Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 110
Capítulo 110:
Tras dos horas de viaje, los recién casados se bajaron del jet en Cabo San Lucas. Sin lugar a dudas, el lugar era paradisiaco, además, Osvaldo ya había planeado varias cosas, “Cuando pueda viajar más tiempo, podremos visitar otros lugares más alejados de la Ciudad de México», explicó él, al tiempo que subía al auto con su esposa.
“¿Quizás a otro país?», preguntó ella y Osvaldo le sonrió.
«A donde quieras», el hombre llevó la mano de Emilia a sus labios y la besó. Nuestro matrimonio puede ser bueno”.
«Ya lo es, respondió ella. A pesar de que Osvaldo nunca le correspondería sus sentimientos, por lo menos le haría feliz llegar a gustarle. ¡Honestamente, dentro del mundo de la mafia, ella era una afortunada!
Osvaldo por otro lado, sonrió ampliamente al ver a su esposa feliz y eso le enterneció el corazón.
“¡Conduce más rápido!», le dijo el hombre al chofer, quien asintió y aceleró. Tras ello, Osvaldo para susurrarle al oído a su esposa: «¡Quiero quitarte la ropa de una vez!”
La joven se sonrojó al instante y abrió mucho los ojos, observando al conductor.
“¡Osvaldo!”
“Él no escuchó nada”, dijo Osvaldo y le mordisqueó la oreja. “La m$mada que me diste en el jet no fue suficiente. Mira cómo me dejaste”.
La mano que el hombre sostenía fue llevada al frente de sus pantalones. Osvaldo estaba sentado en una posición que cualquiera que mirara desde la ventana diría que era digna de un señor, mirando al frente, con la barbilla levantada. Por lo tanto, nadie pensaría que estaba frotando la mano de su esposa en su miembro a través de sus pantalones.
Justo cuando llegaron al hotel que era de él, pero nadie sabía ya que entre bambalinas había varios tratos mafiosos. Osvaldo se registró, pero sin dar su nombre. El gerente sabía quién era, puesto que ya había sido notificado antes de que llegara. Allí, nadie cuestionó nada.
La habitación en la que se hospedarían los recién casados era la más lujosa. El hombre apenas espero que la puerta se cerrara para poseer allí mismo a su esposa, de espaldas a la puerta. Ambos se ducharon y terminaron en la cama, sólo para regresar a la ducha y finalmente prepararse.
“Salgamos a cenar”, dijo él guiñándole un ojo a su esposa.
“Sin duda alguna, puedes ser un esposo romántico cuando quieres serlo”, comentó ella en voz alta y Osvaldo, quien estaba cerrando los gemelos del puño de su camisa, se detuvo. Pero solamente por unos segundos, sin decirle nada a la mujer.
«¿No era eso lo que se esperaría de un marido inmediatamente después del matrimonio?”, preguntó él, tratando de no mostrar lo molesto que estaba por el comentario de Emilia. Era como si la mujer estuviera insinuando que él tenía sentimientos que no quería tener y que nunca tendría. Sin embargo, Osvaldo no hablaría de eso en ese momento.
Por otro lado, Emilia optó por un vestido negro, pero de tela fina, pues era lo que mejor se adaptaba al clima del lugar.
“Te ves maravillosa», comentó él y la besó en el cuello, ya que no quería arruinar el labial de la chica, aún.
Yo digo lo mismo”, respondió ella suavemente.
Osvaldo le había hecho temblar las piernas.
“Vamos”.
Los dos se sentaron en una mesa afuera, más lejos del bullicio del hotel. Obviamente, aquel no era un lugar para ese propósito, pero, de todos modos, Osvaldo les dio órdenes a los empleados del hotel para que los cuidaran.
Los mariscos eran una de las comidas favoritas de la joven. Su esposo se enteró al investigarla, por supuesto. No obstante, a veces Osvaldo se sentía incómodo con eso, pues, quería que su esposa le contara ese tipo de cosas, no enterarse por un informe.
«Todo estaba realmente delicioso», comentó la chica y sonrió.
