Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 141
Capítulo 141:
Marcelo se despertó varios días después y, al ver a Jade, sonrió como le fue posible.
“Cariño…”, murmuró. La mirada de la chica era neutra y no dejaba entrever ninguna emoción. Deseaba decir que merecía sufrir, ¿Pero qué pasaría cuando se recuperara? Él tomaría represalias.
“¿Te sientes mejor?”, preguntó aún inexpresiva.
“Terrible… me duelen los pies”, respondió con dificultad. “Agua”.
Jade apretó los labios, se acercó a la mesita y vertió agua en un vaso, después colocó una pajita cerca de Marcelo. Él bebió todo el contenido.
“¿Estás satisfecho o quieres más?”.
“Jade… ¿Me das un beso?”, le pidió, lo que hizo que ella arrugó el entrecejo.
No, imbécil, no te daré ningún beso, pensó, aunque en lugar de eso le dedicó una sonrisa carente de emoción y apretó los labios contra los del hombre ocasionalmente. “¿Necesitas algo más?”.
“Solo a ti”, respondió con dulzura, por lo que Jade tuvo que contenerse para no entornar los ojos. “Lo siento”.
Ella levantó una ceja.
“¿Por qué?”.
“Por todo. Me volví loco… de celos. Te quiero para mí, solo para mí”.
“Soy tu mujer, ¿No?”.
“¡Luchaste por él!”, gimoteó Marcelo, y cerró el ojo que no estaba hinchado. “Lo haré mejor, ¿Sí?”.
Después del día en que le pidió tener un hijo, la violencia se redujo de forma considerable. Daba la impresión de lo que contenía. Sin embargo, Jade no se sintió aliviada, sino cada vez más temerosa.
Romero aún no llegó a ninguna conclusión, aunque sabía que Marcelo era un maltratador. Ofreció apoyo a Jade, pero esta se limitó a asentir y no volvió a hablar. Por otro lado, él no podía seguir vigilando a Jade Simones, ya que tenía trabajo que hacer en toda la ciudad.
Pero no sabía si se mantendría en ello.
Un mes transcurrió desde su compromiso, así que la boda se celebraría a la mañana siguiente.
Si Santiago no tuviera que pensar en Jade, hubiera salido a depender. Una cosa, sin embargo, hizo: se emborracho. Algo frío y húmedo se apoderó de todo su cuerpo, empapándolo no solo a él sino también a la cama.
“¡¿Qué demonios es esto?!”, exclamó, levantándose aturdido y enfrentándose a un iracundo Osvaldo, que sostenía un balde vacío.
“¡Soy yo el que pregunta eso! ¡Ve a darte una maldita ducha y tómate la medicina!”. Su hermano le señalo la mesita de noche. “Y prepárate. Hoy te conviertes en un hombre de familia, Santiago”.
El muchacho se sentó en la cama, y luego de tomar el medicamento, se arrastró hasta el baño. Después de una hora, estuvo listo para casarse.
“No puedo creer que sea tan joven y ya me dirija a la horca”, se quejó, a lo que Osvaldo puso los ojos en blanco. “¡Te burlas de mi porque no eres tú! Emilia es dulce, ¡Pero yo me caso con un monstruo!”.
“Deja de exagerar. Ella no te hizo nada. Te dedicaste a provocarla y aun así fue amable. Teniendo en cuenta quién es, incluso me atrevería a decir que le gustas”.
“Por supuesto, seguro. Antes de la boda todo es felicidad”, replicó el chico en tono burlón.
“Eres ridículo, Santiago. Y disfrútalo, ¿Quién sabe, a lo mejor te enamoras de la rusa?”.
“Ya me gusta otra persona”.
“Si tú lo dices…”.
Santiago no quería discutir. Ya era bastante malo tener que casarse con Jannochka. Para ser honesto, ella no era fea. Al contrario, era atractiva, y más de una vez pensó en dominarla en la cama, verla gemir bajo su cuerpo mientras le pedía más. Sin embargo, no podía evitar pensar en Jade y sentirse triste.
