Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 11
Capítulo 11:
Ella se quedó viéndolo confundida, luego a la puerta y de nuevo a Máximo. ¿Se había vuelto loco? Esos no eran celos, ¿Verdad?
“¿Estás hablando… del médico?», balbuceó aún incrédula.
«¿De quién más, Carolina?», replicó. Ella creyó ver en sus ojos una pizca de dolor, expectación y miedo.
“Es que no entiendo a qué viene esto. Me miró el tobillo, te enfadaste, ¿Y ahora me preguntas qué opino de su aspecto? Discúlpame, pero creo que me estoy contagiando de tu incoherencia».
Cuando la haló del cabello con suavidad, sus ojos destellaron de forma peligrosa.
«¡No juegues conmigo! ¿Te gustó lo que viste?»
Carolina puso la mano sobre la suya y dio un apretón. Si bien hizo una leve mueca de dolor, no la dejó ir, por lo tanto, volvió a pellizcarlo.
“¿Qué haces, mujer?».
«Darte una respuesta sin sentido, al igual que tu pregunta», dijo con voz monótona.
Máximo se dio cuenta de que la estaba culpando de algo que ella no había hecho. Carolina no le prestó atención al doctor.
Dejó caer la mano hasta su cuello y suspiró.
«Lo lamento. Yo…». Chasqueó la lengua. «No me gusta que traten de quitarme lo que es mío».
«¿Y yo… soy tuya?», quiso saber ella, entrecerrando los ojos.
«¡Claro que lo eres!», afirmó tomándole la mano.
No obstante, al mirar, no encontró nada en su dedo. Su rostro palideció. «¿Dónde está tu anillo?».
«¿Qué anillo?», inquirió por su parte. Máximo se le quedó viendo la mano durante un minuto, luego volvió la atención hacia su rostro. Notó que se ponía roja, aunque no de furia.
«No acostumbro a olvidar los detalles… eh… espera aquí».
Salió corriendo de la habitación y ella se quedó contemplando el espacio vacío.
Máximo bajó las escaleras a toda prisa y casi chocó con Dolores.
«¡Perdón!». La palabra salió de su boca casi con demasiada rapidez.
«No pasa nada, señor. ¿Puedo ayudarlo en algo?».
«No, es que…». Volvió a correr, entró en el despacho, cerró la puerta y se dirigió a la caja fuerte.
Máximo le dio tan poca importancia a la boda que se había olvidado por completo de los anillos.
Cuando abrió la caja fuerte, no vio en ella lo que estaba buscando. Luego recordó que lo dejó en el cajón del escritorio.
¿En qué estaría pensando?, se preguntó abriéndolo. ¡Ahí estaba! Miró en el interior, pero su expresión distaba mucho de ser de satisfacción.
De hecho, le había encargado a su asistente en la capital que comprara los anillos y se los enviara allí; sin embargo, nunca se preocupó por echarles un vistazo.
«¡Mi$rda!», exclamó. Eran demasiado simples.
Como su padre le advirtió que su futura esposa era ambiciosa y le gustaban los lujos, decidió pedir un par cualquiera, sin ningún significado, ya que no quería casarse con ella. Había sido un simple acto de maldad; pero ahora…
«No puedo darle esto a Carolina», susurró apoyándose en la mesa, con la cabeza gacha.
Incluso si no la amaba, le parecía incorrecto ofrecerle aquel par de anillos.
¡Por el amor de Dios, le pagas cada sesión de se%o!
¿Y qué si le das un anillo barato? Ella ha ganado joyas valiosas antes. ¡Está jugando contigo, idiota!
Es una mujer fácil, ¡No caigas en su trampa! pensó con amargura, respiró profundo y subió con la caja.
Si a la chica no le gustaba, ¡Sería su problema!
Al entrar en la habitación, se la entregó a Carolina, quien hizo una mueca.
«¿Por qué me pagas ahora?», le preguntó, claramente molesta.
«Son los anillos».
«¡Vaya…!», exclamó. Sin embargo, él no estaba de humor. Así que abrió la caja, sacó una de las argollas matrimoniales, sujetó la mano de Carolina y se la puso. Sus dedos eran finos y delicados.
Carolina miró el anillo: Aunque sabía que era simple, no le importó. Nunca fue una persona de grandes ambiciones ni de desear joyas costosas o lujos. Lo importante era que la alianza representaba su matrimonio. Era una mujer casada. Para eso servía, ¿No?
«Gracias», dijo con una leve sonrisa.
Máximo frunció un poco el ceño.
“¿Y qué, no te piensas quejar?».
«¿Quejarme de qué? ¿De ti?».
«¿De mí? Pero… ¡No! ¡Estoy hablando del anillo!».
«Bueno, si vas a ser grosero otra vez, ¡Puedes irte!», lo regañó y hasta señaló la puerta.
«La habitación es mía…».
«Y me trajiste aquí porque quisiste, nadie te obligó».
Se miraron el uno al otro; Máximo tomó aire.
«Eres difícil de manejar, ¿Lo sabías? Debo tener mucha paciencia».
Ella se echó a reír con desdén.
“¿Ejercitas tu paciencia? ¡Soy yo quien tiene que ejercitar la mía! Cambias de humor como nadie que haya conocido».
«¿Estás diciendo que soy inestable e impredecible?».
«Si el zapato te queda…», comentó encogiéndose de hombros.
¡Qué mujer tan descarada! De verdad que no me tiene miedo.
Pero… eso no era malo,. ¿Verdad? Ella no estaba asustada, a diferencia de la mayoría de la gente.
Ella… ella nunca le tuvo miedo en realidad.
Se colocó el anillo de boda en el dedo y se acercó a la chica.
«Eres mía, Carolina. Espero que nunca lo olvides.
Soy inestable, ¡Recuérdalo!».
Abandonó la habitación sin dignarse verla.
Al cabo de una hora, decidió volver para intentar arreglar la situación; no obstante, cuando llegó, ella llevaba puestos unos auriculares y, al parecer, hacía una videollamada con otra persona.
Carolina estaba sonriendo, y Máximo se quedó tan atónito que ni siquiera pudo oír lo que decía. En realidad, hablaba sobre la escuela; pero él apenas alcanzó a oír algunas palabras, como: me va a gustar, ¡Me encanta!, ¡Qué lindo eres! y ¡Qué tierno!.
Máximo agarró su teléfono para enterarse de quién se encontraba al otro lado. Miró a Carolina, que tenía el ceño fruncido.
“¡Oye! Estoy hablando con…».
“¡¿Cómo te atreves?!». Con rabia, tiró el teléfono al piso.
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