Capítulo 109:

En ese momento, Osvaldo tomó a Emilia por los hombros y la miró directamente a los ojos.

“Si yo sospechara que podrías engañarme, te aseguro que no estarías bajo mi techo, cariño. Nunca podría traer deliberadamente una serpiente a mi casa con mis hijos”.

Al escuchar eso, la chica entrecerró los ojos hacia Osvaldo.

«Pero sigues actuando como…”, comenzó a decir ella.

«Simplemente no me gusta que la gente mire, codicie, o toque lo que es mío», pronunció él, y tomó el rostro de la chica entre sus dedos índice y pulgar para agregar: «Y tú, Emilia, eres toda mía. Tan solo mía. He aprendido que soy muy egoísta».

Tras ello, él tomó sus labios sobre los suyos y toda la ira que sentía Emilia se desvaneció en solo un segundo, ella se aferró a los brazos de su esposo para no caer, mientras sus piernas se aflojaban por completo.

Osvaldo no la llevó a la cama en ese momento, sino que la sujetó entre él y la pared.

«Sujétate de mí con las piernas», indicó él cuando la — levantó, y ella lo obedeció de inmediato, «Ahora te voy La castigar por haber hecho que te buscara por todos lados”.

Emilia ni siquiera tuvo tiempo de responder porque el hombre no le dio ni la más mínima oportunidad de hacerlo. Después de algunos besos y mordidas, él bajó una de sus manos a la mitad de las piernas de su esposa e insertó un dedo, provocando un g$mido de la joven.

“Ten, prueba un poco», pidió él, y le metió el dedo en la boca, observándola chuparlo todo, «Maldición. Lo haces muy bien».

Luego, la llevó a la cama y se sentó allí con ella en su regazo. Al instante, la mujer se mordió el labio y se bajó de su regazo, colocándose entre las piernas de Su esposo, mientras se arrodillaba en el piso.

“¿Qué estás haciendo, Emilia?», preguntó el hombre, sin saber muy bien si ella realmente quería hacer lo que no podía quitarse de la cabeza desde que miró los labios carnosos de la chica. Entonces, cuando ella le pasó la mano por el muslo, Osvaldo contuvo el aliento y le dijo: «No juegues conmigo, niña».

Emilia, por su parte, sintió un fuego y un coraje inusuales cuando su esposo la tocó y después de probarse a sí misma de esa manera, escuchándolo hablar de chupar, sintió mucha curiosidad.

«En realidad, yo no soy una niña. Soy tu mujer, pronunció ella con toda la firmeza que pudo, pero Osvaldo notó que le temblaban las manos cuando posó los dedos en el elástico de su pantalón.

«Mi mujer», repitió él y sonrió, ayudándola a quitarse los pantalones. Ella estaba muy cerca y su miembro golpeó su rostro, sorprendiendo un poco a Emilia. Fila ya sabía que era grande, ya había puesto la mano allí, pero la verdad era que no lo había mirado tan de cerca Osvaldo la vio pasarse la lengua por los labios, y cuestionó: «Eres una p$ta nata, ¿No es así, Emilia? ¿Mi pequeña p$rra?»

Después de esas palabras, él sostuvo su cabello en la parte de atrás de su cuello y la obligó a mirarlo. En ese instante, Emilia sintió que estaba chorreando entre sus piernas, bajando por sus muslos.

«Soy… tuya…”.

“Chúpate a tu hombre», pidió él, y aunque la chica no tenía experiencia, cuando ella lo sostuvo con sus manos, el hombre echó la cabeza hacia atrás. Con tan solo la primera lamida, él supo que tendría que contenerse, o ni siquiera duraría hasta que ella se lo metiera en la boca. Al menos lo que encajara.

Su miembro sabía completamente diferente a cualquier otra cosa que ella se hubiera puesto en la boca, y eso le encantó. El hecho de mirar a Osvaldo cómo estaba, claramente loco de placer y amando lo que ella estaba haciendo, la hizo sentir mucho más segura.

Le estoy dando placer, pensó la chica con orgullo, y prestó atención a cada una de sus reacciones para saber qué le agradaba más. Luego, cuando él sujeto su cabeza con más fuerza y comenzó a moverse hacia adentro y hacia afuera, Emilia g!mió, pero él se detuvo abruptamente.

«Ven, siéntate aquí”, indicó, tomando la mano de ella, ayudándola a acostarse sobre él, «¡Estás calienta Maldita sea, Emilia! ¡De verdad estás muy caliente! ¡Así es, baja, siéntelo todo dentro de ti!».

Su miembro era ancho, grueso, y en esa posición ella era capaz de sentirlo mucho más. La sensación de ser penetrada de esa manera era levemente dolorosa y muy placentera al mismo tiempo. Entonces, Osvaldo la agarró por la cintura y la hizo bajar con cada vez más fuerza y velocidad.

“Tócate, amor», le pidió y Emilia hizo exactamente eso de inmediato. Pronto, ella estaba contrayéndose frenéticamente sobre él y apretándolo.

En ese momento, Osvaldo la atrajo hacia sí, en un abrazo, levantó las caderas y aumentó la velocidad, haciendo que la chica gritara y alcanzara nuevamente el %rgasmo.

Tras ello, volvieron al baño y la noche fue más tranquila. Osvaldo, por su parte, quería más, sin embargo, le daría tiempo a su esposa para que se acostumbrara, o la dejaría sin un poco de fuerza.

Por la mañana, él tuvo que partir nuevamente, pero no lo hizo sin despedirse de Emilia.

