Capítulo 97:

«Harás lo que te diga, ¿Entendido?», dijo, sin ver a Emilia, quien asintió. «Muy bien. Mantente alerta. ¡Ahora!».

Tomándola de la mano, la condujo hasta la pared más cercana, siempre manteniéndola a su espalda. El sonido de las balas estaba mareando a la chica, sin embargo, tenía que mantenerse concentrada.

«Concéntrate, Emilia. Concéntrate», se dijo a sí misma.

«¿Sabes disparar?», preguntó Osvaldo.

«No».

“¡Mi$rda!», maldijo en voz baja y se prometió enseñarle en cuanto se casarán. Ya que se encontraba en una posición de privilegio, que Lo

convertía en un blanco constante, no podía permitirse tener una esposa tan indefensa. «Tenemos que entrar. Vayamos por el costado, ¿Sí?».

«De acuerdo».

«¡Quédate detrás de mí, Emilia!».

Miró de lado a lado, disparando aquí y allá. La muchacha se centró solo en él. Aunque el recorrido duró menos de dos minutos, a ella le pareció una eternidad.

En cuanto entraron, el olor a sangre la alcanzó. Al mirar a su alrededor, notó que los soldados ayudaban a las personas a entrar por otra puerta. Pero detrás de ellos, en el pasillo… emilia se dio cuenta de las manchas tanto en el piso como en las paredes, Tragó saliva.

«Llévensela».

«¡No!», Se aferró a él. «¿A dónde vas?». Los ojos de Emilia brillaban de preocupación y Osvaldo se limitó a abrazarla mientras la colocaba donde deseaba.

«Ayuda a la gente a calmarse. Ahora vuelvo. Es mi trabajo». Le dio un rápido beso en los labios y se marchó.

Emilia oyó ruidos detrás, por lo que bajó las escaleras. Había mujeres llorando.

«¡Madre!, pensó al tiempo que echaba un vistazo a su alrededor; no la vio.

«¡Señora Eleonor!». Emilia se dirigió a la mujer mayor que formaba parte del grupo. «¿Se encuentra bien? ¿Ha visto a mi madre?».

Esta se quedó viéndola con lástima; Emilia retrocedió un paso.

«Mi niña…”.

«No». Emilia sacudió la cabeza, negando. «No. No está muerta. No está…».

Continuó murmurando.

Algunas mujeres vieron a Emilia y se acercaron a ella. Era la prometida de señor, por lo tanto, alguien a quien naturalmente debían seguir.

«Señorita Sánchez, ¿Qué pasó arriba? ¿Quién es el responsable?», preguntó una.

«Yo no…”.

«¡Dios mío, qué horror!» exclamó otra mujer, al tiempo que el mareo de Emilia se agudizaba.

“¡Silencio! .¡Dejen respirar a la niña!», reprendió doña Eleonor, tomándola del brazo y ayudándola a sentarse. «Querida, respira hondo».

Emilia asintió, obedeciendo. No podía dejarse llevar por el pánico cuando Osvaldo había subido a arriesgarse para mantenerlos a salvo.

Lo menos que podía hacer era ayudar de alguna manera.

«No sé quién nos atacó, pero Osvaldo se encuentra luchando junto con los soldados. Quedémonos aquí e intentemos calmarnos. Recemos para que nuestros hombres regresen con bien».

Hubo un murmullo de acuerdo, y pronto, eran pocos los que lloraban.

Emilia vio agua y otras provisiones en la habitación, que habían sido preparadas. con anterioridad. Llenó algunos vasos de este líquido y pidió a otras chicas, las que parecían estar en mejores condiciones, que ayudaran a distribuirlo junto con algunas galletas.

Una hora más tarde, se abrió la puerta dejando ver a un soldado al que seguía Osvaldo Emilia corrió hacia este y, sin pensarlo dos veces, se arrojó a sus brazos, sorprendiéndolo.

Sin embargo, no la apartó. Como ella le apretó en el costado y en el brazo heridos, Osvaldo se quejó ligeramente. La muchacha se preocupó.

«¿Estás…?», empezó a preguntar; él movió la cabeza negativamente.

