Capítulo 113:

Esa mañana, Osvaldo decidió que era hora de que Emilia y él empezaran a entrenar. Ella no estaba embarazada, pues, tomaría las medidas necesarias para mantenerlo así por un tiempo para poder entrenar.

La chica solía ir al gimnasio antes de todo eso de la boda, pero había estado faltando a clases. De hecho, se había centrado más en los ejercicios cardiovasculares. Osvaldo sonrió al pensar que su esposa tendría mucho más vigor.

“Vamos a hacer una evaluación para ver cómo está tu condición física», dijo él y la miró de reojo mientras conducía, sonriendo. «Los dos sabemos que puedes manejar un gran esfuerzo».

Al escucharlo, las mejillas de Emilia se sonrojaron.

“¡Osvaldo!», ella luchó contra él, a pesar de que solo estaban ellos dos dentro del auto.

“Aún no hemos tenido se%o en el auto», agregó él y Emilia negó con la cabeza.

“Si nos atrapan, definitivamente seremos arrestados”.

“No, no lo estaremos», el hombre echó la cabeza hacia atrás y continuó: «No te preocupes. ¿Quieres calentar aquí antes de que hagamos ejercicio en el gimnasio?».

La respuesta de la mujer fue colocar su mano sobre su muslo. A ella le encantaba que él fuera un p$rvertido. Inicialmente, ella pensó que siempre estaría muy avergonzada y que debería portarse mejor, pero, su esposo le dejó claro que quería que ella actuara como ella se sintiera cómoda.

En ese momento, Osvaldo entró en una calle menos transitada y estacionó debajo de un árbol. Por otro lado, Emilia se mordió el labio.

“No quiero que te obligues a nada. Lo entiendes, ¿Verdad?, preguntó él al notar que la mujer parecía avergonzada.

“No es que no lo hayamos hecho ya en otros lugares públicos”, replicó ella y lo miró a los ojos. “SI quiero…”.

Luego, sus ojos se dirigieron al frente de los pantalones de chándal de Osvaldo, ya que, al igual que ella, él vestía ropa deportiva.

En seguida, él la besó lentamente y tomó su mano, llevándola a su pecho.

“¿Quieres que conduzca hasta el centro de entrenamiento? Está todo bien».

Emilia no había tenido la iniciativa de empezar a hacerle se%o oral, pero estaba dispuesta. A veces la joven se sentía cohibida, a pesar de que ya habían hecho muchas cosas, especialmente en su luna de miel. Tomando valor, la chica soltó la mano de su esposo. Resultó que no llegaron al gimnasio hasta una hora y media más tarde de lo previsto.

“Tuvimos un inconveniente”, le dijo Osvaldo al hombre que Emilia creía que era el entrenador. Él era mayor y sostenía un sujetapapeles. En ese instante, dos chicos estaban entrenando en el ring, así que los ojos de Emilia se abrieron cuando empezaron a pelear.

“Señora Herrera, es un placer”, dijo el hombre, haciendo que la chica apartara su mirada asustada del ring. «Soy Juan Moreno. Soy responsable de entrenar a nuestros soldados, sin lugar a dudas, será un honor entrenarlos a ustedes”.

“El solo te asesorará y me apoyará. Trataré de estar aquí contigo lo más posible”, intervino Osvaldo, sonriéndole a su esposa. Por otro lado, Juan levantó una ceja y suspiró.

Este muchacho tiene celos de mí, un viejo…, pensó, pero no dijo nada.

Posteriormente, Osvaldo y Juan le mostraron a Emilia el lugar, hasta que llegaron al campo de tiro.

“¿Alguna vez ha sostenido un arma en el pasado?”, preguntó Juan y la chica negó.

«Bueno, aprendamos un poco acerca de las armas, cómo armarlas y desarmarlas, ¿Está bien? Antes de disparar, necesito que usted esté familiarizada con el arma».

“¿Pero no es solo apuntar y disparar?», preguntó ella, frunciendo el ceño.

“No, no es así. Un arma es como una extensión, señora. De hecho, es como conducir, Usted se siente conectada con el auto, ¿Cierto?».

«Sí. Siento cada ruido y movimiento del vehículo”, respondió Emilia con seriedad.

«Bueno, lo mismo ocurre con el arma. En el momento de un entrenamiento, no puede haber ninguna duda y mucho menos algún temor de empuñar el arma. Ella tiene que ser parte de usted».

“Yo puedo empezar a enseñarle a armar y desarmar” dijo Osvaldo y Juan solo asintió.

“A pesar de los años lejos de la organización, usted sigue siendo nuestro mejor tirador», pronunció Juan con cierto orgullo.

Al escuchar eso, Emilia miró a Osvaldo. «Señora Herrera, su esposo es un francotirador de primera».

“Hay ciertas cosas que no se olvidan».

En realidad, Osvaldo había sido entrenado para ser el nuevo señor, pero, dejó el cargo a un costado cuando se enamoró. Sin embargo, eso no significaba que estuviera indefenso.

En ese momento, Juan y Osvaldo se fueron a otra habitación y Emilia se quedó allí, observando todo a su alrededor. Luego, entró un grupo de soldados y obviamente su presencia no pasó desapercibida.

“¿Perdida?», preguntó uno de ellos, un rubio alto con ojos almendrados. Este llevaba pantalones cortos de boxeo y estaba sin camisa, con solo una toalla alrededor del cuello.

