Capítulo 118:

De repente, Emilia sintió que algo le raspaba el hombro y luego algo húmedo en el cuello, un poco cálido.

Un ligero dolor y después algo tibio envolvió su cintura, tirando de ella hacia atrás.

«Mmm…”.

En ese momento, Osvaldo sonrió. Le encantaba cuando ella reaccionaba de esa manera, inclinándose completamente, presionando su cuerpo contra él.

Entonces, bajó el tirante del camisón de la chica y mordió la piel de su hombro, provocando que un escalofrío recorriera el cuerpo de su esposa. Ante eso, ella abrió los ojos, y se giró hacia él con la vista nublada.

«No, Quiero comerte así, de costado, pero antes…», dijo él, y luego se movió más abajo y separó las piernas de Emilia, «Tengo muchas ganas de beber mi miel».

No le tomó mucho a la chica para llegar al %rgasmo en la boca de su esposo.

«¡Osvaldo!».

«¡Mmm, cómo te echaba de menos!», exclamó él.

Cuando todavía ella tenía espasmos post-%rgásmicos, él la volvió a acostar de lado.

«Espera… Espera un momento», suplicó ella, con la boca seca, «No puedes…».

«Cabálgame, entonces», indicó él, y se recostó en la cama, «Vamos, amor”

“Osvaldo, pero no puedes hacer ese esfuerzo».

«¡Lo que no puedo es estar más tiempo sin tener a mi esposa! Vamos, Emilia…», pidió el hombre, que ya estaba desnudo y se m$sturbaba. En ese momento, la chica podía ver el contorno del cuerpo de su esposo a la luz que entraba por la ventana. Ante eso, ella se pasó la lengua por los labios y él supo lo que quería, así que dijo: «Más tarde, amor. Ahora necesito sentir esa v$gina caliente quemándome».

Al escuchar eso, Emilia sonrió y se colocó sobre él, cuando empezó a bajar y Osvaldo cerró los ojos, el teléfono sonó de repente.

«No, maldita sea. ¡Estoy en el paraíso justo ahora!», se quejó él e ignoró el celular. Sin embargo, el aparato no dejaba de sonar. Entonces, el hombre estiró la mano e ignoró el llamado, pero de nuevo sonó el celular, así que maldijo y Emilia se bajó de él.

«¡Demonios, de verdad espero que sea una maldita emergencia!», espetó él, mientras respondía la llamada. Se trataba de Máximo.

«Carolina entró en trabajo de parto. Ella… ella tropezó y…».

Máximo claramente estaba llorando y Osvaldo se incorporó en la cama de inmediato.

«¡Envíame la dirección ahora mismo, me pongo algo de ropa y nos vamos para allá!».

Luego, colgó la llamada y Emilia lo miró sin entender nada.

«¿Qué fue lo que sucedió? ¿Quién va a dónde?», preguntó ella.

«Vístete ahora, mi reina. Carolina ya va a tener el bebé».

«¡Pero todavía no es el momento!” exclamó la joven, levantándose rápidamente de la cama y fue al baño, seguida de Osvaldo. Ellos tenían que lavarse las partes íntimas antes de poder colocarse la ropa.

«Ella tuvo un accidente, tropezó», explicó él.

Ambos terminaron de arreglarse en menos de diez minutos, y al instante estuvieron en el auto rumbo a la sala de maternidad.

Tan pronto como llegaron al hospital, Carolina, por supuesto, se encontraba en la sala de operaciones. La mujer no había dilatado lo suficiente y el bebé estaba en apuros. Máximo, por otro lado, se encontraba sentado en el banco de espera, con la cabeza entre las manos, y los codos en las rodillas.

«¡Ya estamos aquí!», dijo Osvaldo, y preguntó: «¿Hay alguna novedad?»

Máximo se levantó de inmediato y abrazó al otro. Este no esperaba eso, pero palmeó al rubio en la espalda.

“¿Qué va a pasar si algo les llega a suceder a ella y a mi hija?», preguntó el joven, y lloró aún más fuerte.

«Estarán bien. Voy a intentar averiguar más sobre su estado, quédate aquí».

En ese momento, al escuchar al otro, Máximo asintió y volvió a sentarse en el banco. Luego, Emilia se sentó a su lado.

«Todo va a estar bien con Carol y la bebé, Máximo», dijo ella sonriéndole gentilmente, pero el hombre solo asintió.

Ambos se quedaron allí en silencio mientras Osvaldo intentaba obtener información. Obviamente, él no podía entrar así al quirófano, pero iría a la dirección del hospital.

«¡Señor Herrera!», pronunció el director e inclinó la cabeza de manera educada.

«Necesito información sobre una paciente que ingresó hace poco».

La cirugía duró aproximadamente una hora, y cuando la doctora salió de la habitación, el rostro de Máximo ya estaba hinchado de tanto llorar.

«¿Cómo están, doctora?», preguntó el rubio, mientras sus ojos intentaban leer la respuesta en el rostro de la mujer.

