Capítulo 159:

Jannochka y Santiago iban acompañados por algunos de los soldados a los que ella solicitó para que la acompañaran a México. Stepan no interfirió, creyendo su excusa de que alguien la estaba amenazando.

“Santiago es mi marido y si le pasa algo a quien él considera importante, también se están metiendo conmigo“. Si bien este fue el razonamiento que utilizó, no se sinceró con su padre.

Si él se enteraba de que lo hacía para salvar a la amante de Santiago, al señor de la Tambovskaya seguro se pondría furioso.

Osvaldo también asignó a algunos de sus hombres para que los ayudaran.

“Este es el lugar. Entraré por arriba“, dijo Jannochka, pero Santiago la agarró del brazo.

“No, lo haré yo“, insistió este.

“Soy más ligera y ágil, cariño. Además, dudo que me conozcan. No esperan que aparezca una mujer ahí. Eso nos dará unos segundos de ventaja en caso de que nos descubran“, explicó ella.

“Pero…“. Santiago intentó decir algo.

Jannochka lo interrumpió, hablando con firmeza: “¡Basta! Si no colaboras, puedes dar media vuelta“. A pesar de hacer un mohín, el chico aceptó, pues ella sin duda era una experta.

“Tenemos un pequeño problema, señora“, comunicó por radio uno de los hombres de Jannochka. “Alguien está merodeando por aquí y no es uno de nosotros“.

“Entonces, averigua quién es. No quiero que nadie se interponga en nuestro camino“, ordenó.

En menos de dos minutos, llegó la respuesta.

“¿Un maldito policía? ¿Solo? ¿En qué maldición está pensando?“. Jannochka suspiró y escuchó el resto de lo que el soldado tenía que decir, volviéndose hacia Santiago.

“¿Conoces a Eduardo Romero?“.

Él parecía desconcertado, por lo que Jannochka supo que la respuesta era negativa.

“¿Quién es ese tipo?“.

“Es el nuevo comisario. ¡Quiero dos soldados a su lado ahora! No lo maten todavía“, indicó Jannochka y comenzó a moverse, Santiago siguiéndola. “Quédate aquí y espera mi señal, ¿Entendido?“, ordenó, a lo que este accedió sin objetar.

En ese momento, Romero fue abordado por los dos hombres sin que pudiera defenderse. “¡Malditos hijos de p$rra!“, gritó en español, pero ellos no lo entendieron. Así que hablaron en inglés.

“¿Qué haces aquí? ¿Conoces a Jade Simones?“.

“¿Y por qué tendría que darles información?“, respondió a la defensiva.

Los hombres intercambiaron miradas informaron a Jannochka en su idioma.

¿Rusos? ¿Qué hacen estos tipos aquí?, se preguntó Romero. De repente, recordó que Santiago Herrera, uno de los amigos de Jade, estaba casado con una mujer de ese país. ¡Son mafiosos, lo sabía! Maldición, continuó para sí.

“¿Están aquí para matarla o para salvarla?“, preguntó Romero. El soldado volvió a hablar en ruso por la radio.

“Estamos aquí para salvarla“, respondió.

A pesar de no conocerlos, Romero pudo ver que el hombre no mentía, por lo que se sintió aliviado.

“Puedo ayudar“.

Aunque Jannochka dudaba si confiar en el policía, necesitaba cumplir su misión, de modo que aceptó su oferta de ayuda. Romero les dijo que conocía el almacén.

“Hay una entrada debajo. Pero no podía hacerlo solo; con ustedes aquí…“.

“Si mientes, tú y los tuyos morirán. ¿Entendido?“, advirtió el soldado; Romero supo que no debía dudar de él. Asintió con la cabeza.

Por su parte, Santiago quiso unirse al policía, pero optó por quedarse cerca del almacén.

Puede que Janna me necesite, pensó. No podía quedarse quieto, a pesar de saber que ella estaba más entrenada que él.

Jannochka se fijó en que jade estaba atada a una silla con una mordaza en la boca; además, tenía algunas heridas que avivaron su furia.

No le guardaba rencor a la chica rubia después de todo, Jade no tenía la culpa aunque Santiago estuviera enamorado de ella, no se merecía ninguna mala voluntad por parte de Jannochka.

Ya se conocían, y además yo lo sabía, se dijo a sí misma. La pobre ya ha sufrido a manos de su marido. Ese de ahí también podría morir….

Sin embargo, Jannochka prefirió no matarlo porque estaría fuera de los protocolos de la mafia. Además, conocía los deseos de Jade. Si Jannochka tomaba alguna medida con la que ella no estuviera de acuerdo, Santiago podría ser responsable de las consecuencias. Lo último que quería era ser acusada de intentar destruir la relación unilateral entre Santiago y Jade, a pesar de que este parecía ser el único implicado emocionalmente.

Cuando se abrió la puerta, vio a un hombre que reconoció del expediente de Marcelo. Se llamaba Julio García.

“Por fin, Jade“, dijo él mientras la miraba de arriba abajo con ojos lujuriosos. Jannochka sintió asco. “Tu marido ya no es un problema; ese imbécil fue a encontrarse con el diablo“.

A Jannochka le pareció extraño ya que no tenía noticias sobre la muerte de Marcelo.

Julio tocó el rostro de Jade, quien apartó la cabeza, tratando de distanciarse. Como resultado, él le dio una bofetada. Jannochka apuntó para disparar al hombre, sin embargo, alguien abrió fuego cerca de ella provocando el caos.

Los hombres de Julio habían seguido a Romero utilizando rifles de largo alcance para rastrear sus movimientos. Fueron testigos de cómo los rusos lo capturaron y, en cuanto la zona dejó de estar cubierta, se acercaron.

Jade quedó en medio de la habitación sobre una silla derribada. Estaba segura de que se había roto la muñeca por la caída.

Mientras tanto, Jannochka era atacada y, al oír los disparos, Santiago se apresuró a ayudar. Casi recibe un impacto cerca del rostro, pero reaccionó con rapidez y disparó a todo el que se interpuso en su camino.

Aunque Julio estaba escondido, disparó consiguiendo derribar el lugar donde se apoyaba Jannochka. Ella cayó desde al menos cuatro metros de altura y chocó contra una de las vigas, lo que frenó el impacto contra el piso. Al caer, casi se desmaya del dolor. Se dio cuenta de que tenía las costillas rotas.

“¡Janna!“, gritó Santiago, queriendo ir hacia ella. Se detuvo, pues tenía que ocuparse de otros hombres. ¿Cómo era posible que no supieran nada de los individuos ocultos en el interior del almacén? La respuesta era una sola: alguien los había traicionado.

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