Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 34
Capítulo 34:
Máximo frunció el ceño y colocó el bolígrafo sobre la mesa con lentitud.
«¿Qué pasa, Dolores?». En realidad, la anciana nunca le había hablado así antes.
“¡Usted ha vuelto a estropear todo! Usted echó a su esposa embarazada…”.
«Eso no te incumbe”.
“¡Claro que sí!»
«¡No, no es tu asunto! ¡Y deja de ponerte de su lado cuando ni siquiera sabes qué fue lo que sucedió en realidad!». Mientras él hablaba, estaba de pie y molesto, pasándose las manos por el cabello, respirando con dificultad. «Mira, Dolores, sé que te importa, pero ella me traicionó. ¡Tengo las fotos!».
«La última vez, usted vio todo con sus propios ojos y, aun así, fue un malentendido, ¿Por qué esta vez sería diferente?».
Al escucharla, el joven la miró a los ojos y parpadeó un par de veces.
“Hay varias fotos, de diferentes días. No es solo un momento”, replicó él con calma, pero lleno de amargura.
«Honestamente, creo que la Señora Carolina le dio prueba suficiente de que lo amaba, señor. Y quienquiera que le envió esas fotografías, quería dañar su matrimonio. Y usted, simplemente lo permitió».
En ese momento, Dolores no dijo nada más y se fue, aunque pudo escuchar que se rompía un vidrio.
Obviamente, ella sabía que era el jefe teniendo una rabieta, pero esperaba que se diera cuenta del desastre que había hecho. Lo que Dolores no sabía era si Carolina lo iba a perdonar y, aunque realmente deseaba que su patrona regresara, no podía culparla por no hacerlo.
Ese mismo día fue el día en que la chica embarazada llegó a la casa en la capital donde viviría a partir de ese instante.
«¡Buenas tardes!”, dijo una amable dama. «¡Bienvenida!».
“¡Muchas gracias! ¿Cuál es su nombre?», preguntó Carolina, con una sonrisa.
«¡Yo soy Abigail, señorita!», contestó la otra, mostrando los hoyuelos en sus mejillas. Entonces, Carolina entró en la enorme casa, mirando alrededor.
Era evidente que el lugar le pertenecía a alguien con mucho dinero, pero que le gustaba la decoración sencilla. Eso la complació, pues, todo era moderno y acogedor al mismo tiempo, «Espere aquí, señorita, por favor».
En ese instante, la mujer desapareció, dejando a Carolina en la sala. Ella no se sentó, porque, a fin de cuentas, no conocía al dueño de la casa y no le habían dado permiso. Allí ella no era una visitante, sino una empleada.
Al escuchar el sonido de voces y pasos en el piso de porcelanato, Carolina miró por última vez su propia ropa y se enderezó, mientras respiraba profundo.
Segundos después, entró un hombre que no aparentaba más de treinta y cinco años, alto, de hombros anchos, cabello castaño espeso y ojos marrón oscuro. A decir verdad, su sonrisa era encantadora.
“¿Señorita Navarro?”, preguntó él cuando ella asintió, luego él le tendió la mano y se la estrechó. Por otro lado, Carolina podía sentir su calor. «Bienvenida, yo soy Osvaldo Herrera, y si decide quedarse, seré su jefe».
«¡Un placer conocerlo, Señor Herrera! Claro, me quedaré».
«Bueno, dice eso porque aún no conoce a las pequeñas bestias», bromeó él, al tiempo que Carolina si sentía bien recibida. Por otro lado, Abigail estaba al lado de su jefe, sonriendo.
«¡Entonces, me encantaría conocerlos!». Carolina habló en el mismo tono que él y la sonrisa de Osvaldo si amplió.
«¡Veo que tiene buen humor y eso es excelente! Bueno, vamos, ellos están en la sala de juegos”.
De inmediato, la joven asintió y siguió al hombre.
Luego, entraron por un pasillo amplio, bien iluminado y con algunos cuadros que eran de los niños Carolina los vio sonriendo y se imaginó que eran pequeños muy felices. A mitad de camino, se escucharon dos voces, claramente infantiles, mientras discutían.
“¡Ya dije que no, Tony!», pronunció la niña. Cuando llegaron a ese cuarto de juguetes, vieron a una niña de cabello dorado y ojos muy azules, con las manos en las caderas, observando a un niño pequeño de espaldas sentado en el piso, con el cabello como el de su padre.
«¡Es tu problema si prefieres no participar!», replicó él con descaro. En ese momento, la pequeña vio a su padre y una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Luego corrió hacia el hombre.
“¡Papá!”, dijo ella, arrojándose a los brazos de Osvaldo, quien la tomó entre sus brazos y la besó en le mejilla. Luego, la niña notó a Carolina y la miró con curiosidad.
