Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 47
Capítulo 47:
Había llegado el fin de semana y Carolina evitaba quedarse a solas con Osvaldo. Era una tontería, teniendo en cuenta que se iban a casar. Sin embargo, no se atrevía a intimar con él, sobre todo porque no se casaban por amor mutuo, sino por los niños.
Si no fuera por Bia…, recordó. La niña había entrado corriendo en la habitación después de caerse en el pasillo de la casa y hacerse daño en la rodilla. Elizabete, por supuesto, culpó a Carolina por no cumplir con su trabajo.
«¡Y todavía quieres casarte con esa mujer!». Escuchó a Elizabete gritarle a Osvaldo en la oficina. «¡Es una pésima niñera y, claro, no está capacitada para ser madrastra de ellos!”.
«¡Madre! ¡Será su madre!», replicó Osvaldo a gritos. Carolina rara vez lo oía levantar la voz.
«¡No, madrastra! ¡Te darás cuenta de que esa mujer no es digna y sólo te causará dolor! Está utilizando a los niños, ¡Y tú eres el único incapaz de verlo!».
«Elizabete, sabes…, te agradezco todo lo que hiciste, y cumpliré el último deseo de Leticia, pero… ya es suficiente. No puedo más».
«¿Qué… qué quieres decir con eso?». Carolina no podía verlos, únicamente escuchaba desde detrás de la puerta. Sí, escuchando a escondidas detrás de la puerta, y pudo imaginarse a Tonny regañándola:¡Qué cosa más fea! le diría.
“Empaca tus cosas y prepárate porque te voy a mandar a otra casa».
Carolina oyó que Osvaldo se dejaba caer con fuerza en la silla y su tono de voz denotaba cansancio.
«¿Me estás echando de aquí? ¿¡Todo por culpa de esa p$ta!?”.
Osvaldo se incorporó.
«¡Te he dicho que tengas cuidado con lo que dices cuando hablas de mi mujer!».
«¿Tu mujer? ¡Ni siquiera estás casado!», despotricó ella. «¡Incluso embarazada, esa maldita z%rra se las arregló para seducirte!”
“¡Fuera!”, dijo Osvaldo con severidad.
«Estás manchando la memoria de mi hermana. ¡Mancillándola! Si estuviera aquí, se avergonzaría».
«¡Largo! ¡Antes de que te saque a la fuerza!». Osvaldo parecía una persona por completo diferente. «¡Vete o me olvidaré de mi promesa y te echaré a la calle ahora mismo!».
A pesar de bajar el volumen de su voz, las amenazas de Osvaldo seguían siendo intensas, y Elizabete lo entendió claramente, por lo que casi corrió fuera de la oficina.
Carolina se sorprendió por la forma en que Osvaldo había gritado, ya que por lo general era un hombre tranquilo y amable. No se dio cuenta de que la mujer rubia la miraba con los ojos llenos de rabia.
«¡Tú!», exclamó Elizabete, antes de que la muchacha pudiera reaccionar, dándole una bofetada en la cara y tomándola del cabello.
Osvaldo oyó el grito de Carolina y salió corriendo del despacho. Agarró a Elizabete por los brazos y tiró de ella. Sin mediar palabra, la condujo hasta la puerta principal y la sacó a la calle.
«¡Osvaldo!», chilló la mujer, pero él la ignoró y se dirigió a su prometida.
«¡Por el amor de Dios, Carol! ¡Lo lamento tanto!», dijo, sintiéndose terrible por no haber disciplinado antes a Elizabete.
«No… no es culpa tuya, Osvaldo». Carolina tenía un poco de sangre a un lado de la boca. «Está bien».
«¡No, no está bien!». La abrazó y le besó la frente antes de acariciarle el cabello, sosteniéndole la cara con la otra mano para comprobar las heridas. Sin pensarlo, se inclinó hacia ella y le besó los labios.
Fue suave, cariñoso, pero… no pudo evitar pensar en Máximo. El beso terminó y Osvaldo la miró con dolor en los ojos.