«Señoras, ya pueden marcharse. Por favor, salgan con calma», ordenó Osvaldo, tomando a Emilia de la mano. «Tú vienes conmigo».

Esta se puso en marcha y, en cuanto se alejaron un poco, decidió detenerse. Osvaldo la miró.

«¿Dónde están mis padres?», preguntó. Él dejó salir un suspiro.

«Vamos», insistió. La muchacha respiró profundo antes de seguirlo.

Recorrieron un amplio pasillo hasta llegar a una puerta de madera roja, que Osvaldo abrió. «Emilia, quiero que confíes en mí y mantengas la calma, ¿De acuerdo? Estoy aquí contigo».

«¿Es mi madre?», inquirió la chica. «No estaba abajo. Ella…”, se interrumpió.

«Shhh». La abrazó, aunque le dolía moverse de esa manera. «Tranquila», le dijo antes de abrir la puerta.

El padre de Emilia se encontraba sentado, siendo atendido por un médico. Su madre yacía en el sofá, recibiendo también cuidados.

Emilia corrió hacia Diana.

«¡Mamá!».

Osvaldo no le permitió acercarse demasiado.

“Espera, no podemos estorbar», le advirtió.

«¡Tiene que ir al hospital!”, chilló Emilia, con lo que Osvaldo se mostró de acuerdo.

«Irá. Nuestra ambulancia viene en camino. Solo tengo que asegurarme de que lleguen a salvo».

«¡Quiero ir con ella!».

«No, no irás», respondió con firmeza.

«¡Es mi madre!». Cuando Emilia levantó el mentón, sintió que la halaban del brazo.

«¡No le hables de esa forma al señor, niña! ¡No fue así como te eduqué!», regañó su padre.

Osvaldo sujetó con fuerza la muñeca de Roberto.

«Si vuelves a tocar así a mi prometida, perderás la mano».

«Lo siento, señor. Aunque, con el debido respeto, aún no está casada.

Sigue bajo mi autoridad».

«Y tú estás bajo la mía. No vuelvas a tocarla así, ¿Entendido?». Osvaldo habló con severidad, y Roberto palideció, soltando a Emilia.

La chica había olvidado que su padre también estaba herido, tal vez porque parecía moverse muy bien.

«Osvaldo, tengo que ir con ella».

«Irás después; primero, tienes que calmarte. Además, de todos modos, no podrás entrar con ella. Esperar en el hospital no ayudará a ninguna de las dos. Iré con ella, ¿De acuerdo?

«Pero…». Emilia protestó.

«Soy médico, ¿Recuerdas? Tranquilízate».

También había olvidado ese detalle.

«Está bien. Entonces….». Miró a su padre. «¿Él vendrá conmigo?».

«Si, Pediré que los lleven. Él no conducirá esta noche. Te llamaré cuando tenga noticias y arreglaré para que alguien te recoja, ¿De acuerdo?».

Emilia aceptó.

A continuación, Roberto se puso al frente con Osvaldo y Emilia siguiéndolo.

«¿Y Santiago?». Ella echó un vistazo alrededor.

«Está ocupándose de otras cosas», respondió Osvaldo con un toque de disgusto en la voz. No pudo evitar sentirse incómodo cuando escuchó a Emilia mencionar el nombre de su hermano. «Y sobre lo que hablamos antes… no olvides lo que te dije».

«Yo no hice nada; debió ser un error. Quise enviárselo a Carolina, pero se me cayó el teléfono de la mano cuando me asustó mi padre», habló rápidamente Emilia, Osvaldo la miró serio. «No te miento».

«Está bien».

«Estás herido, ¿Te duele mucho?».

«Estaré bien. Voy al hospital», respondió él con una sonrisa. «Vete a casa; hablamos luego».

Le besó la frente y la ayudó a subir al vehículo. En cuanto se alejó, llegó la ambulancia. Osvaldo esperó a que Diana se acomodara y pidió a los paramédicos que se adelantaran. Él los seguiría.

“¿Santiago?». Llamó a su hermano.

«Todavía no dice nada», respondió la voz del otro lado. «¿Vienes para acá?».

“Más tarde. Primero voy a ocuparme de mi futura suegra y luego iré.

No lo mates. Yo mismo le sacaré las malditas respuestas a ese imbécil».

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