«Mis amores, ella es Carolina, se queda con nosotros, de ahora en adelante”, explicó él. Sin embargo, e pequeño no se movió.
«¿Tonny?», llamó él, pero no hubo ninguna respuesta.
Osvaldo miró a Carolina, como disculpándose, y ella simplemente negó con la cabeza, sonriendo. Tras ello se volvió hacia la chica rubia.
«Soy Carolina, puedes llamarme Carol», al tiempo que decía eso, le tendió la mano, pero la niña la miró con desconfianza.
“¿Eres la nueva niñera?», preguntó ella, con cierto desprecio en la voz. Por otro lado, Carolina imaginó que a los pequeños no les gustaban las niñeras.
«Así es. Bueno, espero que podamos ser amigas».
En ese momento, el niño se levantó y no se dio la vuelta, alejándose.
«¡Tonny, ven aquí ahora!”, de inmediato, Osvaldo lo llamó, pero él fingió no escuchar. Luego, el padre puso a la niña en el piso y fue tras el pequeño, quien echó a correr en cuanto escuchó los pasos de su padre.
“¡Señor Herrera!», lo llamó Carolina, lo que lo distrajo y le dio a Tonny la oportunidad de correr. Por su parte, la niña siguió mirando a Carolina, como si la estuviera examinando.
«¡No quiero una niñera!”, dijo la pequeña, para luego correr hacia el otro lado.
En seguida, Osvaldo se pasó una mano por el cabello y suspiró profundamente, mirando a Carolina con la boca apretada en una fina línea y una expresión llena de vergüenza «Lo siento”, dijo él sacudiendo la cabeza. «Ellos son… un poco difíciles”.
«Está bien, Señor Herrera, lo entiendo. De hecho, soy una intrusa aquí, ellos no me conocen. Pero, descuide, tendremos tiempo para eso».
“Algunas niñeras se irían ahora mismo», comentó el hombre, y luego se acercó a Carolina. «Pueden ser traviesos, así que tenga cuidado».
Al escucharlo, ella rio suavemente.
«¡Lo tendré! Mantendré los ojos abiertos», respondió ella con buen humor, y él sonrió, relajándose un poco más. En realidad, Carolina sintió que era un buen hombre, pero, se preguntó dónde estaba la madre de los niños.
Ella debe estar trabajando, pensó.
«Bueno, déjeme presentarle la casa y su habitación, venga”.
«Yo puedo hacer eso, señor”, dijo Abigail de manera amable, observando a la recién llegada.
«No, Abi. Aprovecharé y conoceré un poco más a la Señorita Navarro, después de todo, ella será la responsable de mis hijos».
«Oh, por supuesto, señor. Yo me encargaré de la cena, entonces», dijo la mujer con hoyuelos, haciendo una reverencia y retirándose.
Luego, Osvaldo le hizo señas con la mano a Carolina para que lo siguiera.
«Bueno, como ya vio, esta es la sala de estar. Al final de ese pasillo está mi oficina, así que puede golpear la puerta cuando lo necesite. Al final de ese otro pasillo, tenemos la cocina, que se la mostraré antes de su habitación. Primero, vayamos al segundo piso y luego volvamos aquí abajo».
«Si, señor».
Por otra parte, la habitación de los niños estaba en el segundo piso, como era de esperar, tres puertas después de la habitación de su padre. Osvaldo había dicho que rara vez estaba allí, pero que, si necesitaba algo, podía llamarlo.
«Es más fácil que me encuentre en la oficina», dijo el hombre, encogiéndose de hombros. «Y aquí, tenemos el baño de los niños, el cual todavía comparten, pero pronto ya no lo harán.
De hecho, el dormitorio de los pequeños, eran dos habitaciones unidas por un baño y una pequeña sala de estar. De lado de la niña, Bianca, la decoración era de ponis, y el lado del niño, sin animales, algo más clásico.
Generalmente, ellos entran al dormitorio más a la hora de acostarse. Los dos van a la escuela durante el día y luego vuelven a casa. Algunos de los días practican deportes, estudian idiomas y otras actividades, así como arte y música. Luego le muestro más”.
«Por supuesto, señor».
Posteriormente, bajaron a la cocina, un espacio amplio y muy bien equipado.
«Siéntase libre de venir aquí cuando le apetezca, no sea tímida, ¿De acuerdo? Usted puede abrir la nevera y usar la estufa para hacer lo que quieras. Lo único que le pido es que lave lo que ensucie y, si se le acaba algo de la despensa, avísele a la Señora Carlota, ¿Está bien?», explicó él, mientras otra señora, también de aspecto amable, estaba de pie junto a la estufa.
«Muchas gracias, señor».
«Bueno, vamos, falta su habitación».
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