«Todo para mi querida esposa”, dijo Osvaldo y colocó la servilleta de tela sobre la mesa, para luego tenderle la mano a Emilia, «Vamos a dar un paseo, querida”, indicó.
Entonces, caminaron por la orilla de la playa y la mujer se sintió más que feliz en ese momento. La vida de casada era mejor de lo que pudo haber imaginado alguna vez, y su esposo había sido muy dulce con ella.
Él era bastante educado, amable, cariñoso y muy apasionado entre cuatro paredes.
“Emilia, ¿Quieres tener hijos en este momento?”, cuestionó el hombre, y la chica frunció el ceño.
“Sí, creo que sí. Bueno, es decir, yo ya podría estar » ..- a embarazada”, ella pronunció esas palabras como si fuera algo obvio y Osvaldo dejó de caminar.
“¿Estás…? ¿Tú no estás tomando nada?». ¡Él pensó que ella lo estaba haciendo!
«No. Si el verdadero propósito de este matrimonio era que yo te diera un heredero…”, ella hablaba sin entender, y el hombre se pasaba una mano por el cabello. La realidad era que el todavía no quería un bebé.
“Apenas regresemos, vas a ir al médico».
“Sí, por supuesto que lo haré», respondió ella, pero se sentía un poco insegura, así que preguntó: «¿Tú no quieres hijos?».
«Sí, claro que quiero. De hecho, necesito que me des un hijo. ¡Pero no todavía!», exclamó él, y suspiró profundamente. «De verdad, yo sí quería tener un heredero nacido puramente de la mafia, como me lo pidieron, pero creo que estamos disfrutando bastante bien de nuestro matrimonio”.
Al instante, ella entendió perfectamente lo que él quería decir.
«Voy air al médico. Si no estoy embarazada, la única persona que puede pedirme que tome una pastilla o alguna inyección eres tú”, indicó ella.
Osvaldo se había olvidado por completo de eso. Ninguna mujer de la mafia podía tomar anticonceptivos sin que el responsable de ella, o el señor, en su caso, lo autorizara. Fue un desliz de su parte.
“Yo te lo autorizo, no te preocupes por eso, declaro él, sosteniéndole ambas manos entre las suyas y las envolvió alrededor de su propia cintura, luego tomó el rostro de Emilia y la besó.
Osvaldo estaba loco por poseer a su esposa justo allí, sin embargo, los soldados estaban por todas partes para que ellos pudieran estar a salvo y lo último que deseaba era que otros hombres vieran a Emilia completamente desnuda mientras él la penetraba.
«Ven conmigo”, pidió él, y luego tomó su mano y comenzó a caminar hacia un pequeño edificio. Era una especie de mirador, pero con la parte inferior más cerrada. Allí, él dijo: «En uno de estos fue nuestro primer beso, pero esta vez será sin disparos”.
«Nos pueden ver», dijo ella sonriendo, mirando a su alrededor. La chica sabía que no estaban solos.
«¡Creo que será mejor que ninguno de ellos esté mirando, o perderán los ojos!”, dijo el hombre en voz alta. Luego, tomó a Emilia en sus brazos, colocándola encima de una mesita allí y levantando la falda de su vestido. «Te quiero hacer mía aquí mismo. Quiero verte caminando hasta el hotel llena de mi s$men»
Al escucharlo, Emilia lo miró a los ojos y se sintió poderosa con el deseo que sentía emanar de su marido así que abrió las piernas para él.
“Hazme tuya entonces. Déjame toda mojada».
Al día siguiente, la pareja visitó varios puntos turísticos y Osvaldo planeó ver el amanecer entre las rocas de los Arcos.
De hecho, el hombre dio la orden de que prepararan el lugar para que nadie entrara allí, para por fin poder tener una aventura más traviesa con su esposa.
Honestamente, él todavía dudaba si era una buena idea, pero eso desapareció de su mente cuando Emilia se sentó a horcajadas sobre él, tendido en la arena.
La semana llegó a su fin apresuradamente y, para su alivio, no pasó nada fuera de lo normal. Luego, ambos regresaron a la Ciudad de México y, como estaba previsto, Emilia fue al médico al día siguiente.
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