Un matrimonio de conveniencia -
Capítulo 25
Capítulo 25:
«¿Te encuentras bien?», preguntó ella mientras miraba su cuerpo, buscando moretones.
«¿Y desde cuándo eso es asunto tuyo?», replicó él sin rodeos. Al escucharlo, Carolina dio un paso atrás y también frunció el ceño.
“¡La verdad es que eres muy desagradecido!”, espetó ella.
«Ve a buscar a tu otro hombre, Carolina. ¡Déjame en paz!», tras ello, el hombre se bajó del auto sin mirarla y fue a hablar con el conductor del vehículo que había chocado. Al verlo, el otro reconoció al «monstruo» y dio unos pasos hacia atrás, regresando al auto.
«¡Está todo bien!», pronunció el conductor y encendió el auto. Máximo, por otro lado, respiró profundo con enojo y, cuando se dio la vuelta con prisa, Carolina ya no estaba.
En ese instante, el corazón del joven se llenó de pesar. De verdad quería verla, pero, simplemente negó con la cabeza.
“Eres un idiota, se dijo a sí mismo. Luego, volvió al auto y agarró el volante con ambas manos. Si Carolina había aparecido allí, era porque se estaba quedando en el pueblo. Pero ¿Dónde?
Cuando llegó al Ayuntamiento, le avisaron que Domenico no estaba allí, ya que había ido a encontrarse con alguien y no tenía tiempo de regresar.
De inmediato, el hombre supuso que fue a ver a Carolina. Eso era lo que ella estaba haciendo allí en ese restaurante. ¡Definitivamente, debió haber estado esperando a Domenico! Pensar en ello solo enfureció aún más a Máximo.
El hombre iba regresando a la finca y le pidió a Fernando que reparara su auto. Lo único que quería en ese momento era escapar. Sin embargo, a la mitad, se detuvo e hizo algo que no había hecho en mucho tiempo: se quitó la máscara y echó a llorar.
«¿Por qué me está pasando esto?», gritó dentro del auto y golpeó su cabeza contra el respaldo del asiento del conductor. Una y otra vez.
A decir verdad, él no quería admitir que ella le gustaba, pues, no, quería involucrarse. Sin embargo, Carolina se coló en su corazón, el cual todavía se recuperaba del daño causado por Jade y, en ese instante, volvía a sangrar.
Lo que su padre y su abuela habían dicho sobre cómo Carolina lo quería y lo cuidaba lo confundió aún más. Pero, su orgullo le impidió ir tras ella y preguntar. Honestamente, lo que él temía era que ella hiciera todo esto sólo por dinero, por simples intereses. Ese era su mayor miedo: ser rechazado de nuevo.
Mientras tanto, Carolina entró llorando a la librería, por lo que Bastian abrió los ojos con asombro. Él estaba con un cliente y ella asintió, indicando que entraría.
Tan pronto como el cliente se marchó, el joven cerró la tienda y fue tras Carolina, quien estaba sentada en la esquina, llorando a mares.
«Oh, Dios mío, Carol, ¿Qué ocurrió?», pronunció él, sentándose cerca y abrazándola.
«Él… estuvo aquí. Él me odia, ¡Me odia, Bastian!».
«Shhh… tranquila, todo va a estar bien. Cálmate», respondió él, besando la frente de su amiga. «Él está dolido. Además, te tendieron una trampa, ¿No es obvio?».
De hecho, la chica le había contado más o menos lo que había sucedido mientras que su amigo la ayudaba a aprender más sobre el sistema.
«Pero ¿Por qué?», sollozó Carolina.
«Porque Domenico Álvarez siempre es un tipo celoso que quiere robarle todo a Castillo. Él quería ser más, pero el segundo lugar era el punto más alto que podía alcanzar”.
«Entonces… ¿Ese hombre hizo todo esto para vengarse de Máximo? ¿Causó este gran problema en nuestro matrimonio?», en ese instante, ella estaba furiosa.
«Bueno, no dudo que también lo hizo porque eres muy hermosa y te desea».
Al escucharlo, la mujer miró a Bastian y resopló.
«¡Discúlpame! No soy horrible, pero tampoco soy lo suficientemente bonita como para inspirar esos enamoramientos».
«Oh, Carol, Carol, Carol… no tienes idea de lo hermosa que eres, ¿Cierto?», dijo el chico sonriendo, mientras ella arrugaba la nariz con incredulidad.
“Ve a almorzar para que podamos salir», dijo ella finalmente, levantando la cabeza del hombro de su amigo y secándose las lágrimas. «¡Si Máximo no quiere escucharme, entonces que no lo haga, pero, hay gente que me necesita!»
Al escucharla, Bastian asintió y sonrió.
Honestamente, era bueno que Carolina tuviera algo en lo que ocupar su mente.
Ya ellos estaban pensando en expandir ese proyecto a otros pueblos pequeños, si todo llegaba a salir bien.
El camino no fue largo y cuando por fin estuvieron allí, Carolina esbozó una enorme sonrisa al ver a todos esos niños. Claramente, los pequeños se morían por conocerla.
“¡Cuando les dije que llegaría una nueva maestra, se volvieron locos!», pronunció Bastian y en seguida, una niña de unos seis años se acercó, sosteniendo unas flores. Entonces, le tendió el ramo a Carolina, quien lo tomó y se agachó.
“¡Muchas gracias! ¿Cómo te llamas?», preguntó la chica sonriendo, al tiempo que la niña se sonrojaba.
«Me llamo Ester», respondió la pequeña en voz baja.
«¡Pero qué hermoso nombre! Yo soy Carolina. ¡Es un placer conocerte, Ester!».
Luego, Bastian le presentó a Carolina a todos los niños. Todos estaban en una habitación improvisada en una casa no muy bonita, aunque estaba limpia. En realidad, Bastian había remodelado bien el lugar para que no representara un peligro para los niños y el personal.
Por otra parte, había un niño que no había dicho nada, tenía de ojos marrones y miraba fijamente a Carolina. En seguida, ella se acercó a él, y aunque no dijo nada, le sonrió.
«¡Despídanse de Carolina!», dijo Bastian, así que los niños chillaron al mismo tiempo, excepto el niño pequeño, aunque sonrió y aplaudió alegremente.
En el camino de regreso, la mujer decidió preguntar por el niño.
“Ah, ese es Juan. Es un niño callado. En realidad, nunca habla, sus padres dijeron que es mudo».
«Es una lástima… ¡Él es tan lindo!».
«Contigo», replicó el hombre sonriendo. «Él es muy reservado, pero le agradaste».
Escuchar eso hizo que Carolina sintiera calor en su corazón. Ella realmente amaba a los niños, así que esta nueva etapa de su vida la ayudaría a sobrevivir a su problema con Máximo.
Transcurrieron dos semanas y la chica estaba loca por el proyecto. Para su felicidad, Domenico, nunca la buscó. Ella no sabía si podría controlarse y no golpearlo en la cara.
Luego, en la tercera semana, la puerta de la tienda se abrió y apareció una persona que pensó que no vería pronto.
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