Capítulo 140:

Santiago estaba hablando con Jade por mensajes de texto, advirtiéndole que su marido llegaría en poco tiempo, cuando sonó el teléfono de la casa y se despidió de él.

“¿Hola?” respondió ella, pensando que era extraño que alguien llamara a esa hora, pues Marcelo la llamaría a su teléfono. “¿Señora Simones?”, habló la voz de un hombre del otro lado de la línea.

“Sí, soy yo. ¿Quién habla?”.

“Soy el Oficial Romero. Su marido ingresó hoy al Hospital Sur. ¿Podría venir al lugar, por favor?”.

Jade no podía creerlo.

“¿Qué le pasó?”, indagó, ignorando la pregunta del policía.

“Fue atacado. Por favor, señora, necesito que venga al hospital de inmediato”.

“Ah, claro. Ya voy”.

Colgó el teléfono y se llevó la mano al pecho. No se trajo de que sintiera pena por Marcelo, no después de todo lo que le hizo; sin embargo, él todavía era su esposo. Y una persona.

Jade fue a la habitación y tomó su bolso, pues ya estaba lista, esperando la llegada de Marcelo Le gustó que ella lo recibiera siempre que volvía de viaje.

Mientras miraba su celular, quiso mandar un mensaje y preguntarle a Santiago si tenía algo que ver. Pero ¿Y si la policía encontraba su teléfono? Prefirió no hablar con él e ir directamente al hospital, pidiéndole al conductor que la llevara. Una vez allí, se dirigió a la recepción e hizo su identificación.

“Un momento, señora, por favor”, dijo la recepcionista, tomando el teléfono y marcando a alguien. Jade no prestó atención, ya que solo miraba a su alrededor, grabando las veces en las que también había tenido que ingresar debido a caídas accidentales cuando Marcelo era el culpable.

“¿Señora Simones?”. Se escuchó repentinamente la misma voz masculina que había hablado con ella por teléfono, y Jade se volvió para ver a un hombre moreno, de cabello corto y ojos marrones, que usaba ropa de trabajo formal.

Tenía una expresión corporal bastante seria. Se acercó y le tendió la mano. “Soy el Oficial Romero. Hablé con usted hace unos minutos por teléfono”.

Jade le estrechó la mano, pero sintió dolor porque aún se estaba recuperando después de haber fracturado varios dedos. Notándolo, él la soltó.

“¿Está bien, señora?”, preguntó él, a lo que Jade solo asintió con la cabeza. Nunca habían hablado, ya que Julio Pérez, amigo de Marcelo, era quien siempre los atendía.

“¿Dónde está mi esposo?”.

Aunque Romero no se mostró convencido con la respuesta de la muchacha, decidió dejar ese tema para más tarde. “Sígame, por favor”. A pesar de no haber pedido la identificación de la chica, Romero investigó a Marcelo Simones y encontró fotos de Jade junto con él. Y aunque en ese momento no llevaba maquillaje, él pensó que las fotos no le hacían justicia.

¿En qué piensas, hombre? ¡Concéntrate en tu trabajo!, se regañó a sí mismo. Eduardo Romero nunca se había distraído de esa manera mientras se encontraba de servicio.

Marcelo estaba inconsciente, con la cara vendada y el cuerpo lleno de moretones. Tenía un brazo, así como ambas piernas, rotas. Al ver esto, Jade se llevó las manos a la boca, horrorizada por lo que veía. “¿Quién le hizo esto?”, preguntó conmocionada.

Romero no descartó la posibilidad de que la esposa fuera la culpable, pues no sería la primera vez. Sin embargo, al mirar a Jade, tuvo la sensación de que ella era inocente y que la reacción ante la situación de su esposo era genuina. De todos modos, el oficial no se distrajo y amplió el abanico de posibles sospechosos.

