Capítulo 122:

Cuando Patrick entró, escuchó el sonido del agua y sonrió. Se moría de odio por la manera en que su hermano había muerto. De todos modos, sabía perfectamente que la chica solamente se había defendido a sí misma y a su esposo, del ataque en el que había participado David. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que su único hermano estaba muerto.

En ese momento, la mujer a la que quería destrozar estaba a una puerta de distancia de él. A decir verdad, él no había esperado que fuera tan bonita, con ojos llamativos. Emilia Herrera era, sin duda alguna, la mujer que más lo había hecho sentir atraído. Y él ya había salido con muchas mujeres. Sin embargo, sus ojos…

Claro, luego estaba el cuerpo, todo proporcionado, con hermosas curvas.

Su maldito esposo tuvo suerte de conseguir a esta mujer, pensó el hombre, riéndose entre dientes. Y pensar que el padre de la chica había contratado los servicios de David para que asesinara a su yerno. Patrick había observado todo un rato y supo que Emilia no tenía nada que ver con las travesuras de su papá, que en realidad era su mala suerte haberse metido en toda esa mi$rda.

En realidad, David era el más cruel de los dos, el que golpeaba sin piedad, sin importar si era un niño, una mujer o un anciano. Patrick, por otro lado, era más bondadoso y, como decía su hermano, tenía un corazón de mantequilla. Cuando finalmente atraparon a la mujer, él creó muchos planes para hacerla sufrir, sin embargo, cuando vio a la mujer frente a él, cuando la miró a los ojos, sintió que esa furia se calmaba un poco.

A pesar de que había insinuado que la vi%laría, nunca haría tal cosa. Quizás la asustaría, pero nunca obligaría a una mujer. Él ni siquiera podía emocionarse por consumar tal atrocidad.

Al parecer tenías razón, hermano. Tengo un corazón de mantequilla, pensó.

Los hombres que estaban afuera sabían cómo era Patrick. No era que fuera bueno, pero, tampoco la mataría o la torturaría. Definitivamente, él no era David.

Segundos más tarde, Emilia terminó su baño y se puso la bata que colgaba del gancho. Estaba completamente limpia, sin oler a nada. Tanto el jabón como el champú y el acondicionador que había usado, todo era extremadamente simple.

Tan pronto como la mujer abrió la puerta, con una toalla secándose el cabello, se encontró frente a una barrera y cuando levantó la cara, se encontró frente a los inolvidables ojos azules.

“¿Tú…?”, la chica retrocedió, volviendo al baño. Tras ello, trató de cerrar la puerta, pero Patrick le puso la mano y ella no tuvo fuerzas para ir contra él.

«¿Qué quieres?».

Su voz era baja, pero el hombre pudo ver con claridad que estaba tratando de ser firme.

Esta mujer tiene más coraje que muchos hombres, pensó, positivamente sorprendido.

«Hace un rato te dije lo que quería», respondió, con seriedad. Por su parte, Emilia podía sentir que, a diferencia de los productos destinados a ella, Patrick se había duchado y su perfume era nauseabundo. «¿Ni siquiera te he tocado y ya estás torciendo la nariz, reina?», se burló él de inmediato.

«Es que tu perfume es horrible», dijo ella sin rodeos, así que Patrick enarcó una ceja y se acercó a ella.

«Bueno, la verdad es que ninguna mujer se ha quejado jamás. Solo te pasó a ti», el sujeto sonrió.

«Después de todo, será nuestra primera vez. ¿Ves cómo no soy tan horrible? «.

«Bueno, tu perfume apesta. ¡Si no se quejaron, fue porque tiene mal gusto, o porque simplemente te tenían miedo!». A decir verdad, la chica estaba enojada. ¡Él había ido a obligarla a ser suya y todavía se estaba burlando!

«La gatita no se anda con rodeos. Bueno, veamos qué más puedes hacer».

En seguida, la atrajo para besarla, pero Emilia se defendió. No obstante, Necesitaba respirar y abrió la boca, dándole a Patrick una oportunidad.

Honestamente, su olor le provocaba muchas más náuseas, así que sintió que se le revolvía el estómago.

La joven no sabía cuánto tiempo había pasado sin comer, pero lo que fuera que aún estaba dentro de ella quería salir. En ese instante, ella entró en pánico. No era que ella no pensara que él no se lo merecía, pero ciertamente la castigaría de una forma brutal.

Con eso en mente, ella clavó las uñas en su cuello y las hundió con fuerza.

Patrick, al sentir eso, dejó de besarla y gritó. Entonces, la joven aprovechó para darse la vuelta y abrir el inodoro, derramando más bilis que nada.

«¡Maldita sea, eso duele!», habló el hombre y se llevó las manos al cuello.

La mujer se las había arreglado para sacarle sangre.

«¿Preferirías que te hubiera vomitado dentro de la boca?», preguntó ella, sintiéndose horrible. «Ya te dije que tu perfume apestaba».

