Capítulo 10:

Máximo había tenido un día agotador. Le tocó trabajar duro y almorzar con los demás en el campo. No obstante, cuando llegó a casa esperando tener un poco de paz, se encontró con que Carolina estaba escuchando música tan alta que podía oírla desde el primer piso.

«¿Qué mi$rda tiene esa mujer en la cabeza?», se preguntó molesto. Nunca fue a muchas fiestas, solo iba a las que eran obligatorias. «¡Carolina!».

Sintiéndose mareado, subió las escaleras. El ruido le resultaba tan ensordecedor que no podía ni pensar. No solo se trataba de su piel, que fue destrozada por el fuego, sino que también se volvió hipersensible a los ruidos fuertes en el oído afectado.

Con el pulso acelerado y la vista borrosa, consiguió llegar a la habitación. Como abrió la puerta de golpe, perdió el equilibrio. Carolina soltó un grito y luego abrió mucho los ojos cuando lo encontró tendido en el suelo. Apagó la música.

«¡Máximo!», dijo y se levantó de la cama, sin recordar que tenía el pie lastimado, por lo que terminó gritando de dolor al caer también al piso.

En ese momento, la rabia de Máximo se disipó al verla llorar. Aunque seguía mareado, se le acercó.

“¿Estás bien?», le preguntó, sintiéndose como un idiota. Si se encontrara bien, no estaría llorando, ¿Verdad?

«¿Y tú?», murmuró ella, poniéndole la mano en la mejilla.

El chico se cubrió la cara con la mano y la miró a los ojos. A pesar de que lloraba, parecía preocupada por él; no obstante, descartó esa idea enseguida. ¿Por qué mi$rda se interesaría en él?

Máximo se incorporó, todavía algo aturdido, y la ayudó a como le fue posible. Enseguida, la dejó sobre la cama y tomó asiento a su lado.

«No pongas… la música muy alta», le pidió, y ella lo miró con extrañeza. —

«¿Te hace daño?», inquirió mientras notaba que su rostro se volvía tenso y él parecía sufrir. Bueno, la respuesta era obvia, si hasta cayó al piso, ¡Por Dios!

Máximo se llevó la mano a la oreja, junto a la máscara.

«No soporto los ruidos fuertes», dijo.

Entonces se dio cuenta de que no debería haberlo dicho. Ahora la chica conocía uno de sus puntos débiles.

«¿Cómo está tu pie?», habló cambiando de tema.

La muchacha desvió la vista hacia la zona que comenzó a palpitar.

«Me duele ahora».

«Eres una tonta. ¿Por qué pisaste el suelo?».

Se lo quedó mirando incrédula y luego hizo una mueca sarcástica.

«Escuché que eras un hombre inteligente; pero, la verdad, lo he estado dudando en los últimos días».

«¿Qué… qué quieres decir con eso, mujer?». Se levantó, furioso.

«Bueno, tú eres la que está haciendo suposiciones estúpidas aquí. No sé qué pasa por esa cabecita tuya, pero hay momentos en los que pareces un poco incapaz. A lo mejor tengo que internarte», bromeó; sin embargo, a él no le pareció gracioso.

Máximo sujetó a Carolina por la barbilla, con un poco más de fuerza de la necesaria.

«¡No soy ningún incapaz!».

La chica entrecerró los ojos e intentó apartarle la mano; desde luego, él ni siquiera se movió.

«¡Suéltame!», exigió, haciendo un mohín con los labios. «¡Eres un animal!».

La miró de arriba abajo y vio las marcas de amor

que le había dejado en el cuello y el pecho.

«Como si no te gustara», se burló acercándola y sonriendo con picardía.

Los ojos de la muchacha se dirigieron a sus labios antes de devolverle el gesto. En ese momento, Máximo recordó algo. Había pasado el día pensando en alguna cosa, aunque no supo de qué se trataba.

«¡Carolina, todavía no vas al médico!». Se apartó de su esposa, sacudiendo la cabeza, quien lo miró con el ceño fruncido.

“¿Qué quieres decir?».

Se pasó las manos por el cabello, con frustración.

«Te hiciste daño y no fuiste al hospital. Te traje a casa, ¡Pero aún no te ha visto ningún médico!»:

Maldijo para sí mismo y: abandonó el dormitorio.

La chica ni siquiera se dio cuenta del hecho, tal vez porque se había distraído pensando en todas las cosas que él sabía hacer. ¡Hasta subió el volumen de la música para intentar despejar la mente!

