Capítulo 71:

“¿Por qué no nos avisaste?”, preguntó Eloísa, entrando y acercándose a Máximo. “¡Estaba tan preocupada!”

Si bien Máximo quiso poner los ojos en blanco, se contuvo. No era el momento.

“Bueno, salió en varios medios de comunicación. Me sorprende que no viera nada al respecto”, replicó en tono serio.

“¡Tú también, cuñado!”, exclamó la desagradable mujer, poniéndole la mano en el brazo. Sentirla fue como ácido en la piel, por lo que Máximo se apoyó en su muleta y se distanció.

“Pudiste haberme avisado. Me habría ocupado de ti”.

La voz coqueta de Eloísa hizo que Carolina entrecerrará los ojos a la vez que apretaba los puños. Máximo se dio cuenta de aquello, así que sonrió para sus adentros. Era algo infantil, sin embargo, disfrutaba viendo que su mujer se sentía celosa

“¿Y por qué iba a pedirle ayuda? Ni siquiera la conozco. Me da igual”, afirmó con severidad, haciendo que Eloísa tragara saliva.

Era humillante.

“Estuvimos a punto de casarnos, Máximo”, respondió ella, tuteándolo y sonriendo, lo que le provocó náuseas.

¿Qué pasaba con esa mujer?

“Por suerte no fue así. Gracias a su rechazo, conocí al amor de mi vida, por lo cual, de hecho, Señorita Navarro…”. Se esforzó por mantener un trato formal, para que ella no tuviera la estúpida idea de que eran cercanos. “No sabe cuán agradecido estoy”.

“Sí, hermana. Yo también debería agradecerte. Si no me hubieran obligado a casarme con Máximo porque tú lo rechazaste, hoy no sería la mujer más feliz del mundo”.

A Eloísa le temblaron los labios al tiempo que esbozaba una extraña sonrisa.

“No lo conocía, Además, sabes muy bien que quería hacerlo; pero tu insististe, Carolina”.

“¿¡Qué!? ¡Eres una sinvergüenza!”, Carolina quería lanzarse a su cuello y ahorcarla.

Máximo pasó el brazo por los hombros de su prometida.

“Cálmate amor. No te alteres”, le dijo. Luego miró hacia Eloísa con una expresión de asco. “Váyase, por favor”.

“Pero… solo digo la verdad. Es mi hermana, bueno… nos criaron así, pero la considero mi hermana, por eso permití que se casara contigo, Máximo. ¡Incluso me golpeó por eso!”

“Carolina no es violenta. Si ella llego a golpearte, seguro te lo merecías”, declaró, dejando atónita a Eloísa.

“¡Máximo, lastimó a esa pobre chica en la fiesta! ¿Y dices que no es violenta?”

«¿Qué mi$rda está pasando aquí?». Osvaldo apareció en la puerta. Había vuelto para despedirse de Carolina y asegurarse de que estuviera bien, ya que iba a dejar el hospital.

Hasta ese momento, Eloísa no había visto de cerca a Osvaldo Herrera, sin embargo, al estar junto a él, sintió que se sonrojaba. Al menos, hasta que le dirigió una mirada más amenazadora que la de Máximo.

¿Cómo consigue esa desgraciada que estos hombres maravillosos se enamoren de ella?, se preguntó Eloísa, irritada.

«Esta señorita no vino aquí más que para molestar a Carolina», respondió Máximo.

«¿En serio?», preguntó Osvaldo, sonriéndole a Eloísa, quien sintió que podía estrangularla ahí mismo. «Si la vuelvo a sorprender cerca de la Familia Castillo, no tendrá la oportunidad de marcharse por sí misma».

Carolina, que había permanecido en silencio, tratando de no llorar, después de haber sido tan menospreciada y humillada por Eloísa y Nadia, le costaba mucho responderles, se sintió horrorizada por la forma en que Osvaldo hablaba. Ni siquiera parecía él mismo, por lo que buscó a Máximo con la mirada, y este negó con la cabeza.

“¡Se-Señor Herrera…!», habló Eloísa, poniéndose la mano sobre el pecho.

“¡Largo! Última advertencia. Aproveche mientras estoy siendo educado». Dio un paso hacia ella. «Mi advertencia se aplica a toda su familia, ¿Lo entiendes?”

Ella asintió y se alejó casi trastabillando.

“¿Qué… que fue eso, Osvaldo?», preguntó Carolina despacio y en voz baja.

