochka.

La chica caminó hacia él, observando al hombre que había sido alcanzado por la bala de Santiago y aún se retorcía. En vista de eso, le disparó en la cabeza.

“Nadie se reunió con mi esposo, hijo de p$ta”.

Si bien Santiago la atrajo para besarla, ella lo apartó.

“No es momento para esto. Toma a ese imbécil y vámonos. Quiero hablar con él”.

En el exterior, Romero ya había pedido refuerzos, por lo que ya había una ambulancia en el lugar. Él accedió a que Santiago, Jannochka y sus soldados pudieran irse.

“Hablaremos mañana en la comisaría”, dijo. Jannochka se echó a reír.

“Tienes demasiada confianza, ¿Verdad?“, respondió, a lo cual el hombre se encogió de hombros.

“Si resultase mal, yo estaría muerto ahora mismo. Hablaremos mañana”.

Jannochka cabeceó afirmando antes de darse cuenta de la vuelta. Al hacerlo, se encontró a Santiago hablando con Jade, quien miró a Jannaochaka y le sonrió con timidez. Ella estaba siendo atendida por paramédicos.

“¿Estás segura de que no quieres ser atendida ¿Te ves bastante mal”, le preguntó Romero, a lo que esta se negó.

“Iré a un hospital privado, gracias”. Romero la agarró por la muñeca, pero la soltó al instante. Al ver esto, los ojos de Santiago se encendieron de rabia.

“Sé quiénes son ustedes…”. Romero miró alrededor. “En fin, no haré nada al respecto, por ahora. Pero tendremos que hablar, señorita”.

“Es señora”, corrigió Santiago pasándose el brazo por los hombros de Jannochka, quien se estremeció involuntariamente. “Si nos permite, necesito cuidar de mi mujer”.

Tan pronto como se alejaron, Jannochka paseó la mirada desde Santiago hacia Jade, quien se encontró a unos metros de distancia.

“¿No te quedarás con ella?”.

“No. Su esposo fue asesinado y si me quedo aquí, podemos ser el objetivo de la investigación. La visitaré mañana”, explicó este. “Vamos al hospital”.

La ayuda a entrar con cuidado al auto.

“Pensé que ibas a morir”, comentó después; sin embargo, Jannochka rio con amargura.

“No tengo esa suerte”, respondió viendo por la ventana.

“¿Quieres dejar la mafia?”.

“A veces; pero luego recuerdo que eso es todo lo que sé hacer. No soy una mujer dulce, amigable o sumisa. No sirvo para trabajar con personas, excepto para dar órdenes. Y…”. Se volvió hacía él. “No puedo negar que disfruto lo que hago, Santiago. Es solo que a veces, parece ser demasiado y necesito unas vacaciones”.

Después de un tiempo, llegaron al hospital.

“Aún no hemos tenido nuestra luna de miel”, le grabó Santiago, a lo que Jannochka asintió con la cabeza.

“Para mi padre, ya la tuve, querido. Viajé a México y estuve más de un mes fuera de Rusia”.

“¿Vas a volver allá?”.

Ella tragó saliva y desbloqueó su cinturón de seguridad.

“Podemos hablar de eso más tarde. En realidad, necesito analgésicos o voy a desmayarme aquí mismo. Sería vergonzoso; me llamarían débil”.

Santiago intentó consolarla, mirándola a los ojos: “Eres la mujer más fuerte que he conocido, Janna. Es imposible que digan que eres débil”.

“Bien”.

Él notó que cada vez que quería terminar un tema, respondió de la misma forma. El chico se bajó del auto y la ayudó a entrar al hospital en el que la atendieron. Osvaldo ya se encontraba en este.

Luego de algunas horas, la chica se recuperaba.

En vista de que esta no se reportó y después de enterarse de que estaba en el hospital, Stepan llamó a Osvaldo.

“Quiero hablar con Santiago”, espetó furioso.

El muchacho atendió el teléfono, esperando una gran preocupación por parte de su suegro; no aquellas palabras duras que de poder matarlo lo hubiera hecho.

“¡Escucha, pedazo de mi$rda ¡¿Cómo es posible que mi hija esté hecha un desastre y tú no?! Ya sé de tu asunto. Janna no me dijo nada, ¡Pero no soy estúpido!”. Stepan respiró hondo. “Mi hija casi muere para salvarlos a ti ya tu p$ta…”.

“¡No es una p$ta ¡Ella …”.

“¡Cierra la maldita boca!“, gritó Stepán. “Pensé que al casarse, la situación sería mejor para Janna, pero me equivoqué”.

Stepan colgó.

Santiago le devolvió el teléfono a Osvaldo.

“Necesito asegurarme de que Stepan no vaya tras Jade. Él ya sabe de ella”.

“No creo que lo haga”, respondió su hermano, “Es más fácil que te persigas a ti, pero lo dudo. A pesar de todo, no le haría eso a su hija”.

Santiago lo miro, confundido.

“¿A Janna?”.

“Eres lento, ¿Verdad?“, dijo volteando los ojos. “Sinceramente, si aún no te has dado cuenta, después de toda la mi$rda por la que ya han pasado y que ella casi muere…..“.

Osvaldo suspiró y se alejó, dejando a Santiago perdido en sus pensamientos.

Unos minutos después, este entró en la habitación de Jannochka, quien estaba mirando la bandeja de comida con disgusto. “¿Por qué esa cara?“.

“¿De verdad tengo que comer esto? ¡Odio la gelatina!“, respondió frunciendo el ceño ante al recipiente.

Santiago se acercó a su esposa y la sostuvo por el mentón, examinando las heridas en su rostro.

“Lamento mucho lo que pasó; te metí en este maldito problema“.

“Fui porque quise. No me obligaste a nada, Santiago. A propósito, ¿Sabes cómo está ella?“.

“No hemos hablado todavía“.

“Bien…“. Apartó la mirada. “Me quiero ir“.

“El médico aún no lo ha autorizado“.

“¿Puedes pedirle que venga aquí? Realmente necesito irme; odio los hospitales“.

“Por supuesto, se lo pediré“. Santiago se inclinó y la besó en los labios antes de dar la vuelta para salir de la habitación. Ella suspiró, recostándose en la cama.

Después de repasar los cuidados que debería tener con sus heridas y ser dada de alta, Jannochka volvió a casa con Santiago, donde no tardó en llamar a su padre.

“Deberías descansar“, comentó el muchacho, a lo que ella arqueó las cejas.

“Sí, lo haré. En cuanto termine lo que tengo que hacer. Mi padre ya me llamó varias veces, y para ser sincera, él odia esperar“.

“Necesitas descansar, Janna“.

“Él es mi Pakhan. Es mi deber obedecerlo, al igual que tú a tú hermano”.

“No puedo discutir eso”, respondió levantando las manos. Voy a tomar una ducha, ¿De acuerdo ¿Quieres tomar la tuya? ¿Ahora?”.

“No es necesario, llamé a una enfermera que tu hermano me consiguió. Cuando llegue, tomaré un baño”.

“Yo puedo ayudarte”.

“Ella es una profesional. Estoy muy adolorida, así que ve a tomar tu ducha en paz. Mientras tanto, hablare con mi padre”.

El chico terminó aceptando, por lo que se fue a su habitación.

Después de colgar el teléfono, Jannochka suspiró y las palabras de su padre resonaron en su mente. A pesar de sentirse triste, grabó lo que Santiago le había dicho a Yuri. Él no la necesita ahí, tampoco necesita una esposa. Con o sin Jade, estaría más que satisfecho.

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