«Perdóname», murmuró, dando un paso atrás. No quería decirlo, sin embargo, se sentía culpable, como si estuviera traicionando a su difunta esposa. «No debí… lo siento, Carolina”.
No se apartó más ni le dio la espalda. Osvaldo no se había enamorado de Carolina ni le pidió matrimonio porque la deseara como mujer, no obstante, cada vez se acercaban más uno al otro, y él no sabía si era únicamente porque se sentía solo o porque ella estaba embarazada.
«Iré a mi habitación”, dijo ella, todavía conmocionada.
«¿Necesitas ayuda?».
«No. Yo… puedo manejarlo», musitó. «Siento haberte causado problemas”.
«No eres un problema. Tú eres la solución», respondió, pero ella no lo escuchó.
Al día siguiente, la muchacha estaba más callada y distante. Por lo tanto, luego de una semana, Osvaldo decidió tener una conversación honesta.
«¿Carolina?”, la llamó, y ella alzó la vista de la mesa de la cocina, donde estaba hablando con Carlota.
«Ah, hola», respondió en un intento de disimular su incomodidad.
«¿Podemos hablar?», pidió. Carlota se excusó y salió enseguida del lugar. Por su parte, Osvaldo se sentó frente a su prometida.
«¿Qué pasa?», preguntó ella, aunque de inmediato se sintió tonta. Sabía de lo que quería hablar.
«Sobre nuestro beso», explicó. «Me he disculpado antes; me disculpo de nuevo. Actué por impulso y te falté al respeto. Sé que tú no sientes lo mismo. Fui invasivo e irrespetuoso».
«Osvaldo…».
«Espera, déjame terminar». Se pasó la mano por el cabello. «Sé que no es lo que te prometí cuando te pedí que te casaras conmigo. Sin embargo, creo que mis sentimientos hacia ti han cambiado. Estoy… confundido”.
Carolina se quedó sin palabras. Lo apreciaba tanto porque se sentía sola. Él era un consuelo y de continuar insistiendo, ella tal vez cedería. Era un hombre atractivo que la había tratado con respeto. Sin embargo, no quería arrepentirse más tarde. «No sé si casarnos sea una buena idea».
Asombrado, Osvaldo la miró.
«¡No, por favor! Mi mayor motivación sigue siendo mis hijos. Carolina, te prometo que no te obligaré ni te exigiré que seas mi mujer… de manera íntima. Lo que más me importa son Bia y Tonny. Ellos necesitan una madre. ¡Eres perfecta!»
«¿Puedo pensarlo?», inquirió dudosa; él le sujetó las manos.
«Sí. Solo te pido que consideres lo que te dije. Prometo no acercarme a ti. No quiero que te vayas”.
No quería perderla, aunque en realidad nunca la había tenido. Si él expresaba esos sentimientos, ella
podría pensar lo mismo.
Una semana después, Osvaldo no estaba seguro de que Carolina quisiera que la acompañara a la cita médica; para su asombro, ella aceptó.
Cuando volvieron juntos a casa, la tensión entre ambos había desaparecido.
«Voy a descansar unos minutos, ¿Te parece bien?», le preguntó.
«Claro, mi am… ¡Carolina! Claro, Carolina”, se corrigió Osvaldo antes de darse la vuelta.
Una vez en su recámara, Carolina llamó a Bastian, que ya había informado a Máximo de la consulta. No obstante, este se encontraba de viaje y preparándose para su primera intervención quirúrgica. Cuando el muchacho le reenvió las imágenes de la ecografía, Máximo lloró de felicidad. ¡Era su bebé!
«¿Estás bien, cariño?», preguntó Yolanda al ver a su nieto llorando mientras sostenía el teléfono. Él giró el aparato para que también pudiera ver la imagen.
«Mi hijo”, dijo con lágrimas en los ojos. «¡Mi hijo, abuela!»
«¿Señor Castillo? Ya es hora», dijo la enfermera entrando en la habitación.
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