Capítulo 51:

Narrador:

“Basta, Vic, por favor, te lo ruego…”

Victoria vio que la súplica era real.

Estaban a punto de sucumbir y eso no era bueno para ninguno.

Lo miró directamente a los ojos.

Pudo notar la sombra que tenían.

Era mejor dejar las cosas como estaban

Aunque habría un antes y un después de esa noche.

Franco tomó a Victoria por la cintura y la colocó en el sillón a su lado.

La única ropa que se acomodó, fue el cinturón, que volvió a abrocharse.

Su respiración seguía siendo agitada.

Tenía la frente húmeda, producto de la transpiración.

Se pasó la mano para secarla.

Pasó su lengua por los dientes, con la boca cerrada.

Victoria lo observaba con suma atención.

Él pasaba la mano por su cara y su cabello, como si con eso cambiara lo que había pasado.

Un par de veces hizo el ademán de pararse.

Pero al final no lo hizo.

Evitaba la mirada inquisidora de la joven.

Por primera vez en su vida se sentía incómodo en una situación con una mujer.

Ella, que había permanecido inmóvil, se acomodó en su asiento.

Franco fijó la vista en ella.

“No te muevas ni un milímetro más, por favor”.

“Estoy tratando de irme pero no puedo”

“¿Tengo que asustarte?”

“¿Asustarme tú?, acá el único asustado soy yo que no sé qué hacer contigo…”

“¿Conmigo?”

“Bueno más bien conmigo respecto a ti. Quiero alejarte, créeme que lo intento, pero cada vez estás más cerca”

Golpeó sus rodillas con las manos.

“¡Mierda, Vic! teme estás metiendo bajo la piel”

“Y eso… ¿Es bueno o es malo?”

“Se siente bien, pero es malísimo”

Por fin pudo ponerse de pie.

Ella lo observó desde abajo y recorrió su cuerpo con la mirada.

Estaba fascinada con lo que veía.

Pasó la lengua por los labios.

Franco, al verla, sacudió la cabeza y tomó su camisa.

“Me voy a dormir, o eso intentaré”

Se le acercó y apoyó sus labios sobre la frente de Victoria.

“Sería bueno que tú trataras de hacer lo mismo”

Se dirigió a la puerta y sin voltear.

“Buenas noches, que descanses”

Y salió

Victoria abrazó sus rodillas con los brazos y se enterró aún más en el sillón.

No entendía qué había pasado.

Ella estaba lista para él.

¿Porque él parecía no estarlo para ella?

Sin saber por qué echó a llorar desconsoladamente.

Sentía cosas extrañas por Franco.

No tenía idea de si era amor, o solo atracción hacia un hombre por demás diferente a todos los que había conocido hasta ahora.

No podía dejar de llorar, al punto de ahogarse.

De pronto la puerta se abrió.

No tenía idea de cuánto tiempo había estado llorando, pero era seguro que no fue poco, pues Franco ingresaba a la habitación en ese momento, descalzo.

Estaba vestido solo con un pijama de pantalón y una sudadera.

Tenía dos tazas de café en la mano.

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