Capítulo 116:

«Señor Sánchez», saludó Santiago, asintiendo, «Los dejo solos, necesito resolver algunos problemas. Con su permiso».

Al chico no le extrañó en absoluto que el padre de Emilia apareciera allí, después de todo, aunque la relación familiar no fuera la mejor, pese a que él en realidad no conocía todos los detalles, era normal que el padre apoyara a su hija en un momento así.

Tan pronto como el subjefe se fue, Roberto colocó su brazo sobre el hombro de su hija, pero ella tragó saliva pesadamente y dio un paso atrás de inmediato. Sin embargo, el hombre no le permitió alejarse y presionó sus dedos en su piel.

«Entonces, quieres decir que tu pequeño esposo no murió», dijo él.

«¿Acaso fuiste tú?», preguntó la chica, y Roberto miró a su alrededor.

«¿Quién sabe? Piensa en ello como una pequeña advertencia. Es bueno que cooperes conmigo, Emilia», replicó el hombre.

«¡Yo también pude haber muerto allí!», exclamó la joven, alejando el brazo de su padre, y agregó después: «¡Osvaldo casi se muere!».

«¡Cállate de una vez por todas o le corto la lengua a tu madre!», amenazó él, y Emilia apretó los labios, «¡Es mejor que quedes embarazada cuanto antes, niña! De lo contrario, subiré al poder con la tragedia de haber perdido a una hija también. A mi única hija. La esposa del señor, con quien muera. ¿Lo entiendes bien?».

La chica sabía muy bien que su padre no estaba bromeando, pero no mencionó que ella se estaba inyectando anticonceptivos. Él en realidad no tenía que saber eso.

En ese momento, Roberto se giró para irse, pero se detuvo en seco.

«Ah… Y deja de tomar esas porquerías de inmediato».

Tras ello, finalmente se fue y Emilia se dejó apoyar contra la pared. Roberto ya sabía acerca de la inyección. Esa era la única explicación para sus palabras.

Cuando Santiago regresó, vio a la mujer apoyada contra la pared, de espaldas a él. Entonces, el chico corrió hacia ella, aunque sintió una punzada en la pierna donde le habían clavado un cuchillo.

«Emilia, ¿Qué pasó?», preguntó él, sosteniéndola y ayudándola a sentarse en la silla, «¿Qué es lo que sucede?».

Al verla así, pensó lo peor, que su hermano había muerto, dado que el rostro de Emilia estaba completamente pálido. Luego, ella lo miró con calma, como si estuviese despertando de un sueno.

«Yo… de verdad creo que solo necesito un poco de descanso. Lo siento».

«¿Estás segura de eso? Me parece que sería bueno que el médico te echara un vistazo».

«No, no es para nada necesario», dijo ella, y luego se mordió el labio, «Santiago, ¿Qué harías si supieras algo y no pudieras decírselo directamente a la persona? Porque sucede que el secreto podría lastimar a otra persona, a una persona inocente”.

Ante eso, el hombre frunció el ceño.

«¿De qué me hablas?».

“Simplemente contesta, por favor”, pronunció ella, y al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas,

Santiago se angustió aún más, pero tomó una respiración profunda y la abrazó. Al instante, Emilia le devolvió el abrazo, porque realmente lo necesitaba.

Santiago era, de hecho, un gran amigo y, por así decirlo, un hermano para ella.

«Yo me plantearía si estaría salvando la vida de un inocente o de más personas, Emilia. Por ejemplo, en mi caso, en la mafia… siempre necesito pensar en el colectivo. Incluso si podría resultar muerto yo o alguien cercano a mí, mi deber es cuidar de todos nuestros miembros, no solo de mí».

Al escucharlo, la chica asintió con la cabeza y Santiago la besó en la frente.

«Gracias».

«Espero haber podido ayudarte en algo, piensa con claridad y ten presente que, si lo necesitas, puedes hablar conmigo. Ahora tú eres mi hermana, Emilia», declaró él.

Debido a esas palabras, ella sonrió y lo abrazó de nuevo.

«De verdad te lo agradezco mucho. Es muy bueno tener un hermano mayor».

Tras ello, él levantó una ceja.

«Yo soy un joven soltero, Emilia.

Casarse te da más años de vida… Eso quiere decir que tú ya eres mayor que yo».

«Según tu hermano, no vas a estar soltero por mucho tiempo».

Con tal comentario, Santiago torció la boca.

«Yo me voy a casar cuando me apetezca. El hecho es que Osvaldo se casó con la única buena chica de esta mafia. ¿Qué más queda? ¿Esas mujeres aburridas? Creo que es demasiado castigo», pronunció él en voz baja.

Transcurrió otra semana hasta que por fin llevaron a Osvaldo a su habitación.

Emilia, por otra parte, estaba sentada en la silla, dormida con la cabeza apoyada en la cama, sosteniendo la mano de su marido.

En ese momento, Osvaldo abrió los ojos sintiéndose desconcertado.

