Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 94
Capítulo 94:
La ansiedad la consumía.
¡Terminarás haciendo un agujero en el piso si sigues paseándote de un lado a otro así!». Emilia tomó la mano de Carolina. «Y te vas a quedar sin uñas».
«Es que… ¡No contesta al teléfono!».
«¡Sí, porque está en el avión, Carolina!».
Yolanda y César también se encontraban presentes. Como la noticia se había extendido con rapidez, era de esperar que el avión estuviera repleto de periodistas. Máximo les pidió que no lo recogieran para evitar más especulaciones. De hecho, Osvaldo se encargó de que lo sacaran del aeropuerto por otra vía.
El teléfono de la muchacha sonó. Al ver de quién se tratada, se encontró con el nombre de Jade.
«Carolina, ¿Cómo estás?», preguntó esta, Carolina se dio cuenta de que susurraba.
Seguro que llama a escondidas de su marido, pensó.
«Estoy nerviosa, angustiada y esperando noticias de Máximo».
“Todo saldrá bien, estoy segura. No puedo decir mucho. Solo quería…
Cuídate». Jade colgó el teléfono; Carolina frunció el ceño.
«¿Quién era, querida?», inquirió Yolanda. La chica suspiró.
«Jade. Llamó a escondidas, seguro».
Emilia negó con la cabeza.
«¿No hay forma de arreglar su situación?», dijo ella. «¡Es ridículo que ese hombre se siga saliéndose con la suya! ¡Abusa de su mujer!»
Mientras hablaba, se sentía como una hipócrita. Su padre no era mucho mejor. La diferencia era que la madre de Emilia, habiendo nacido en la mafia, fue educada para no quejarse nunca. Lo que ocurría en el hogar se quedaba en el hogar.
Entonces, se preguntó si Osvaldo le pegaría. Él era… intenso, hasta encontrándose en público,
“¿Em?”, Carolina apoyó la mano en el brazo de la pelirroja, lo cual la hizo dar un respingo.
“Tranquila. Te…. Te te pusiste pálida de repente».
Emilia vio a su alrededor y se dio cuenta de que era el centro de todas las miradas.
«Yo… no, es que me distraje pensando». Hizo un gesto con la mano, como desechando la idea. «Perdón».
Carolina imaginó lo que Emilia podría haber estado pensando. La chica tendría un matrimonio arreglado y, por lo que esta le contó, el novio no era alguien con quien se pudiera jugar.
Todos esperaron hasta que por fin se abrió la puerta del apartamento. Carolina corrió hacia Máximo, quien continuaba con la cabeza gacha, sacando la llave.
“¡Oh, hola!” dijo, levantándola en brazos mientras ella lo llenaba de besos. “Tendré que viajar más seguido para recibir estos saludos”.
Volvió a dejarla en el piso, aunque deseó poder dirigirse derecho a su habitación y perderse en ella. No obstante, tanto la familia como Emilia se encontraban presentes. A esta última, Osvaldo le pidió que le dijera a Emilia que bajara para encontrarse con él, en cuanto estuviera en casa.
El hombre no fue en el mismo automóvil, sino que lo siguió para recoger a Emilia. Máximo se alegró porque, aunque Osvaldo parecía no notarlo, se interesaba en ella. No se trataba de que quisiera que este se olvidara de cualquier interés romántico por Carolina, aunque también era el caso, sino porque iba a casarse con Emilia, quien era una buena persona y se merecía ser amada.
«Emilia, tu novio está abajo», informó, a lo que ella asintió con la cabeza, mientras que Carolina arrugaba la frente.
«¿Cómo es que tú lo conoces y yo no?», preguntó.
«Luego hablamos», susurró Máximo al oído de su mujer.
En cuanto Emilia se fue, Yolanda preguntó: «Hijo mío, ¿Cómo pasó todo esto?».
«Bueno, necesitaba ocuparme de un problema de la finca, relacionado con los animales. Así que decidí pasar por el pueblo para hablar con Bastian y Raúl; pero apareció Domenico e hizo un escándalo. Parece que había intentado coquetear con Bastian», explicó Máximo.
«Debió de rompérsele el corazón cuando te casaste», comentó César.
Yolanda le dio un ligero golpecito en la mano. «¿Qué? Es verdad. Me fijó en cómo miraba a Máximo».
«¡Qué asco, papá! De todos los hombres, ¿Domenico se interesó por mí?».
«¡Máximo!» regañó Yolanda; él se encogió de hombros.
«Decepcionante», afirmó. «De todas formas, hizo una escena, atacó a Raúl y gritó insultos homofóbicos. Mejor no repetir cómo lo llamó».
«¡Eso es absurdo!», espetó Carolina. «¿Qué pasó con Raúl y Bastián?».
«Es mejor preguntar qué le pasó a Domenico. Raúl le dio una buena paliza. Fue satisfactorio verlo».
«¿Y su implicación en tu accidente, hijo?», preguntó César, con semblante sombrío.
«Al parecer, lo único que quería era asustarme. Eso es lo que dijo, al menos». Máximo soltó un suspiro.
«¡Un momento!», interrumpió César. «¿Cómo te enteraste? ¿Lo confesó así como así?».
