Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 144
Capítulo 144:
Unos minutos más tarde, los tres se encontraban en la oficina de Santiago, quien tenía una bolsa de hielo en medio de las piernas y miraba con resentimiento a Jannochka. Osvaldo se esforzó por no reírse.
“Entonces, les pediré que le den un vistazo a esto”, dijo este último, tomando algunos documentos. “Gracias, Jannochka. Por cierto, los niños preguntaron por ti”.
Ella le sonrió. Santiago, aunque enojado, admitió para sí que su sonrisa espontánea, sin ningún rastro de burla, era hermosa.
Maldita… ¡Casi me deja paralizado! ¡No la perdonaré solo porque tiene una cara bonita!.
“Iré contigo más tarde a visitar a los niños”, le respondió. “Por cierto, ¿Cómo está tu esposa? Emilia, ¿Verdad?”.
“Está bien. Por fin se le quitaron las náuseas matutinas, ¡Y vamos a tener un niño!”.
Osvaldo habló, hinchando el pecho de orgullo.
“¡Felicidades, hermano!”, exclamó Santiago, estrechando la mano de este sin levantarse.
“Felicidades, Osvaldo. Voy a buscar un pendrive arriba; te ayudará a monitorear esto allí. Ahora regreso”, declaró Jannochka, saliendo y cerrando la puerta tras de sí.
En cuanto se fue, Osvaldo miró a su hermano y sonrió.
“¡Cállate de una p$ta vez!”, dijo Santiago con amargura.
“Yo no dije nada”. Osvaldo levantó las manos, tratando de contener una carcajada. “¿Pero cómo maldición lograste eso en tu primer día de casado?”.
“Ella…”. Santiago se movió en la silla, haciendo una mueca. “¡Casi me destroza las bolas!”.
“¿Qué le hiciste? ¿Intentaste agarrarla?”. Al principio, Osvaldo estaba bromeando, pero cuando Santiago no lo negó, se puso serio.
“¿Eres estúpido o qué? ¿De verdad pensaste que podías someter a una mujer como ella?”.
“¡No intentaba hacer eso! Entré sin mirar, lo sé, pero ni siquiera me di cuenta. Estaba hablando por teléfono contigo. Me golpeó con un maldito altavoz y me enojé. Y, bueno… Ella estaba ahí en toalla, luciendo condenadamente bien, y ni siquiera sé qué me pasó. ¡Es mi esposa! Creo que me dejé llevar”.
“Y si no tienes cuidado, ella se convertirá en viuda”.
“Se pasea por ahí con poca ropa, y entonces la vi desnuda, además de su aroma… ¡Ella me sedujo!”, afirmó encogiéndose de hombros.
“Tonto”, respondió Osvaldo. “Debes de gustarle. Si fuera otro, ya estaría muerto. ¿Y Santiago?”.
“¿Eh?”.
“Te conozco, cuida tu lengua. Nos es útil y bastante decente. No estropees las cosas, ¿De acuerdo? Si quieres un matrimonio normal, habla con ella en vez de andar con juegos infantiles”.
Jannochka había escuchado parte de su conversación sin querer. Retrocedió unos pasos y derribó a propósito un cuadro para indicar su llegada. Funcionó. Cuando entró, Santiago y Osvaldo se quedaron en silencio.
“Toma”. Le entregó el pendrive.
“Gracias. ¿Me acompañas a la puerta? No creo que mi hermano esté en condiciones de hacerlo”. Osvaldo lo miró con expresión
Lastimera, a lo que Jannochka dejó entrever una discreta sonrisa. Al darse cuenta, Santiago frunció los labios en una fina línea.
“Claro, cuñado”.
En cuanto salieron, Santiago miró a su alrededor. Necesitaba levantarse e ir a su habitación. Lanzó un suspiro de dolor. Si bien no era insoportable, le seguía molestando. Además, quería hacer un drama para hacerla sentir culpable.
Quiero ir a mi dormitorio para intentar hablar con Jade. Tengo que contarle lo de la boda. ¡Maldición, esto todavía duele!. Se levantó el elástico del pantalón para comprobar que no hubiera moretones,
Se puso en pie y, para su asombro, Jannochka apareció en la puerta
Ofreciéndole el brazo, Él la miró con desconfianza,
“Vamos, te ayudaré”, le dijo la muchacha, “¿Es una trampa?”.
“¿Una trampa?”, repitió ella, sin comprender, “Sí… ¿Estás planeando matarme?”.
Jannochka puso los ojos en blanco.
“Si quisiera matarte, ya estarías muerta, cariño. Vivimos en la misma casa y duermes con la puerta abierta”, explicó con calma, “Pero dime, ¿Qué crees que podría estar planeando?”.
“No sé… ¿Ayudarme y luego, a mitad del camino, dejar que me caiga por las escaleras accidentalmente?”. Ella le dirigió una mirada seria, y entonces, por primera vez, la vio estallar en carcajadas hasta que se le humedecieron los ojos. “Deberías reírte más, te ves bonita”.
Ella sacudió la cabeza con incredulidad.
“Y tú eres un mujeriego de pacotilla, Santiago Herrera. No puedo creer que haya mujeres que caigan en eso”, dijo. “Vamos, te ayudaré porque me das pena, perrito”.
“¿Me darás una galleta?”. Recordó lo que ella le dijo el día de su compromiso y esbozó una sonrisa torcida.
Jannochka sonrió de lado mientras lo ayudaba a subir las escaleras.
“Solo si ladras”. Santiago chasqueó la lengua, incapaz de reprimir su sonrisa l$sciva. La chica se dio cuenta y por dentro le pareció encantador.
Estuvo tentado de decir “guau, guau”, sin embargo, prefirió no hacerlo. Ser golpeado en la cabeza, mordido en la lengua y recibir un rodillazo en la ingle fue suficiente por un día. De seguir insistiendo, ella podría empujarlo por las escaleras. No se arriesgaría.
Cuando lo ayudó a sentarse en la cama, él hizo una mueca de dolor.
“Tarda demasiado en dejar de doler, probablemente deberíamos llamar a un médico”, dijo ella, a lo que él entrecerró los ojos.
“Quizás arruinaste mis posibilidades de tener hijos. ¿Y si ya no puedo…?”.
“Cúlpate a ti mismo”. Se cruzó de brazos.
“¿Yo? Eres muy mala, ¿Lo sabías? Al menos podrías darme un poco de cariño. Un beso para sentirme mejor”. Le guiñó un ojo, esperando que siguiera estando de ánimos.
Riéndose, Jannochka lo miró con picardía. Santiago frunció el ceño, inseguro de estar viendo esa sonrisa en el rostro de la chica.
Se inclinó hacia él y colocó las manos a ambos lados de su cuerpo.
Maldición…, ¿De verdad me va a dar un beso?, pensó Santiago.
Jannochka acerco el rostro, sin dejar de mirarlo.
“Es aquí donde quieres el beso o…”. Se inclinó casi hasta las rodillas, acercándose a la cadera de Santiago. “¿O aquí?”.
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