Recién entonces él se dio cuenta de que había dejado aflorar su lado oscuro frente a la muchacha. Máximo, que aún no lo había visto, también sintió un escalofrío en la espalda. Las palabras de Bastian eran obviamente ciertas.

«Perdón. Tuve un mal día y terminé siendo más grosero de lo normal», explicó, sonriendo con serenidad. No obstante, Carolina ya estaba alarmada. «¿Te parece bien que nos vayamos ahora?».

Como Yolanda tenía que llevar a César a una revisión y tratamiento, Bernardo estaba con Osvaldo. Abigail esperó en el automóvil y, cuando se acercaron, bajó la ventanilla.

«¡Mi amor!», exclamó Carolina, tendiendo los brazos hacia el bebé.

Máximo se dio cuenta de que otro hombre conducía el vehículo, y no era el mismo que había visto antes. Cuando el sujeto dirigió la atención hacia él, pudo notar el parecido con Osvaldo.

“¡Encantado de conocerlos!”, dijo el hombre mirándolos por el espejo retrovisor mientras maniobraba el automóvil. Osvaldo ocupaba el asiento del copiloto.

“Soy Santiago, el hermano que heredó toda la belleza”.

Osvaldo puso los ojos en blanco.

“Ya te gustaría, pollito”.

“Ya soy un gallo, hermano”, respondió Santiago, riendo. “Máximo, ¿Verdad?”

“Sí”, le contestó.

“Eres sexi”. Máximo casi se atraganta con la saliva. “Tranquilo, no me gustan los hombres casados. Qué suerte tienes, Carolina”.

Soltó una carcajada y Osvaldo se limitó a negar con la cabeza.

“Sólo ignoren a este loco”.

“¡Es broma, es broma!”, respondió Santiago. “Sólo rompía el hielo”.

“Qué lastimada, me habías ilusionado”. Máximo le devolvió la broma, sorprendiendo incluso a Carolina. “¿Qué? Yo también soy gracioso”.

Carolina esbozó una sonrisa. Dentro de aquel automóvil, se sentía mucho más en familia que con su padre, hermanastra y madrastra. Era feliz.

Santiago estacionó frente a la Mansión Castillo. Máximo se dio cuenta de que nunca les dio la dirección, pero como sabía a que se dedicaba Osvaldo, no quiso hacer preguntas.

Mirándolos a él y a Santiago, nunca hubiera podido pensar que se dedicaran a ese tipo de negocios.

“Gracias”, dijo Máximo, cuando Osvaldo lo ayudó a salir del coche. Se encontraban dentro de las rejas, y un criado se acercó para llevarse la maleta de Carolina.

Abigail fue adentro a poner a Bernardo en su cuna, mientras Osvaldo y Santiago permanecían fuera del lugar.

“Hasta luego. Espero recibir una invitación para la boda”, comentó Osvaldo, a lo que Máximo se mostró de acuerdo.

“Por supuesto, Osvaldo. Espero que encuentres una buena pareja, ya que la necesitas para tu… trabajo”.

“Muchas gracias”.

Apenas Osvaldo se subió al automóvil, Santiago hizo un gesto con el ceño fruncido.

“¡Hombre!, ¿Le contestaste?”

“No todo. No le expliqué y no me pidió detalles”, aclaró. “Ahora, conduce”.

“¡Vamos, no soy tu chófer!”, protestó Santiago, aunque, al ver la expresión de su hermano, levantó las manos y se marchó.

“¿Vas a poner a nuestra gente aquí?”

“Sí, al menos por ahora”, respondió asomándose por la ventana. “Quiero que reúnan más información sobre la familia de Carolina y el accidente de Máximo”.

“¿Su accidente? ¿El del auto? Pero…”

“No, el accidente de avión. Tuvieron problemas en la finca de los Castillo. No sé, siento que hay alguien detrás”.

“Yo me encargo”, respondió Santiago con expresión seria, ya no parecía el hombre alegre de antes.

“Tenemos un pequeño problema del que ocuparnos. ¿Te acuerda de Guillermo? Lo arruinó”.

“¿Robó algo?”

“No, pero digamos que tenía cosas que no debía en el pr%stíbulo. Menores”, le explicó en un tono grave.

La expresión de Osvaldo se ensombreció.

“Ya está muerto, sólo que el maldito aún no lo sabe”.

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