Victoria, la novia alquilada -
Capítulo 37
Capítulo 37:
Victoria:
Traté de despejar todos esos pensamientos de mi cabeza, pues debería estar lucido por los dos, tenía que apoyar a Victoria cuando caía en esos pánicos.
Me di un largo baño para quitarme las malas energías del cuerpo, o al menos eso decía mi madre cuando era chico, aunque creo que era para convencerme de bañarme.
Como todas las noches me puse solo el pijama.
Odiaba dormir muy vestido, así que nada de sudaderas ni medias.
El pantalón del pijama solo era para el invierno.
Al apoyar mi cabeza en la almohada, los recuerdos volvieron.
El rostro de Victoria pegado al mío tratando de besarme.
Sus uñas clavadas en mi nuca…
Dolía un poco.
Me froté tratando de calmarlo.
Supongo que lo merecía por lo que le había hecho en la mañana.
Cerré mis ojos para tratar de dormir, pero la puerta se abrió y se cerró tan rápido que no pude ver quien había sido.
Así que encendí la luz de mi mesa.
Mi sorpresa fue grande cuando, a al pie de mi cama, estaba Victoria parada.
Sorprendido me senté en la cama.
“¿Qué haces aquí, Vic?”
Se acercó lentamente.
Sus ojos tenían un brillo especial.
Victoria:
Le había pedido, casi rogado, que se quedara conmigo, pero no lo hizo.
Solo se fue.
Mi corazón se agita cada vez que se acerca a mí y cada vez que se aleja.
En realidad esperaba que aceptara mi pedido.
Pero no.
Se había ido.
Me levanté como pude, pues mis piernas aún estaban flojas.
Con mucha calma me dirigí al baño, me quité la ropa.
Pude observar en mis dedos resto de sangre.
Revisé mi cuerpo pero no encontré de donde había salido.
Así que me metí bajo la ducha.
Estuve allí por un largo rato.
Creo que quería ahogarme.
Franco estaba volviéndome loca.
Solo podía pensar en él y de cómo me sentía cuando estaba cerca.
Él nunca se fijaría en mí de esa forma, yo solo era una especie de empleada haciendo un trabajo para él.
Pero para mí se estaba convirtiendo en algo más.
Me estaba gustando este juego.
Me puse mi ropa de dormir, que era una sudadera larga.
Bueno en realidad no muy larga.
Solo cubría hasta el borde de mis nalgas, y salí de mi dormitorio rumbo al de Franco.
Abrí la puerta y me metí lo más rápido que pude, tratando de evitar que alguien me viera.
Una vez dentro me paré a los pies de su cama.
Esperaba observarlo dormir un rato.
Pero él encendió de inmediato la luz de su mesa.
“¿Qué haces aquí, Vic?”
Que me dijera ‘Vic’, me derretía por completo.
De pronto mi mente se llenó de pensamientos sucios.
Nunca había experimentado tal cosa.
Sentí como punzaba mi pelvis y se humedecía al mismo tiempo.
Mi corazón casi saltaba de mi pecho.
Sentí que mi mirada había cambiado.
Me acerqué a él muy lentamente.
“¿Te sucede algo, chiquilla?”
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