Capítulo 28:

Narrador:

“¿Entonces?”

Preguntó confundido.

“No quiero hablar contigo Franco”

Suspiró, tomó la manta que cubría a Victoria y tiró de ella hasta dejarla al descubierto.

“No te comportes como una niña que no lo eres”

“En este momento me siento como una”

“¿Lo dices por lo de anoche?”

“SÍ”

Dijo cubriéndose el rostro con ambas manos.

Franco le tomó las muñecas y le apartó las manos de su rostro.

Se las pasó por detrás de la espalda.

Victoria respiraba agitada pero no ponía resistencia.

Entonces él se acercó mirándola fijamente.

Se acercó tanto que ella podía sentir el calor de su respiración en sus labios.

“Si vuelves a tratar de besarme, voy a hacerte mía aunque tenga que forzarte”

Los ojos de la joven se salían de sus cuencas.

“No me mires como si pareciera un loco, estoy loco, pero loco por ti. No puedo no pensar en ti sin sufrir una er%cción”

A Victoria le abrumó tanta sinceridad.

“Así que no juegues conmigo porque te irá muy mal”

Sonrió malintencionadamente.

“Si rompes el pacto lo pagarás, pero no de manera legal, eso no me interesa a mí”

Ella tragó saliva y preguntó:

“¿Entonces?”

“Lo pagarás con tu cuerpo, con él me cobraré”

Dicho esto se acercó al cuello de Victoria y lo besó.

Primero con sus labios y luego con su lengua.

Sintió como el cuerpo de la joven se estremecía ante su contacto.

Entonces, le dio una leve mordida, suave como para no lastimarla, pero lo suficientemente fuerte como para que ella gimiera con el placentero dolor y le quedara una marca.

“Te dejé una marca, ahora es oficial, eres mía”.

“Trata de comportarte…”

Se puso de pie y se dirigió a la puerta, una vez allí volteó a verla.

“Eres hermosa, ¿Te lo había dicho?”

“Franco…”

Suspiró llevando la mano a la marca del cuello.

“Anda levántate que se hace tarde”

Y salió

Victoria quedó perpleja.

No solo la había retado, sino que le hizo sentir su poderío.

Pero en lugar de tenerle miedo, cada día estaba más fascinada con ese hombre.

Franco al salir de la habitación se pasó la mano por los labios que tenían el sabor de Victoria.

Sabía que no podía propasarse, pero le encantaba que ella creyera que sí.

Era perfecta esa tensión generada entre ambos.

Victoria:

¡Oh, por los cielos!

¿Qué carajo fue eso?

Me dirigí al espejo para verlo y me horroricé.

Me había marcado como al ganado.

Para males de colmo no había traído nada de ropa y mi vestido me dejaba a la vista por completo el cuello.

Moría de vergüenza de pensar en saludar a Dona Berta con semejante marca.

Así que tome la sudadera que me había dado para dormir y envolví mi cuello con ella al mejor estilo bufanda.

Por suerte era de color negro, así que con el rojo quedaba bien.

Al bajar me la encontré en el gran salón desayunando aún.

“Hola, cariño. ¿Cómo dormiste?”

“De maravilla, abuela”.

.

.

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