«No sé si voy a poder contestar el teléfono. ¿De acuerdo?». Lo último que el hombre quería era que ella se enfadara de nuevo, así que le dijo: «Pero cualquier cosa, puedes mandarle un mensaje a Santiago. Si el tampoco responde es porque no se puede, de verdad”.

Al escuchar eso, la chica sonrió levemente.

“Muchas gracias por avisarme”, respondió ella y él la besó, antes de darse la vuelta y marcharse.

Mientras los niños estaban a la escuela, Emilia fue a visitar a su madre. Si ella pudiese elegir, Diana se habría quedado allí con ellos y no con Roberto. pero no podía sacar a su madre del techo de su esposo sin levantar sospechas de serios problemas entre los demás miembros de la organización.

Además de eso ella realmente no quería crearle otro problema a Osvaldo.

Al llegar a la casa de su padre, Emilia lo vio salir del pasillo que conducía a la oficina.

¡Pero qué mala suerte tengo!, pensó la joven, dado que tenía la esperanza de no encontrarlo en la casa.

“¡Ah, por fin llegaste!», dijo Roberto, mirándola de arriba abajo. «Ahora eres oficialmente la p$ta de Herrera».

Al escucharlo, Emilia sonrió de forma burlona.

«Sí, así es. Con el mayor placer y orgullo”, entonces, vio los ojos de su padre brillar extrañamente.

«No niegas que eres hija de tu madre», dijo el y chasqueó la lengua. «Hablando de tu mamá, ella está arriba”.

La chica no dijo una palabra más y se giró para subir las escaleras, pero antes de llegar al tercer escalón, Roberto la agarró de la muñeca.

«No olvides lo que hablamos antes, ¿De acuerdo?

Seduce a tu esposo y conviértelo en tu cachorro. Se que Osvaldo Herrera no tiene agallas para resistirse a una mujer bonita»

De inmediato, Emilia tiró hacía atrás la muñeca y siguió subiendo las escaleras. Sin duda alguna, hablaría con Carolina al respecto. Sí, ella sabía que su amiga no era parte de la mafia y no debería entrometerse en estos asuntos, pero sería bueno tener una opinión externa. Porque, hablar directamente con Santiago era peligroso.

Por otro lado, Diana estaba mucho mejor y permanecía en la habitación de invitados.

“Prefiero esto. Es mucho mejor que escuchar a tu padre quejarse”, dijo la mujer y Emilia asintió.

«¿Él te está molestando mucho?», cuestionó la chica, tomando la mano de su madre.

“Es increíble, pero no. Ha sido razonablemente amable, no me ha gritado. Él…”, la mujer se mordió el labio.

«Me preguntó si estaba bien y si necesitaba algo».

En seguida, Emilia enarcó las cejas.

«No esperaba eso de él”.

«Yo menos. Tu padre nunca fue bueno, incluso después de que te tuve, o cuando tuve esa caída y me rompí el brazo”.

“Mamá, sé que nunca preguntó y es posible que no quieras responder, perdóname por esto. Pero… ¿Alguna vez se gustaron?”.

En ese instante, Diana tragó saliva.

«Pensaba que tu padre era atractivo”, respondió la mujer y sonrió tontamente. «Él era hermoso, hija mía. Y encantador Cuando nos conocimos, él me trató muy bien. De hecho, fue él quien pidió nuestra unión”

Diana parecía sumergida en los recuerdos mientras contaba la historia, «Mi padre, evidentemente, aceptó. Él era uno de los hombres más cercanos al señor, el padre de Osvaldo. Además, se unió al Consejo a pesar de que era joven. Por otro lado, nuestro matrimonio fue largamente esperado. Él me trató bien».

“¿Y cuándo cambió eso?», preguntó la chica y Diana suspiró.

“Bueno, había otro chico que era muy amigo mío. Él era hijo de uno de los soldados, por lo tanto, tenía un estatus más bajo. De hecho, él era g$y, solo que yo no podía decir nada. Eso estaba estrictamente prohibido. Pero, tu padre se puso celoso y dio a entender que este chico y yo…”

En seguida, Diana empezó a llorar y la joven la abrazó.

«Tranquila, mamá. ¡Perdóname por preguntar!, dijo Emilia, mientras acariciaba el cabello de su madre.

«Yo nunca contó el secreto de mi amigo, pero tu padre no creería que yo no tenía nada que ver con ese hombre. Él… desde aquel entonces, me ha tratado muy mal”.

«Mamá, ¿Acaso te obligó a…?».

«No, no. Nunca se llegó a tal extremo».

Al escucharla, la chica asintió con la cabeza y las dos se abrazaron durante un largo rato. En ese momento, ella quería decirle a su padre que su madre nunca lo había engañado, pero ¿Cómo iba a demostrarlo?

Además, eso no cambiaría el hecho de que su padre golpeaba a su madre. Y mucho menos su conspiración actual contra Osvaldo.

Tres semanas más tarde, la vida en la casa de los Herrera iba muy bien, sin mayores problemas, y la chica realmente se sentía en familia. Osvaldo había dicho que no habría amor entre ellos, pero en ocasiones la llamaba «amor», y siempre intentaba complacerla.

Viajaremos en una semana, Emilia», anunció él al llegar a casa una noche. «Tu madre está mejor y por fin podemos disfrutar de nuestra luna de miel».

“¿Cuánto tiempo durará el viaje?», preguntó ella, secándose el cabello.

«Una semana. Sé que no es mucho tiempo, sin embargo, no puedo estar lejos de aquí por muchos días», explicó el hombre a modo de disculpa. «Pero prometo que el viaje será memorable”.

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