Máximo bajó las escaleras a toda prisa. Su teléfono estaba muerto, así que fue al despacho a hacer la llamada.

“¿Está todo bien, señor?», preguntó Dolores preocupada.

“Sí, solo necesito llamar al médico».

“¡Ay, señor! Lo lamento, me olvidé por completo», respondió la anciana, sintiéndose culpable. Pensó que él lo haría, por tanto, no le dio importancia; ahora se daba cuenta de que no fue así.

«No pasa nada. Era mi responsabilidad, Dolores», dijo Máximo mientras llamaba al médico que le había atendido anteriormente en la finca, cuando se aislaba.

«Hola, Doctor Claudio. Me gustaría que viniera. Mi esposa se lastimó el pie».

«¿Se casó? ¡Felicidades por su matrimonio!”, exclamó el médico. «Por supuesto. En cuanto termine con un paciente aquí, voy para la finca».

«Gracias».

Este llegó en menos de una hora. Era moreno, con ojos almendrados y el cabello corto. También, al menos cuatro dedos más bajo que Máximo.

«Bienvenido, doctor. Ella está en el dormitorio»:

La cara del doctor se llenó de asombro cuando entró y sus ojos se fijaron Carolina.

«¡Hola!», lo saludó ella con cordialidad. Se había puesto un pantalón cómodo y una camisa holgada, lo que su esposo consideró conveniente, ya que no le acentuaba el cuerpo.

¡Soló yo puedo mirarla!, pensó.

Sin embargo, al parecer eso no era suficiente para evitar que el doctor se sintiera seducido por ella.

Máximo no se dio cuenta de nada hasta el momento en que el médico puso sus manos en el tobillo de Carolina y dejó escapar un leve suspiro.

Aunque fuera un profesional, su comportamiento le pareció inaceptable.

«¿Va todo bien, doctor?», preguntó, frunciendo el ceño.

No se atrevería, habló para sí mismo.

«Sí, sí», respondió, enseguida se aclaró la garganta.

«No creo que se haya roto nada, pero sería bueno echar un vistazo en el hospital y hacerle una radiografía».

«De acuerdo».

Máximo fulminó con la mirada a Carolina, sabiendo que eso significaba que tendría que ir al pueblo otra vez.

«Si quiere, puedo llevarla yo. Sé que no le gusta salir», se ofreció el médico.

Máximo lo miró con severidad, forzando una sonrisa tensa, en la que Carolina percibió cierto peligro.

«Yo cuidaré de mi esposa. No importa si no me gusta salir. Es mi mujer, por lo que sí, la llevaré yo mismo a los exámenes que sean necesarios».

El médico tragó saliva y dirigió la vista hacia la muchacha, lo que irritó aún más a su esposo.

¡Hijo de p$ta!, pensó con la ira sintiéndose como lava en sus venas.

Tal vez no se hubieran casado por amor, pero seguía siendo su esposa y aquel miserable deseaba mucho más que una simple relación médico-paciente con ella. Máximo había vivido lo suficiente, por tanto, conocía a perfección lo que pasaba por la mente del maldito hombre.

«Por supuesto, Señor Castillo», contestó Claudio, con la sonrisa tensa. «Bueno, ¿Quiere que nos vayamos ya?».

«Iremos por la mañana”, respondió con dureza. «Ya está bastante cansada. La llevaré al amanecer».

«De acuerdo», aceptó el sinvergüenza, y Máximo se dirigió a la puerta, llamando a Dolores.

“Por favor, acompaña al Doctor Claudio a la salida.

Yo me quedaré aquí con mi mujer».

Como la anciana conocía bien a su señor, sabía que solo marcaba territorio. Sonrió para sí y asintió, volviéndose hacia el invitado.

“Sígame, por favor».

En cuanto el médico se marchó, Máximo cerró la puerta con rabia. Por su parte, Carolina permaneció en silencio y un poco confundida. Al principio, los dos parecían cercanos, casi amigos; luego su esposo enfureció sin razones.

Se volvió hacia ella.

«¡Ese hijo de p$ta atrevido!», refunfuñó, acercándose y le tomó el cabello por detrás para obligarla a mirarlo. «¿Te parecía atractivo?”

.

.

.

Consejo: Puedes usar las teclas de flecha izquierda y derecha del teclado para navegar entre capítulos.Toca el centro de la pantalla para mostrar las opciones de lectura.

Si encuentras algún error (contenido no estándar, redirecciones de anuncios, enlaces rotos, etc.), por favor avísanos para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Reportar