«Las dos están bien, pero como fue un parto prematuro, la bebé deberá permanecer en la incubadora, ¿De acuerdo? De hecho, la Señora Castillo ya está en la habitación, así que puede ir a quedarse con ella y…”, en ese instante, la mujer sonrió y luego continuó: «¡Felicidades, su hija es muy hermosa!».

«¡Gracias, doctora, muchas gracias!” de inmediato, Máximo tomó la mano de la mujer y esbozó una gran sonrisa.

«No tiene que agradecer nada, Señor Castillo. Ahora, solo tiene que ir a recepción y le dirán en qué habitación está su esposa. Con permiso, y felicidades nuevamente». La doctora comenzó a alejarse y después agregó:

«Ah, luego paso por la habitación para hablar con usted».

Por otro lado, Máximo asintió, ya caminando hacia la recepción.

«Ella está en una habitación del piso de arriba, Máximo», dijo Osvaldo y el otro frunció el ceño. «Yo mismo pedí que la llevaran allí. Solo sube al ascensor. Es la habitación 02».

En realidad, en el piso superior de la sala de maternidad estaban las habitaciones más lujosas, había solamente tres de ellas. Generalmente; las celebridades o las personas que querían mantenerlo en privado iban allí.

«Muchas gracias, Osvaldo».

«Ve».

En ese momento, Máximo no esperó el ascensor, así que subió las escaleras, corriendo.

“Gracias a Dios todo salió bien», dijo Emilia, apoyando la cabeza en el brazo de su esposo, quien la abrazó.

«SÍ. Le voy a pedir a alguien que venga a ayudar a Máximo. Mañana vamos a visitar a Carolina, ya es tarde».

Al escucharlo, la joven asintió con la cabeza y lo siguió hasta el vehículo.

«¿Puedo conducir?», preguntó ella y Osvaldo levantó la ceja. «Ha pasado un tiempo…».

Él pensó por unos segundos y le lanzó, las llaves. Se subió al auto y se sentó en el asiento del pasajero. Por otro lado, Emilia también entró, se abrochó el cinturón e hizo los ajustes necesarios.

«Vamos a ver de lo que es capaz mi pequeña esposa».

«Yo sé conducir muy bien, ¿De acuerdo?», respondió ella, sonriendo e hinchando su pecho.

“Si conduces tan bien como cabalgas…», dijo él, pero ella le pegó un manotazo.

“¡Ay! Quiero ver toda esa furia en la cama».

“¡Eres incorregible!», dijo ella riendo, encendiendo el vehículo. Minutos después, llegaron a casa, ya que era muy tarde y no había tráfico.

Obviamente, Osvaldo no dejó dormir a su esposa.

«Sigamos donde lo dejamos».

Por supuesto, ella no se negó.

Al día siguiente, la visita a Carolina fue bastante animada. La pequeña estaba en la incubadora, aunque, al parecer estaba muy bien.

«María Clara va a ser el nombre de nuestra princesa», anunció Máximo con orgullo. «Sin duda alguna, Bernardo la cuidará muy bien».

«¡Amor, son dos bebitos y ya le estás dando esa carga al pobrecito!», bromeó Carolina y todos se rieron.

«Bueno, pero no está equivocado, Carolina. Bernardo es el mayor, así que tiene que cuidar a su hermana. Y a ti, en ausencia del padre».

«Yo soy la madre, Osvaldo. Yo soy quien lo cuida», dijo la mujer, rodando los ojos.

«Mientras es pequeño. Por cierto, cuando te den alta, me gustaría que nos visitaran. Los niños extrañan mucho a Bernardo».

Al escucharlo, Carolina sonrió.

«He visto muy poco a los niños. En realidad, Emilia y yo salimos con ellos de vez en cuando y ya».

La verdad era que el contacto entre ellos se había vuelto más difícil debido a la nueva realidad de Osvaldo. El hombre no quería poner en peligro a los Castillo por asociación.

Transcurrió otro mes y Osvaldo estaba activo, completamente recuperado.

Desde la noche del nacimiento de María Clara, él no dejaba pasar una noche a su esposa sin cansarse y quedarse dormida por el agotamiento.

En ese momento, sonó el teléfono de la oficina y él se estiró para contestar.

«Herrera», atendió él, sin apartar los ojos de los papeles.

«Señor, es Carlos Juarez. Ya tengo la información que me pidió sobre el ataque que le hicieron».

En seguida, Osvaldo respiró profundo y sacudió la cabeza.

«Entonces, ¿Quién era?», preguntó.

«Bueno, creo que será mejor que mire lo que tengo aquí», insistió el hombre y Osvaldo asintió.

«Está bien, voy de camino para allá», contestó y colgó.

En ese instante, Emilia estaba en el centro de formación con Santiago. De hecho, Osvaldo se sintió menos incómodo con su hermano cuidándola.

Él aún no podía dejar de sentir celos, pero, estaba ejerciendo el autocontrol.

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