Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 85
Capítulo 85:
Todo lo que Santiago sabia era que Jade se encontraba dentro de la casa, presuntamente con un resfriado. Si bien no lo creía, ya que su investigación sobre Marcelo Simones dejó ver que era el hijo de otro maltratador de mujeres, no podía invadir sin más la vivienda para rescatar a la damisela en apuros, por furioso que se encontrase.
«Vigílala, eso es todo. La ayudaremos si lo necesita», advirtió Osvaldo, tomándolo del brazo.
«No trates de hacerte el héroe. Estos tipos tienen negocios con nosotros».
«Me ocuparé de mis asuntos hasta que sea necesario; pero si atrapo a ese asqueroso pegándola, lo mato. Asegúrate de no dejar cabos sueltos, Santiago”.
“Con todo respeto, Osvaldo, me ocupé del negocio durante años y creo haber demostrado que no soy negligente», replicó. Su hermano mayor asintió, con expresión sombría. «Perdona, no te lo echaba en cara».
«Pero deberías, Abandoné el negocio familiar durante demasiado tiempo; si hay alguien aquí capaz, eres tú.
Santiago asintió con un leve movimiento de cabeza y salió del despacho. No se quedaría de brazos cruzados. Nunca había sido de esa clase.
Si ese idiota la esté pegando de verdad, haré que se arrepienta, pensó cuando se dirigía a su habitación. A pesar de parecer más alegre y bromista que Osvaldo, era muy diferente cuando se trataba de corregir a quien se lo merecía.
Santiago no tenía la menor piedad.
Cuando llegó el día del compromiso, todos estaban presentes. Emilia y Yolanda ayudaban a Carolina a prepararse.
«Mujeres, calma. ¡Aún no es la boda!», exclamó ella al ver lo emocionadas que se encontraban las dos. Dolores también asistió, no como criada, sino como invitada.
“¿Puedo ayudar?», preguntó la mujer mayor, entrando en la habitación. La fiesta tendría lugar en una de las residencias de los Castillo.
«Adelante! ¡Por supuesto!”, respondió Yolanda.
Las dos eran, evidentemente, unidas.
«¡Estás preciosa, mi niña!», dijo Dolores, secándose las lágrimas con un pañuelo.
«¡Gracias, Dolores!», contestó Carolina mientras Emilia terminaba de peinarla.
«¡Vaya!, tienes futuro en esto, ¿Eh?», Emilia se echó a reír.
«Si les dijera a mis padres que quiero.. ser peluquera, ¡Me matarían!», exclamó Emilia, ante lo cual Carolina negó con la cabeza.
«¡Claro que no! Parecen buena gente», la tranquilizó, no obstante, la sonrisa de su amiga parecía un poco forzada.
«Lo son», replicó, cambiando de tema enseguida. «Ese color te queda increíble».
Se refería al vestido de Carolina, y esta notó lo incómoda que se sentía al tocar el tema de sus padres. Por un momento, se le olvidó la historia del matrimonio forzado. Se lo preguntaría más tarde, ya que no parecía interesada en hablar de ello y se notaba nerviosa.
Cuando las mujeres entraron en la sala donde esperaban los invitados, todos aplaudieron felicitando a Carolina. Máximo se encontraba allí, ofreciéndole el brazo al instante.
Carolina se le cortó la respiración. Máximo estaba elegante con su traje azul marino de tres piezas. Salvo por el brillo del vestido de ella, casi iban a juego.
“Te ves tan sexi… Te voy a hacer mía con ese vestido”, susurró Máximo al oído de Carolina.
“Shhh!», lo regañó..
“¿No quieres?», bromeó él.
“¡Máximo!». Ella tiró ligeramente de su brazo, luego giró la cabeza como si estuviera mirando una cosa y se acercó aún más a él para murmurar: «Sera mejor que me lo hagas fuerte!”.
Una sonrisa apareció en su rostro. A Máximo le encantaba el lado travieso y más aventurero de la muchacha.
“Tu amiga parece nerviosa», comentó dirigiendo la vista hacia Emilia. Sus padres se acercaban acompañándola.
“Luego hablaré con ella», contestó Carolina.
“¡Señor Castillo, Señorita Navarro!”, saludó Roberto Sanchez, estrechando la mano de Máximo. Luego, besó cortésmente el dorso de la mano de Carolina.
“Es un honor haber sido invitado, al igual que mi familia, Soy Roberto, ella es Diana, y por supuesto, Señorita Navarro ya conoce a mi hija, Emilia’”
“El honor es nuestro señor”, respondió Máximo, dándose cuenta de que probablemente aquel hombre también estaba metido en la mafia, ya que Osvaldo mencionó su nombre antes. Además, el tatuaje que tenía en la mano izquierda así lo demostraba.
«Y si, conocemos a Emilia. Me alegro mucho de que ella y mi mujer sean tan buenas amigas”.
“Igualmente, Señor Castillo”, dijo Roberto antes de parecer notar que había alguien detrás de la pareja. «Si me disculpan».
«No se preocupe, señor. Emilia, ¿Quieres acompañarme al baño?», dijo Carolina antes de despedirse del grupo.
Unidas del brazo, las dos mujeres se dirigieron al sanitario, En cuanto llegaron, Emilia dejó escapar un largo suspiro.
«Lo siento», le dijo a su amiga.
«Emilia, parece como si hubieras visto un fantasma. ¿Qué te pasa?»
“Carol…». Suspiró. «Digamos que mi supuesto prometido está aquí».
“¿Aquí? ¿Quién es?».
«No puedo decirlo todavía”.
“¿Pero por qué?», insistió Carolina
Emilia cerró los ojos al tiempo que se apoyaba en la pared. Luego echó la cabeza hacia atrás y respiró hondo.
«Confía en mí, ¿De acuerdo? Si me elíge como novia…, entonces, lo sabrás”.
“¿Lo conozco?».
«Conociste a mucha gente aquí en la fiesta. Es inútil que me preguntes, no te daré pistas”.
Carolina entrecerró los ojos.
«No es justo. Tuve suerte…, pero no apoyo esto, tal vez… hable con Máximo o con Osvaldo. Ambos parecen poder resolver muchas cosas».
Emilia se contuvo de reaccionar al oír el nombre de Osvaldo. Sabía que era el señor y su posible novio. Sin embargo, Carolina era amiga del hombre y no conocía nada acerca de la mafia.
Tampoco parecía estar al tanto de la relación del hombre con la Familia Sanchez. Emilia pensó que era mejor quedarse callada para no exponerla a ningún peligro.
Unos minutos después, cuando salieron del baño, Emilia trató de mantenerse alejada de la multitud.
Quería respirar mejor, y esta celebración llena de mafiosos no la ayudaba.
«¿Estás huyendo de la fiesta?», preguntó una voz masculina a su espalda. Un hombre que se parecía a Osvaldo, aunque más joven, estaba apoyado contra la pared, agitando perezosamente el vaso en su mano.
«Ah… no. Yo… solo tomaba un respiro», respondió fingiendo una sonrisa. «Ya regreso».
«Mira, sé quiénes son tus padres, no hay necesidad de fingir», replicó mientras daba un sorbo a su bebida. «No te juzgo por querer escapar. No lo contare si no lo haces”. Incluso le sonrió,
«¿No contar que?», preguntó otro hombre en tono serio.
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