Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 59
Capítulo 59:
Osvaldo chasqueó la lengua y se apartó de la pared.
“¿La amas?», preguntó.
“Máximo, curioso, entornó los ojos al oírlo.
“La amo más que a nada. A ella y a mi hijo», respondió con el pecho hinchado de orgullo.
Osvaldo asintió en señal de aprobación.
“No necesito saber por qué fuiste tun imbécil con ella, ni por qué renunciaste a tu hijo, Máximo Castillo. Pero también la amo. No, no hace falta que me mires así», respondió Osvaldo, metiéndose las manos en los bolsillos.
«No seré una carga para ustedes. Sin embargo, no te equivoques. Carolina es mi amiga ante todo y si vuelves a hacerle daño, descubrirás que soy algo más que un médico con unos cuantos negocios».
Enseguida, Osvaldo se alejó sin esperar respuesta. Se detuvo, sin embargo, antes de doblar la esquina del pasillo y habló por encima del hombro:
«Gracias por ser el príncipe de mi hija; pero sé un rey para Carolina, pues se merece ser tratada como una reina».
Máximo permaneció de pie con los puños apretados. Aunque lo enfurecía que el hombre tuviera la osadía de hacerle aquella pregunta y de amenazarlo, no podía negar que este hubiera sido decente y un verdadero amigo con Carolina.
Si yo muriera, ella podría casarse con él, pensó, aunque enseguida empezó a hervirle la sangre ante la idea de que otro hombre la tocara. ¡No… no, ella no podría!.
Máximo no perdió el control, tampoco gritó.
Ahora tenía mucho más control sobre la furia que a veces se apoderaba tanto de su mente como de su cuerpo.
No lo estropearé de nuevo. Volver a perder a mi mujer por culpa de mi mal carácter no es una opción. ¡Ya no!, se prometió.
La fiesta no duró mucho más. Carolina fruncía los labios cada vez que una de las madres intentaba acercarse a Máximo con segundas intenciones.
¿Trabaja en la actuación?, preguntó una.
«¡Oh, creo que realmente es un príncipe!», comentó otra riendo con tono sugerente.
«Me encantaría contratarle», intervino una más.
«No, señoras, no soy actor. Estoy haciendo un favor a un amigo y a la pequeña Bia”, explicó Máximo secamente.
«Pero pago muy bien», dijo una de ellas. Las miradas lujuriosas que le dirigió a Máximo requirieron mucho autocontrol por su parte para no hacer una mueca.
«Eh… no, gracias. No estoy en venta. Con permiso».
Se giró con rapidez y permaneció cerca de la mesa familiar hasta el final.
“Bueno, debo irme. Mañana tengo unas reuniones», dijo Máximo, mirando a Bia e inclinándose para darle un beso en su redonda mejilla.
«Gracias por venir, Señor Castillo», habló Osvaldo en tono serio, aunque sus palabras estaban llenas de sinceridad.
«Ha sido un placer, Señor Herrera. Me gustaría volver a vestirme de príncipe».
Máximo guiñó un ojo a Bia, quien sonrió y siguió a Abigail al segundo piso con Tonny.
“Voy a comprobar algunas cosas. Buenas noches”, dijo Osvaldo; Máximo supo que les estaba dando privacidad.
“Buenas noches. Y gracias por todo»
A lo que Osvaldo hizo una leve inclinación de cabeza y se marchó.
«Eres bueno. ¡Maldita sea! Si no me amaras, ni siquiera tendría una oportunidad».
Carolina dejó escapar un suspiro nervioso.
«Pero te amo. Aunque pueda parecer una tontería, te amo con cada parte de mi ser».
Máximo echó un vistazo alrededor y le dio un casto beso en la mejilla. No le faltaría el respeto así a Osvaldo en su propia casa.
Luego se volvió hacia Bernardo, que dormía tranquilamente en su cochecito.
“Él puede con las fiestas», bromeó. «Por cierto, dentro de una semana habrá una gala benéfica. ¿Irás?».
“Sí, Osvaldo me lo comentó. Es uno de los anfitriones», le respondió ella.
Máximo asintió.
“Sí, yo también, Antes no iba a estos eventos ni me importaba quién los organizaba conmigo. Pero decidí ser más activo y dejar de esconderme. Llevo años haciéndolo», explicó, a lo que Carolina mostró aprobación.
«Me alegra oír eso. Sé que antes te costaba porque la gente te criticaba por tu aspecto, y es completamente normal que te encerraras en ti mismo. Pero… esa fase ya pasó», dijo sonriendo. Máximo no deseaba otra cosa que acortar distancias.
«Hablaremos cuando llegue a casa, si todavía estás despierta. ¿De acuerdo?», le dijo, dándole otro beso en la mejilla, casi en la comisura de los labios, y sintió que Carolina temblaba. “Te amo».
«Yo también te amo».
Carolina lo acompañó hasta la puerta. Él se metió en su vehículo y se alejó en este.
Elizabete no estaba invitada, por supuesto; aun así, observó desde afuera y esbozo una sonrisa amarga cuando vio a Máximo entrar a la fiesta. Siguió vigilando hasta que el hombre rubio abandonó la casa de Osvaldo.
¡Esa p$ta no tiene vergüenza! ¡Engaña a Osvaldo en su casa!, pensó molesta.
Sin embargo, no fue la única que supo que Máximo Castillo estuvo en el lugar. Al día siguiente, Eloísa fue a visitar a una amiga que tenía una hermana menor. La chica no paraba de hablar de lo estupenda que fue la celebración y del magnífico príncipe que asistió.
«¿Un príncipe?», preguntó Eloísa, interesada.
Ya no le gustaban los niños, aunque cuando era pequeña como Amabel, la hermana de Clara, le encantaba todo lo que pudiera ser mágico y, por supuesto, el dichoso príncipe azul.
Amabel sonrió mirando a su hermana.
«Enséñaselo, Clara. ¡Enséñaselo!», exclamo, ante lo que ella rodó los ojos, pero sacó el teléfono del bolsillo y empezó a deslizar el dedo por las fotos.
«¡Ese chico era un sueño, de verdad! Era mayor que nosotras. Pero, vaya…, tan apuesto».
“A ver… ¡A lo mejor me convierto en princesa!», bromeó Eloísa, pero al mirar la pantalla, palideció.
“¿Amiga? ¿Estás bien?», preguntó Clara, frunciendo el ceño, preocupada. «¡Te pusiste pálida de repente!».
«Yo… estoy bien, de verdad. ¿Sabes una cosa? Se me ha olvidado que mi madre pidió que fuera a la tapicería por ella. Al ver esta foto, por el color de la ropa del guapo, ¡Me acordé!», afirmó Eloísa.
Clara no se lo creyó, pero no dijo nada, se limitó a asentir y la acompañó hasta la puerta. «¿Cómo se llama el padre de la amiga de Amabel, otra vez?».
«Osvaldo Herrera», dijo Clara, «¿Recuerdas a ese médico tan atractivo que vimos en el hospital hace unos meses, cuando tenías unos calambres terribles? Parece que se va a casar, por desgracia. Me enteré de que incluso tuvo un hijo con la mujer».
Aunque Clara hablaba demasiado, cosa que solía molestar a Eloísa, en aquel momento le pareció bueno.
“¿De verdad? Ay, qué pena, ¿No?», dijo riendo incómoda, rebuscando en su bolso las llaves del automóvil. «¿Cómo se llama la afortunada?»
“No me acuerdo, la verdad. Creo que oí a Mari llamarla Carol, pero tampoco estoy completamente segura».
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