Capítulo 22:

«Carolina, no voy a ser muy gentil», le advirtió él, mientras ella solo asentía.

A decir verdad, a la chica le gustaba cuando él era más rudo.

«Máximo, puedes hacer lo que quieras».

Entonces, el hombre le bajó los pantalones a su esposa, la levantó y con las piernas sobre sus brazos, usando el árbol como apoyo, la penetró apresuradamente. Ella, por otro lado, ahogó un pequeño grito en su hombro.

“¡Maldita sea, me encanta oírte gritar!», gruño él, moviéndose con más rapidez. «Eres mía, Carolina, ¡Solo mía!».

“SÍ, sí…» respondió ella, al tiempo que él aceleraba.

Lo más normal sería que la chica sintiera vergüenza, más con su suegro y la abuela cerca, pero, en realidad ella no podía pensar en nada más que en la presencia de su esposo y en cómo la penetraba e invadía lo más profundo de su ser.

En ese instante, Carolina estaba llegando al %rgasmo, y cuando apretó su miembro, Máximo no pudo más y se dejó llevar por la ola de placer junto con ella, besando su boca.

Luego, cuando el hombre la puso en el piso, la mujer sintió que algo le bajaba por los muslos.

«Yo… tengo que ir a limpiarme»,

«No», dijo Él, y al escuchar eso, la joven lo miró con los ojos muy abiertos.

«Máximo…”.

“Te dije que no, te irás con mi olor por todo tu cuerpo. Quiero que cualquier b$stardo que se acerque a ti sepa que me perteneces».

Al escucharlo, ella levantó las cejas hacia su esposo.

“¿Así que eres mi dueño?»

De inmediato, el joven sonrió y besó la comisura de su boca.

“¿No lo soy?». Mientras hablaba, clavó sus manos en la cabellera de la joven, le dio un leve tirón y ella g!mió.

«¡Maldita sea, Carolina, si sigues gimiendo de esa manera, no vamos a ningún lado!».

A decir verdad, ella estuvo tentada a g$mir de nuevo solo para que su esposo la llevara de regreso a su habitación, sin embargo, la chica no solo quería ir la fiesta, sino que quería pasar el rato con Máximo. Las ocasiones eran raras, y mucho más una festividad. De hecho, esta sería la primera vez que iban juntos.

Por otro lado, el hombre en cierto modo se sintió decepcionado cuando la mujer contuvo un g$mido. Él realmente quería estar a solas con su Esposa, pero, salir con ella también era algo que deseaba.

Honestamente, Máximo se sintió como si hubiera ganado la lotería, pues, tenía a su lado a una hermosa mujer, quien lo aceptaba en la cama sin rechazarlo y conversaba con él de diversos temas.

En ese instante, el joven la ayudó a ponerse los pantalones y le alisó la blusa, que había subido y doblado completamente para acceder a sus pechos.

“¿Máximo?», llamó Carolina, tomándole la mano quemada. Tras ello, él intentó apartar la mano, pero ella lo sujetó con la otra mano.

“Carolina, suelta», le advirtió el joven, pero ella bajó la cabeza y le besó la mano. Por otro lado, el joven la miró fijamente con el corazón acelerado.

Luego, pronunció: » ¿Qué…Qué estás haciendo?»

«Tú me… me gustas mucho», dijo ella finalmente al tiempo que sonreía, soltándolo y corriendo hacia donde estaba estacionado el auto. Cuando escuchó esas palabras, el joven se quedó quieto por unos segundos, procesando la información.

En realidad, Yolanda le había dicho a Carolina que tenía que demostrarle su amor a Máximo, para que él se sintiera seguro de hacer lo mismo. Por lo tanto, ella empezaría a decirle cosas hasta que él pudiera decirle con claridad que la amaba.

Ni César ni su madre dijeron nada, pero sabían, por el estado de la pareja, lo que habían estado haciendo unos minutos atrás. En ese momento, simplemente se subieron al auto y Máximo condujo hasta el lugar de la fiesta.

La cabina era solo para ellos, así que nadie más podía entrar. Por otra parte, la única otra persona que tenía una cabina propia era Domenico, quien observó a Carolina mientras pasaba por la entrada de su cabina, sintiendo fuego ardiendo en su cuerpo debido a la belleza de la mujer.

Honestamente, junto a Máximo, parecían La Bella y la Bestia. Sin embargo, el hombre no vio nada romántico en ello, solo repugnancia.

Ella debe ser muy valiente como para permitir que él la toque…, pensó el hombre, y luego sonrió.

Si la chica era capaz de tolerar a esa bestia, seguramente disfrutaría mucho más estar con él.

De hecho, esa fiesta era una excelente oportunidad.

Tras ello, Domenico vació su vaso de whisky y subió al podio para pronunciar el discurso del pueblo. No era que sentía ningún tipo de orgullo por aquel lugar, pero ser alcalde le daba libre acceso a muchas cosas, además del poder.