Patrick iba a decirle algo, sin embargo, algo se rompió en su mente. Sin más preámbulos, el hombre se dio media vuelta y salió de la habitación, llamando a una farmacia. ¡Él iba a poner eso a prueba en ese mismo momento!

En realidad, David se había aliado con Roberto Sánchez y juntos iban a acabar con La Cicuta. De hecho, su grupo había estado saqueando cargamentos y el último era el de los italianos. Una vez que su hermano murió, Patrick tomó el relevo solo para no manchar el nombre de su hermano, ya que él había dado la palabra.

Ellos todavía no eran un grupo muy grande, pero eran mercenarios estadounidenses, y después de que Sánchez se estableciera, serían incluidos en su mafia, obteniendo trabajos y una vida mejor. La verdad era que no le faltaba dinero, pero se beneficiaría mucho más.

«¿Qué sucede, jefe?», preguntó el hombre con el tatuaje debajo del ojo al ver a Patrick salir de la habitación, y luego vio las marcas en el cuello del hombre, «¿Eso fue ella? ¿Quiere que le cortemos las garras?».

«No, en realidad ella lo hizo para… ¡Ah, no importa! Pedí algo a la farmacia, cuando llegue, dáselo, James», indicó el hombre.

«Está bien. Como usted diga, respondió el tatuado y miró al otro, en cuanto Patrick se fue.

«El jefe es bastante extraño».

«Él no es ni un poco como David, Erick. Lo cierto es que Patrick es más calmado», dijo James y volvió a sentarse en el sillón.

«El jefe no debería escuchar esto, pero la realidad es que su hermano llegó demasiado tarde. ¡Él era el perro!», dijo Erick, luego de asegurarse de que Patrick no estaba allí.

Al poco tiempo llegó la entrega de la farmacia y James hizo lo que dijo el jefe. En ese momento, Emilia se encontraba en la cama, abrazando sus rodillas, sentada. Ella levantó la vista cuando James entró al lugar.

«Ten esto. El jefe me mandó a entregártelo», indicó él, colocando la bolsa sobre la cama, «Eres bastante atrevida… tienes mucha suerte dé que sea él y no su hermano. De lo contrario, ya te habrías quedado sin dedos. Ah… Y haz rápido lo que tienes que hacer. O él podría cambiar de opinión”.

Tras ello, James se fue y Emilia no se movió sino hasta que el hombre volvió a cerrar la puerta. Al mirar el contenido de la bolsa, la chica se quedó completamente helada. Se trataba de una prueba de embarazo.

Mientras tanto…

«¿Qué diablos es lo que sucede? ¡No pueden haber dejado la maldita ciudad!».

Osvaldo estaba totalmente histérico.

Su esposa no estaba por ningún lado.

El vehículo que se la llevó no tenía placa y, además, en algún momento hubo un cambio de autos. Un callejón que no tenía cámaras y un enorme camión de basura bloquearon la vista…

«¡Te aseguro que vamos a encontrar a Emilia, tranquilo!», le dijo Santiago. Él todavía estaba lesionado, pero trabajaba en la computadora.

Al escucharlo, Osvaldo volvió los ojos furiosos hacia su hermano.

«Mi esposa desapareció hace dos malditos días. ¡Dos días completos!», exclamó él, y se sentó en el sofá de la oficina con la cabeza entre las manos y tiró de su cabello, dejando escapar un gruñido de enojo.

«Yo sé muy bien que lo arruiné, pero juro por Dios que si alguno de esos hijos de p$ta la toca, si le hacen daño a mi Emilia… ¡Haré que se arrepientan hasta del día en que nacieron!».

Santiago no dudó de sus palabras en absoluto. Ciertamente, él no quería echar más sal en la herida, pero en ese momento, quería encarar un poco más a su hermano sobre lo tonto que había sido. Si él no hubiera expulsado a Emilia, las posibilidades de que la secuestraran hubieran sido mínimas,

«¡Aquí!», exclamó Carlos, saltando de Su silla y Osvaldo lo imitó al instante, corriendo al lado del hombre, «¡Mire! ¡Ellos están en Reynosa!».

«Se van a ir a los Estados Unidos.

¡Mi$rda! ¡No podemos permitir que esto suceda por nada del mundo!», dijo Santiago.

«Si llegan a entrar a Texas, estamos jodidos. Ni siquiera vamos a poder pedirle ayuda a Lowell, porque allí no tiene poder».

«Voy a hablar ahora con los tipos que me enviaron esas fotos. Ellos pueden retener a los hijos de p$ta hasta que lleguemos allí».

«¿Cuánto tiempo nos puede tomar llegar allí?», preguntó Osvaldo con mucha ansiedad. Él estaba demacrado, sin afeitar, y con unos horribles círculos oscuros debajo de sus ojos.

«En auto, alrededor de doce horas. En avión, dos, más o menos», respondió Santiago.

«Ten preparado el jet ahora mismo Y los autos que vamos a necesitar allá.

¡Voy a buscar a mi esposa!», exclamó Osvaldo.

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