Capítulo 115:

Las siguientes horas fueron las más angustiosas de toda la vida de Emilia. Gutierrez estaba pasando por suerte por esa zona cuando vio lo que ocurrió y llamó a la ambulancia de la mafia. Así, se fueron a su hospital de inmediato.

En la sala de espera, la chica intentó comunicarse con Santiago, pero sin tener éxito. Ella quería llamar a Carolina, pero decidió no hacerlo, después de todo, su amiga estaba embarazada y lo último que quería la joven era que el bebé sufriera estrés.

De repente, una pequeña nube de vapor apareció cerca de la cara de Emilia, y al levantar la vista, se dio cuenta de que era una taza de capuchino. Entonces, terminó de levantar la mirada y se encontró, nada más y nada menos, con Gavin Lowell.

“Señor Lowell, ¿Qué está haciendo usted aquí?», preguntó ella, frunciendo el ceño y sin tomar el vaso que le estaba ofreciendo el hombre. En ese momento, él sonrió y se sentó junto a la chica.

“Escuché lo que pasó y pensé que podría ser algo educado de mi parte ofrecer mi apoyo a la esposa del hombre herido», respondió él con voz tranquila. A Emilia no le gustaba en absoluto la manera en que la miraba.

A pesar de parecer sincero, sus ojos tenían un brillo que a ella de verdad no le agradaba, «Ya veo, muchas gracias», pronunció ella, y le dedicó una Sonrisa apagada, volviendo su mirada hacia el pasillo que conducía a la sala de operaciones.

«Él va a estar bien. El Señor Herrera es realmente un hombre fuerte, y todavía es joven. No tanto como tú, pero sigue siendo estando en muy buena forma Señor Lowell…».

“Dime Gavin, por favor. Es algo extraño que una joven como tú me llame señor. En realidad, tenemos casi la misma edad, querida».

Ante esas palabras, Emilia tuvo que tomar una respiración profunda para intentar controlarse.

Sí, era cierto que ella se encontraba en su territorio, pero, aun así, ese hombre era un señor, así que pelear seriamente con él no era algo sabio. Más aún con Osvaldo lesionado, y dentro de un quirófano.

“Señor Lowell», insistió ella, “Realmente agradezco su apoyo, pero debo pedirle que no actúe como si existiera cierta intimidad entre usted y yo. El hecho es que yo soy una mujer casada y por ningún motivo quiero permitir que las lenguas sueltas y maliciosas denigren, no solo mi imagen, sino la de mi esposo por ningún motivo. Además, usted se encuentra en el territorio de otra persona. Recuerde muy bien eso”, recalcó la joven.

Al principio, Gavin levantó las cejas debido a la sorpresa, y luego una sonrisa cínica curvó sus labios.

“Escuché que las mujeres mexicanas eran bastante ardientes y con mucha actitud. No te niego que cuando te vi, pensé que eras una figura más dócil, pero la verdad es que me gustan los gatos asustadizos”, replicó el hombre, y se pasó la lengua por los labios un poco carnosos.

“Dudo enormemente que te guste. ¡Me gustaría ver como reaccionas si llegas a tener un gato sobre ti!», pensó Emilia, pero no contestó eso. En ese instante su celular sonó y cuando vio que era Santiago, suspiró aliviada.

“Santiago, ¿Dónde se supone que has estado”, cuestionó ella a toda prisa, y continuó: “¡Osvaldo está en el hospital, hemos sufrido un ataque!».

“Nosotros también sufrimos un ataque aquí en Montreal. Perdón por no haberte contactado antes, no había manera», explicó el chico y luego habló con alguien más, pero Emilia no pudo escuchar quién era, “¿Cómo se encuentra mi hermano ahora?».

«Él está en cirugía. Le dispararon un par de veces”, respondió la chica, quien no pudo controlarse y comenzó a llorar, «Santiago, me temo que…”.