«No, yo…”, la mujer no estaba mirando al chico. Ella simplemente miró sus propios pies.

“¿Viniste a entrenar?» insistió él y ella asintió, deseando que su esposo regresara pronto. «Yo puedo ayudarte. ¿Ya calentaste?».

«No. En realidad, yo… estoy esperando a mi esposo», respondió ella y miró hacia arriba, fijando la mirada en el rostro del joven, antes de observar a su alrededor, buscando a Osvaldo.

“¿Tu esposo? Él no debería dejar sola a una mujer tan hermosa en un lugar lleno de hombres», pronunció el rubio, acercándose y Emilia dio un paso atrás con nerviosismo. “Tranquila, no muerdo, a no ser que me lo pidas», indicó él.

De repente, un chasquido hizo que el hombre se congelara por completo. Entonces, Emilia miró hacia un lado y vio a su esposo allí, con un arma, apuntando a la cabeza del hombre.

“No podrás hacerlo si te quedas sin dientes», señaló Osvaldo en voz baja pero amenazante.

“¡Señor!», exclamó el chico y tragó saliva para decir: «Acabo de ofrecerle a esta hermosa…».

“La Señora Herrera no necesita tu ayuda en absoluto, soldado. Y la verdad es que tienes suerte de que no quiero manchar su primer día en este lugar con tu sangre por todo el piso, o salpicando la cara de mi esposa».

Al escuchar eso, la boca del chico se abrió y se cerró.

“Lo siento, yo… realmente yo no tenía ni la menor idea de que ella era su esposa, señor».

“Si ella está casada, no importa quién sea su esposo” habló Osvaldo con la mandíbula apretada, y agregó: «Juan, hazte cargo de esto».

Tras ello, el hombre dejó el arma y agarró la mano de ella, casi arrastrándola de allí. Luego, entraron en un pasillo y él la presionó contra la pared.

«¿Qué diablos fue eso? ¿Es que acaso no puedo dejarte sola ni por un minuto? , cuestionó él, y metió la nariz en el cabello de la chica, por su cuello, mientras agregaba: «¡Pensé que sabían muy bien que no debían tratar de coquetear con la esposa de su jefe!”

«Yo…”, comenzó a decir Emilia, pero Osvaldo la besó levemente.

“Lo siento mucho, amor. Tenía que arreglar algo con Juan y pensé que todo estaría bien. De verdad lo siento”, dijo él, y la besó de nuevo, más profundo en esa oportunidad, «Cuidaré mejor lo que me pertenece”.

Después de decir eso, el hombre abrió la puerta que estaba junto a Emilia, una que ella ni siquiera se había dado cuenta de que se encontraba allí, y los metió adentro, cerrando la puerta tras ellos.

En ese lugar, había una especie de aula y Osvaldo la llevó a la mesa de profesores, sentando allí a su mujer y poniéndose él en medio.

«No quiero esperar a que lleguemos a casa“, pronunció el hombre, mientras se acercaba más a ella, haciendo que la chica sintiera su bulto, “Si pudiera, no me alejaría nunca más de ti”.

Todo lo que él quería hacer era rasgar los pantalones de gimnasia de su esposa, pero se controló, decidiendo que lo haría cuando llegaran a casa.

“¿Qué pasa si alguien nos escucha aquí?», preguntó Emilia, un poco preocupada y mirando hacia la puerta.

“Nadie puede escuchar lo que está pasando aquí, no te preocupes por eso. Así que puedes gritar todo lo que quieras mientras te lleno por completo. ¿Quieres que te llene por completo, Señora Herrera?»

“Si, sí quiero”, respondió Emilia, con los ojos casi cerrados por la lujuria.

Tengo una pequeña sorpresa preparada para ti esta noche, pero primero, necesito entrenar mucho.

“Voltéate ahora, mi amor». Al hacerlo, ella trató de agacharse, pero él negó con la cabeza.

Osvaldo la colocó casi de rodillas sobre la mesa, pero abrió más las piernas de Emilia y le pasó la mano por toda la abertura. En ese momento, todavía no habían hecho los ejercicios, así que ninguno de los dos estaba sudado. El ambiente dentro de ese lugar estaba bien acondicionado.

“¡Estás toda mojada, pequeña traviesa!” mientras hablaba, él le dio una palmada en el trasero. Luego, levantó la mano hacia la otra entrada de Emilia, haciéndola saltar. «¿Me vas a entregar todo? ¿No es así? ¿Me dejarás probar todo de ti?».

“Ya soy toda tuya», dijo ella con voz ronca. “Puedes hacer cualquier cosa».

De inmediato, los ojos de Osvaldo brillaron. No lo haría allí, en esa habitación, pero para esa noche… ya tenía planes.

“Necesito entrenar muy bien a mi caliente esposa. ¡Eres toda mía, eres mi mujer!», pronunció él.

Dos semanas más tarde, Emilia estaba aprendiendo a dar buenas patadas, ya que tenía piernas muy fuertes. Por otro lado, Osvaldo quedó impresionado con su habilidad innata con las armas.

Entonces miró su trasero y sonrió. Observando a su alrededor, él notó que estaban solos y luego, le dio una buena nalgada.

“¡Osvaldo!”

“Hoy no te escapas. Te di dos semanas para que entrenaras bien ese trasero”.

“Bueno, esta noche tenemos una cena importante, en caso de que lo hayas olvidado”, dijo ella, mientras la sonrisa de él se desvanecía.

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