Enamorado de mi ex esposa
Capítulo 1565

Capítulo 1565:

“Señora García, nunca se rendirá porque usted es su familiar y es lógico que quiera que se salve. Sin embargo, no soy miembro de su familia. Como médico, puedo analizar este asunto con racionalidad y sé cuándo debo darme por vencido con un paciente y cuándo no. El estado del Señor García es lamentable y cuanto más tiempo permanezca en el hospital, más tormento tendrá que soportar. Solo estoy tratando de ayudarlo, así que la estoy persuadiendo para que permita que le den el alta. De esa manera, él no se aburrirá aquí y, cuando regrese a la casa, pasará el resto de sus días haciendo lo que ama”.

“Usted…”.

Julia lo fulminó con la mirada, ya que no podía creer que el medico dijera palabras tan crueles.

Justo entonces, se escucharon pasos de alguien con unos tacones de aguja que se acercaba detrás de Timoteo. Él se dio vuelta y vio a Rita, cuyos ojos se tornaron rojos. La joven se detuvo frente al médico y lo miró fijo.

“Doctor Laguna, oí su conversación con mi madre. Usted dijo que, dado su estado de salud, mi padre probablemente no saldrá vivo de la cirugía. Asimismo, hay una mínima posibilidad de que sobreviva, ¿No?”.

“La probabilidad es inferior al treinta por ciento”, contestó Timoteo.

Rita se mordió los labios.

“Un treinta por ciento es de hecho una mínima posibilidad, pero podemos intentarlo de todos modos. ¿Y si mi padre sobrevive? Si no hacemos nada ahora, no tendremos posibilidades de tener éxito”.

“Ella tiene razón”.

Julia bajó la cabeza.

Timoteo entrecerró los ojos.

“En cualquier caso, ¿Tienes un riñón compatible?”.

En cuanto Julia lo oyó, pasó de la esperanza al abatimiento. Con el rostro pálido, se tambaleó y casi se desplomó en el suelo.

“Tiene razón. Sin un riñón compatible, todo lo que digamos es inútil, aunque Tadeo logre aguantar más”.

En ese momento, volvió a sentarse en el borde de la cama, abatida. En cambio, Rita cerró los puños, bajó la cabeza y se sumió en sus pensamientos.

Timoteo puso las manos en los bolsillos de su guardapolvo y dijo: “Muy bien, ya les he dicho todo lo que necesitaban saber; deberían reflexionar sobre el resto. Les pido que permitan que le den el alta al Señor García para que se sienta mejor. Estoy seguro de que no quieren que pase el resto de sus días sufriendo en el hospital. De acuerdo, ahora me voy. Volveré más tarde y espero que para entonces ya hayan decidido”.

Tras eso, se dio vuelta y se marchó.

Julia se cubrió el rostro con las manos y lloró con desesperación. Mientras tanto, Rita permaneció de pie con los puños apretados. Luego, miró a su madre y desvió la mirada hacia Tadeo, que estaba extremadamente delgado.

Como si hubiera tomado una decisión, la joven salió corriendo de la habitación. Sorprendida por su reacción en ese momento, Julia fue tras ella.

“Rita, ¿a dónde vas?”.

La joven se detuvo de repente, pero no se dio vuelta, sino que solo respondió: “Iré a buscar a la persona que puede salvar a mi padre”.

“¿A la persona que puede salvar a tu padre? ¿Quién es?”, preguntó Julia apresurada.

Rita entreabrió los labios y dijo: “Lo sabrás pronto, madre. Tengo que irme ahora”.

Tras decir aquello, abandonó el hospital a toda prisa. Perpleja, Julia la observó alejarse. Rita condujo su auto hasta la Compañía Paradigma; en el camino, apretó el volante con los ojos enrojecidos.

Si pudiera elegir, nunca querría buscar a Amber porque eso significaría que su identidad quedaría al descubierto. Cuando eso ocurriera, lo perdería todo; sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados y ver a su padre morir.

Nunca había disfrutado del amor de sus padres. No fue hasta que se volvió parte de la familia García que se dio cuenta de que tenerlos era maravilloso y reconfortante.

Anhelaba su amor y cariño, por lo que nunca querría que su identidad saliera a la luz. De Lo contrario, perdería todo lo que disfrutaba; por ello, nunca quiso que Amber conociera a sus progenitores.

No obstante, había llegado un punto en el que no tenía otra opción más que revelar su identidad para salvar a su padre enfermo; a fin de cuentas, no podía dejarlo morir.

Aunque todo el mundo dijera que él era una persona espantosa, para ella era el mejor padre del mundo. No podía dejarlo morir, aunque eso significara que ya no la reconocería como su hija.

Mientras pensaba, apretó los dientes. Pronto llegó a la Compañía Paradigma y estacionó el auto antes de entrar al vestíbulo.

La recepcionista la llamó preguntándole: “¿A quién busca, señorita?”.

Rita se detuvo de golpe.

“Estoy buscando a la Presidenta Reyes”.

Luego, continuó caminando.

La recepcionista se apresuró y la detuvo.

“Lo siento, señorita, pero ¿Tiene una cita? Si no la tiene, no puedo dejarla entrar”.

La joven frunció el ceño impaciente.

“No la tengo. Dígame qué tengo que hacer para ver a la Presidenta Reyes”.

“Sin cita, no podrá verla. A menos que ella acceda a recibirla, no dejaré que avance”, respondió la mujer.

“Comuníquese con ella y dígale que la estoy buscando, entonces. Soy Rita García”, pronunció mientras apretaba los puños.

La recepcionista asintió con la cabeza.

“De acuerdo, espere un momento, por favor”.

Tras eso, regresó al mostrador, tomó el teléfono y llamó a la oficina de Amber.

En el instante que Amber se marchó de la sala de reuniones, escuchó que el teléfono en su escritorio sonaba. Después de decirle algo a Raquel, se inclinó para recibir la llamada.

“¿Hola?”.

“Presidenta Reyes, hay alguien que quiere verla”, dijo la recepcionista.

“¿Alguien que quiere verme?”.

Amber frunció el ceño.

“¿Quién es?”.

A esas alturas, la recepcionista se había olvidado el nombre de Rita, así que se volvió para mirarla. Rita, impaciente, repitió su nombre, luego, la recepcionista continuó hablando con Amber, quien arqueó una ceja al escucharla.

“¿Ella? ¿Dijo por qué quiere verme?”, preguntó.

“No”.

La recepcionista negó con la cabeza.

“¿Desea verla?”.

“No”.

Amber rechazó enseguida su pedido.

“Dile que no tenemos nada de qué hablar, así que debería irse”.

“De acuerdo, Presidenta Reyes”, asintió la joven.

Después de finalizar la llamada, miró a Rita y dijo: “Lamento haberla hecho esperar, Señorita García. Sin embargo, la Presidenta Reyes dijo que no tiene nada que hablar con usted, así que no la recibirá. Me temo que tendrá que irse”.

“¿Cómo? ¡No quiere verme?”.

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