¿Cómo podría divertirse mientras su amada era golpeada? Si bien Marcelo no la había maltratado en los últimos días, ya que ni siquiera pudo levantarse de la cama, la posibilidad seguía ahí. Además de que Jade habló poco con Santiago en los últimos días.
El automóvil se detuvo. Santiago se bajó, camino hacia el interior de la iglesia, donde se encontró Emilia con los niños. En el Jugar había unos rusos, gente de negocios del país. Santiago se sintió como en un circo.
Poco después comenzó la ceremonia nupcial y entró Jannochka. Aunque Santiago se sintió incómodo, para ella era aún peor, ya que usaba un vestido ajustado, todo blanco, sin escote, encajes ni adornos. A pesar de ser sencillo, acentuaba su hermoso cuerpo. Llevaba el cabello recogido hacia un lado, decorado con delicados adornos, y utilizaba un ligero maquillaje.
¡Maldición!, pensó Santiago, acomodándose la ropa. Se ve aún más sexi que con esos vestidos negros.
Stepan, quien caminaba orgulloso junto a su hija, miró directamente a los ojos de su futuro yerno cuando se la entregó.
“Si le haces daño a mi hija, hasta el diablo se apiadará de ti”, dijo en voz baja, con una sonrisa que a los demás les parecería amable, sin embargo sus ojos delataban el alma negra del hombre.
“Sí, señor. Jamás le haría daño”, respondió el chico, pensando que le resultaría más fácil dispararle.
Stepan se alejó, por lo que Santiago se volvió hacia Jannochka.
“Estás preciosa”.
Ella sonrió con desánimo.
“Gracias. Tú también te ves bien”.
Después de que hablara el sacerdote y se intercambiaran los votos, llegó el momento de los anillos. Bia y Tonny volvieron a llegar. La niña se quedó encantada con Jannochka, así que le regaló una enorme sonrisa llena de dientes faltantes. Para sorpresa de Santiago, la mujer rusa fue más abierta con los niños, a quienes les sonrió afectuosamente. ¡No es tan mala!, se dijo asombrado.
Durante la celebración, conversaron con un gran número de personas. Cuando Bia vio la oportunidad de acercarse a Jannochka, lo hizo.
“¡Hola!”.
“Hola”, respondió esto, poniéndose en cuclillas a su altura. “¿Cómo te llamas, niña bonita?”.
“Bianca, pero puedes llamarme Bia. ¿Y tú?”.
Osvaldo y Emilia se acercaron, junto con Tonny.
“Me llamo un poco diferente. Jannochka, pero puedes decirme Janna”.
“¡Janna!”, exclamó Bia, lanzándose encima de la muchacha, quien no rechazó el abrazo.
“¿Quieres ser mi amiga? ¡Eres tan bonita! Pareces una princesa”.
En efecto, Jannochka llevaba una tiara pequeña y delicada, que se quitó el cabello para colocarla sobre la cabeza de Bia. “Tú también pareces una princesa”, respondió. Enseguida, se volvió hacia Tonny. “¡Hola!”.
Ruborizado por completo, el niño se escondió detrás de Emilia.
“Parece que Tonny se ha vuelto a enamorar”, le susurró Osvaldo a su esposa, que se echó a reír.
Minutos después, llegó la hora del baile. Santiago se sujetó a Jannochka por la cintura.
“Si llegas a bajar un poco más, te rompo los dedos”, le dijo con una sonrisa.
“Mi esposa es tan adorable”, le susurró Santiago al oído. “Te gustaría que hiciera algo más que bajar un poco los dedos”.
“Compórtate. No quiero ser viuda en mi primer matrimonio”, replicó ella.
El rostro de Santiago se tensó.
“¿Primer matrimonio?”, repitió.
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