«Bueno, lo detuvieron por agresión y acabó confesando a la policía. Estaba molesto porque rechacé un maldito regalo suyo que ni siquiera recibí. Según él, esa fue la motivación», explicó Máximo.
«¿Jade?», preguntó Yolanda. «¿Será que fue ella quien lo devolvió?».
«No lo sé; nunca mencionó nada». Se sinceró Máximo. «De todos modos, pagará por lo que hizo».
«Ya era hora», afirmó Carolina, apretando el puño. «¡Tengo ganas de pegarle yo misma! ¡Te hizo daño!”
Máximo sostuvo las manos de Carolina y las besó.
“Eso está en el pasado. De no ser así, tal vez nunca te hubiera conocido, ¿Verdad? Por eso no le odio tanto».
«Preferiría que nunca hubieras pasado por todo ese dolor”, declaró ella, bajando la mirada.
Máximo la estrechó en un abrazo, y tanto Yolanda como César comprendieron que era hora de marcharse.
«¿Dónde está Be?».
«Durmiendo. Me sorprende que no se haya despertado con el escándalo que hice”. Máximo notó que las mejillas de la muchacha se ruborizaban.
“Vamos a ver a nuestro pequeño y después quiero pasar un rato con mi mujer. Estoy estresado ¿Sabes?”. La abrazó por la cintura y la apretó un poco. “Tengo ganas de ti”.
«Máximo, no estás usando las palabras correctas», lo regañó Carolina.
“Ah, perdona». Se aclaró la garganta. «Me muero de ganas de hacer míos todos tus preciosos y maravillosos agujeros. Te dejaré dolorida, pero todo con amor».
Previamente:
Emilia bajó las escaleras. Osvaldo ya la esperaba en su vehículo, que reconoció de inmediato, por lo que se dirigió hacia este.
«Sube», le dijo bajando la ventanilla. Ella obedeció y Osvaldo la vio de arriba abajo antes de decir: «Ese vestido se va a la basura».
Sin entender lo que ocurría, la chica se lo quedó mirando, tomándose unos segundos antes de responderle.
«¿Qué?».
«A menos que pienses ponértelo solo conmigo», respondió examinándola con la vista. «¿O quieres que les saque los ojos a todos los hombres, incluidos los que trabajan conmigo, que te miren?”.
«¡Estás exagerando!». Emilia sacudió la cabeza, negando. «Osvaldo, a mí nadie me mira».
Él se quedó pensativo, la miró a los ojos y se dio cuenta de que no estaba buscando cumplidos. De verdad creía lo que dijo.
«No sé quién te hizo pensar que no eres hermosa».
La muchacha parpadeó varias veces.
¿Él… dijo que soy hermosa?, pensó.
«Vamos, te dejaré en casa. Mañana te mandaré tu vestido de compromiso».
«Ya tengo uno para la ocasión, gracias», respondió y se dedicó a ver por la ventana.
«Por favor, insisto».
Aunque quería decir «no», Emilia decidió intentar negociar. Sabía que no era una petición real de su parte.
«¿Puedo elegir? Quiero decir, ¿Entre los dos vestidos?»
«No».
“Pero”.
“Podrás elegir el vestido de novia sin mi interferencia. Para el compromiso, me gustaría tomar la iniciativa. Te prometo que te gustará».
«¿Me cubrirá de pies a cabeza?». Ella no pudo contenerse, y una sonrisa se formó en los labios del hombre. Emilia fue incapaz de evitar fijarse en lo atractivo que se veía de esa forma.
«No. Confía en mí, como… regalo de bodas».
«¿Quieres eso como regalo?», preguntó incrédula.
«Sí. ¿Qué mejor regalo podría pedir que un voto de confianza de mi futura esposa y Primera Dama?».
«¿Puedo pedir un regalo? El vestido no cuenta porque me lo- regalaste sin que te lo pidiera».
«Mírate, negociando con tu marido. Está bien, pídelo y veamos si puedo complacerte. ¿Qué quieres?», dijo tomando el camino largo hacia su casa.
«A Jade Simones».
Enseguida, Osvaldo frunció el ceño y detuvo el auto.
«¿Quieres a Jade Simones?». Casi gritó. «¿¡Qué mi$rda!?».
«¿Qué pasa? Yo…”.
«¿Te gustan las mujeres, es eso?», le preguntó, sujetando el volante. «¡No discrimino, pero pretendo tener una esposa que se sienta cómoda con un hombre! ¡Por no hablar de tu descaro!”
«¡Oye!». A continuación, ella lo entendió. «Yo no… ¡Quiero que la ayudes!».
«Ah.»
«¡Por el amor de Dios, mira lo que piensas de mí!». Ella se sonrojó.
«¿Yo? ¡Te preguntó qué querías, y respondiste con Jade Simones de buenas a primeras! ¿Qué esperabas que pensara?».
Emilia se mordió el labio. Osvaldo se quedó contemplándolos, parecieron perfectos. Con la mordedura, se enrojecieron todavía más.
«Bueno, me expresé mal. Quiero que la ayudes; no que me entregues».
Osvaldo no escuchaba. Sus ojos descendieron hasta el cuello de Emilia, y antes de que pudieran bajar más, ella le puso la mano delante de la cara. Osvaldo alzó la vista, y Emilia no parecía contenta.
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