«Él no va a morir. Es más, que no se atreva a hacerlo, o lo buscaré en el infierno y lo mataré solo por hacernos pasar por esto», dijo el joven, tratando de animar un poco a Emilia, «No te preocupes por nada. Osvaldo es un hombre fuerte, y veré si llego allí lo antes posible».

En ese momento, la chica miró a su alrededor y vio que Gavin todavía estaba sentado en la silla de espera, así que se apartó un poco para poder susurrar.

«El señor de Atlanta está aquí ahora, en el hospital. La verdad es que me parece muy sospechoso”.

“¿Él está herido?”

“No. A nosotros nos emboscaron en el camino de regreso a casa. Y en serio no confío en este hombre, Santiago”.

“Voy a estar atento. Puedes estar tranquila. Le voy a pedir a algún soldado que se quede más cerca de ti. Por favor, intenta no estar sola con ese señor. En realidad, Lowell no tiene la mejor de las reputaciones”.

De inmediato la chica asintió y colgó.

“¿Señora Herrera? Soy el Doctor Alves”, en ese instante un médico se acercó y Emilia corrió hacia él. “Logramos sacar los proyectiles y controlar la hemorragia. Sin embargo, el señor todavía no está fuera de peligro”.

“¿No puedo verlo todavía?”, preguntó ella, con sus ojos totalmente rojos por el llanto.

“No, todavía no. Él se encuentra ahora en UCI y en cuanto podamos trasladarlo a una habitación general, se le informara”.

Emilia escuchó todo con atención y le permitieron ver a su esposo solo por la ventana de la puerta de la sala, él estaba muy pálido, entubado.

“Por favor… ¡No te mueras, Osvaldo, te lo ruego!”, pronunció ella mientras mantenía las manos  juntas.

Los soldados que Santiago había enviado se quedaron alrededor de la mujer, por lo tanto, Lowell ya no pudo acercarse como quería. Finalmente, él se fue a la casa que tenía en la capital.

Por su parte, Emilia terminó durmiendo en la silla del pasillo, así que cuando despertó, estaba más que dolorida. Además, el vestido de fiesta arruinado la hacia sentir incómoda.

En ese instante, ella se levantó y fue al baño, se lavó la cara y realizó higiene íntima básica con las cosas que había llevado uno de los soldados, quien había ido a la casa de los recién casados a buscar una pequeña maleta, a pedido de Emilia, preparada por Abigail.

Ya en ropa más cómoda, sin maquillaje, ella se sintió más dispuesta esperar mejores noticias de su esposo.

Luego, como Bia y Tonny estaban preocupados por su padre, Emilia terminó yendo a casa. Ella necesitaba cuidar a los niños. Seguramente, era lo que Osvaldo querría.

Los pequeños no fueron a la escuela a la mañana siguiente, pues, debido al ataque y aún sin saber quién lo había llevado a cabo, era mejor que los niños no se expusieran al peligro fuera de la residencia del señor.

Santiago finalmente llegó y fue directo al hospital. Por otra parte, tan pronto como Emilia regresó de la mansión, lo vio tal y como estaba, abatido. El joven tenía una venda en la cabeza, en el brazo y por la manera en la que torcía ligeramente la boca al levantarse, era evidente que tenía otras heridas en el cuerpo.

“¡Santiago, tú también tienes que descansar un poco!”

“Sólo lo haré cuando mi hermano esté bien”, al decir eso, Santiago apretó la mandíbula.

“¡Te juro que voy a matar a quien esté detrás de esto!”. En ese momento, la chica vio un atisbo de la mirada asesina de Santiago, algo que nunca había presenciado y le dio escalofríos.

De inmediato, un mal presentimiento se apoderó de Emilia. Ella inmediatamente pensó en su padre, pero… en realidad él ni siquiera estaba en la fiesta, no se atrevería, ¿Cierto?

La joven no estaba embarazada, como él dijo que debería estarlo antes de poner en marcha cualquier plan. Aparte de eso, ella también habría muerto allí.

“¡Emilia!”

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