Debido al olor a desinfectante, el hombre supo que estaba en el hospital.

Por otro lado, algo suave y cálido sostenía su mano, aunque moverla era doloroso. En seguida, ladeó la cabeza ligeramente hacia un costado y vio una cabeza con cabello rojo.

Obviamente, era su esposa.

Entonces, las imágenes de hechos recientes invadieron su mente, pero ver a Emilia allí indicaba que estaba viva, y que se encontraba bien.

«Em…», el hombre trató de hablar, pero, su garganta estaba muy seca. La chica levantó la cabeza de inmediato, observando a su alrededor. Segundos más tarde, encontró a Osvaldo mirándola con los ojos entrecerrados.

«¡Amor!», pronunció ella y se levantó a toda prisa, aunque tuvo que contenerse para no saltar encima de él.

«¿Cómo te sientes? ¿Te duele mucho, quieres algo?».

«Agua…”.

La mujer miró a su alrededor y vio la jarra con agua. Llenó un vaso y le puso un sorbete. Tan pronto como el hombre bebió el líquido, se sintió un poco mejor.

«Ahora mismo llamaré al médico o a una enfermera», dijo Emilia y le dio a Osvaldo un ligero beso en los labios, sin esperar respuesta.

El hombre la vio irse y sonrió. No obstante, luego se dio cuenta de que ella lo había llamado «amor». Ella no lo llamaba de esa manera cuando estaban solos. El corazón del hombre se llenó de calidez al pensar en la posibilidad de que le gustara a Emilia.

Eso no puede ser… Eso solo nos meterá en problemas, pensó él cerrando los ojos. De hecho, si permitía que ese sentimiento se extendiera, sabía que su relación estaría condenada al fracaso. Cada vez que hay amor de por medio, las cosas me salen mal.

Si ella llegara a enamorarse, él podría admitir que sentía lo mismo. Y Osvaldo todavía no se sentía preparado para eso en absoluto. Y menos todavía después de casi morir. Sin duda alguna, su esposa sufriría menos si no lo amara. La verdad era que su vida era peligrosa, además este tipo de situación no era sorprendente ni fuera de lo común.

Una vez que el médico examinó a Osvaldo, Emilia se quedó más tranquila. Resultó que él estaba teniendo una buena recuperación.

Cuando estuvieron solos, ella volvió a sentarse en la silla junto a la cama.

«Me diste un gran susto», comentó ella y él se mantuvo serio, «Acostúmbrate, por favor. Definitivamente, esto va a ser algo común ahora que soy el señor», replicó él de forma monótona, así que la chica sintió que su pecho se tensaba.

«Entiendo perfectamente», fue lo que ella respondió. No valía la pena discutir con su esposo en ese momento, pues, Osvaldo acababa de despertar después de casi morir.

Dos semanas después, él fue dado de alta del hospital. Emilia sólo había salido de allí para cuidar a los niños, quienes estaban muy ansiosos por ver a su padre. De hecho, el hombre no quería que lo visitaran.

«Creo que te dejaron salir para dejar de escucharte quejándote, viejo», comentó Santiago y Osvaldo lo miró con hastío.

«No soy mucho mayor que tú, Santiago».

«Bueno, por dentro lo eres», contestó el joven. «Te quejas de todo siempre. Tú, como médico, eres excelente en el hospital. Sin embargo, como paciente, nadie te aguanta».

Emilia, por su parte, permaneció en silencio. Osvaldo la estaba tratando con frialdad y eso la preocupó.

«No, no iré al dormitorio, tengo que ir a la oficina”.

“Pero Osvaldo, acabas de…”

«¡Te dije que me voy a la oficina, Emilia!», No fue exactamente sincero, pero habló con firmeza.

Santiago, al ver la escena, movió levemente la cabeza de lado a lado, observando a la chica, indicándole que no continuara.

«Está bien. Permiso».

De inmediato, Santiago llevó a su hermano a la oficina y en cuanto ayudó a Osvaldo a sentarse en la silla, se quedó mirándolo fijamente.

«No le hables a tu esposa de esa manera, ¡Ella no se merece ese tipo de trato!»

«Yo cuido a mi mujer, Santiago”, respondió el hombre, pero Santiago negó con la cabeza.

«Ella es buena para ti y para los niños, ¡Se quedó a tu lado todo este tiempo como un perro guardián! ¡Y de no ser por ella, hermano, te habrían dado un buen tiro en la cabeza!».

«¿Qué estás diciendo?».

«Ella fue quien les disparó a los hijos de p$ta. Normalmente, las mujeres de la mafia se esconden y están protegidas. Sin embargo, Emilia no se lo pensó dos veces cuando te vio en peligro real. ¡Podrían haberle disparado a ella misma, o haberla secuestrado otros b$stardos que estaban con ellos!», espetó Santiago, prácticamente gritando. «¡Trata bien a tu esposa, porque es difícil conseguir una como ella!»

«Todavía estás interesado en ella, ¿Verdad?».

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