“Todavía no sabemos quién hizo esto. Lo encontramos desnudo y gravemente herido en la carretera. Su vehículo apareció unos metros más adelante; no sabemos si se robaron algo, pero encontramos los documentos del automóvil intactos. Su billetera no se encontró en el lugar del accidente, sin embargo, el personal del hospital parece reconocerlo, lo que pude confirmar mediante sus huellas dactilares”. Se volvió hacia Jade. “¿Su esposo sufre de alguna enfermedad crónica?”.

Jade frunció el ceño.

“No”, respondió sin vacilar. “Que yo sepa, Marcelo está sano. Mantiene una buena dieta y hace ejercicio regularmente”,

“Ya veo”, dijo Romero, quien investigó el historial de Marcelo y no encontró evidencia de donaciones o amistad con el director que explicara su familiaridad con el personal. El hombre recordó que Jade no proporcionó ninguna documentación a la recepcionista, ya que él estaba cerca cuando vio a una mujer rubia ingresar para conversar con esto.

Tal vez ella sea la paciente, dijo para sus adentros.

“Señora, ¿Le importaría aclararme algunas dudas, que probablemente ayudaría a esclarecer el caso?”.

“Claro, no hay problema”, respondió ella, y Romero le pidió que se sentara.

“Haré algunas preguntas, pero le pediré que mañana vaya a la comisaría y nos dé un testimonio oficial, ¿Está bien?”.

“Sí, señor”.

Al final del pequeño interrogatorio, Romero se levantó y agradeció a Jade por su tiempo.

“Pediré que dos policías se queden aquí, ya que no sabemos si esto fue un crimen encargado o si la persona intentará hacer algo de nuevo. Cuando necesite irse a casa, por favor, avísenos”. Le entregó su tarjeta, diciendo: “Puede llamarme cuando quiera, este es mi número”.

“Gracias, oficial”.

“Con permiso, Señora Simones”.

Jade miró a su esposo desde la pequeña ventana de la puerta, considerando la ironía en aquella situación. Siempre terminaba allí después de que él le rompía alguna parte del cuerpo y los policías no le hacían preguntas. Pero quizás Romero era un novato, que no conocía a Marcelo.

Cretino, pensó la chica mientras observaba a su esposo respirar con la ayuda de un aparato.

¡Te mereces cada pizca de dolor que sientes!

Jade no se quedó, ya que no estaba de humor para ser una esposa amorosa en ese momento.

Al menos no con Marcelo. Además, no podía entrar en la habitación. Entonces, ¿Qué haría ella? ¿Se quedaría afuera parada como una tonta?

Se acercó a uno de los policías y les avisó que se marcharía, a lo que el oficial asintió con la cabeza, y en cuanto se alejó, le avisó a Romero.

Este último se reclinó en el asiento del auto, pensando en lo que había sucedido.

Normalmente, los familiares que preocupaban se quedarían en el hospital, aunque el paciente no pudiera comunicarse con ellos.

¿Qué tipo de relación tienen el señor y la Señora Simones?, se preguntó, con la intención de vigilarla.

Uno de los hombres de Santiago, que la siguió, le informó que había ido al hospital y había hablado con una policía. La causa era que su marido se encontraba hospitalizado tras haber sido golpeado hasta casi la muerte.

Al día siguiente, llamó a Jade. Le preguntó, como si no supiera nada, si Marcelo la había tratado bien. Ella le explicó lo sucedido y no pudo evitar decirle:

“Santiago, ¿Tienes algo que ver con esto? ¡No me mientas, por favor!”.

“¡No!”, exclamó él. “Te juro que no tengo nada qué ver. Agradezco a quien haya sido, pero no fui yo”

Qué lástima que no matasen al imbécil de una vez por todas, pensó el muchacho, aunque no lo dijo.

“Todo salió bien, jefe”.

“Excelente. Sobrevivió, ¿Verdad?”.

Sí, lo hizo. Pero tendrá un gran problema cuando intente golpear a su esposa de nuevo”,

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