«¡Realmente espero que todos lo disfruten mucho porque esto fue preparado con mucho esmero!», pronunció él, y cualquiera que escuchara pensaría que lo decía en serio. Máximo

, sin embargo, hizo una mueca y tenía una sonrisa burlona en los labios.

¡Ese maldito mentiroso!, pensó él.

“Máximo, ¿Crees que podamos participar en las actividades?», preguntó Carolina. Entonces, el hombre miró a través de la multitud y de nuevo a su esposa.

«Yo no quiero hacerlo, pero tú puedes ir. Voy a estar atento desde aquí».

«¿Estás seguro?» indagó la joven.

«SÍ, por supuesto», respondió él.

La verdad era que no quería que ella se privara tan solo porque él no quería ir. Su papá y la abuela ya estaban allí, así que no hay problema. Además, tener a Carolina ahí, tan cerca de él y estando los dos solos, le daba ganas de devorarla entera allí mismo.

En ese momento, ella besó sus labios con ternura y él quedó aún más confundido, dado que Carolina estaba mucho más cariñosa…

Luego, él la estaba observando jugar, hasta que, en un momento, lo llamó alguien, era un inversionista, y terminó contestando. No obstante, eso también hizo que apartara la vista de su esposa.

Ella, a su vez, moría de sed, así que decidió meterse detrás de una de las tiendas para beber algo. Al hacerlo, vio que Máximo estaba hablando por teléfono. Entonces, ella frunció el ceño, pero pensó que se trataba de algo importante y él no parecía demasiado interesado.

¿;Será que él también tiene sed?, se preguntó la joven, y decidió comprarle una bebida.

El problema fue que al pasar por la tienda de al lado, alguien la atrajo hacia dentro y le taparon la boca.

«¿Señor Castillo?”. Justo en ese momento, una persona llamó a la puerta de la cabina y Máximo fue a abrir de inmediato. Allí se encontró con un chico que parecía estar un poco nervioso.

Al verlo, él levantó el dedo pidiendo un segundo, terminó la llamada y miró al otro hombre.

«¿Qué sucede?»

“El alcalde quiere hablar con usted. Sígame por aquí, por favor», indicó el chico.

Antes de salir, Máximo miró hacia abajo, pero no vio a Carolina. Entonces, pensó que la buscaría después de ir a ver qué quería Domenico.

Al llegar, levantó la mano para llamar a la puerta de la cabina, pero esta no estaba cerrada del todo y, desde donde se encontraba, fue capaz de reconocer muy bien la ropa de su esposa. Ante eso, abrió la puerta rápidamente, con el corazón latiendo con fuerza y los ojos ardiendo de furia, la vio sosteniendo el rostro de Domenico mientras se besaban.

Máximo se quedó sordo y mudo durante un par de segundos, sin embargo, tenía muchas ganas de estar ciego para no haber visto la escena frente a él.

De repente, su cuerpo comenzó a temblar y estaba tan aturdido que no se dio cuenta de que su esposa en realidad estaba luchando por liberarse del agarre de Domenico. Todo lo que el joven observó fue a la mujer moviéndose, pero los celos lo hicieron ver y escuchar de manera diferente.

Así, él creyó que los gritos ahogados eran g$midos de placer.

En ese instante, el hombre se movió torpemente, sin mucho control sobre sí mismo. Su corazón casi se detuvo, pero al mismo tiempo, le latía sumamente rápido.

En tan solo un segundo, Máximo metió la mano en el cabello de Carolina y tiró de ella, para después soltarla y darle un puñetazo en la cara a Domenico, y otro, y otro. De inmediato, este se defendió y casualmente le arrancó la máscara a Máximo, quien parecía no ver nada ni escuchar, así como los gritos de Carolina, mientras llegaban los fotógrafos.

En ese momento, la chica se paró frente a su esposo y les gritó a los medios que salieran de ahí.

Increíblemente, nadie trató de separar a los dos hombres en absoluto. No fue sino hasta que llegó César con Yolanda que, entre él y otro invitado, que casualmente pasaba por allí, ayudaron a apartar a Máximo de Domenico.

«¡Eres un b$stardo!», exclamó Domenico, mientras se agarraba la cara, y agregó: «¡Te van a arrestar por esto, Castillo!».

César y el otro hombre sacaron a rastras a Máximo de allí lo más rápido que pudieron, mientras Yolanda se acercó a Carolina y la abrazó.

“En realidad eres tú quien tiene que responder por eso, Domenico. Si los medios se enteran de algo…”, dijo Yolanda por encima del hombro y salió de la cabina con Carolina, llevándola al auto.

Máximo ya se encontraba allí, en el asiento trasero. César estaba en el asiento delantero, y Yolanda le abrió la puerta trasera a Carolina.

“¡No quiero tener a esa p$ta a mi lado!», espetó el hombre, y se hizo el silencio.

“Máx, ¿Qué…?», comenzó a preguntar César, pero Máximo le gruñó a su padre y volvió su mirada feroz hacia Carolina, quien estaba llorando, muy confundida.

“Esa p$ta se estaba besando con ese hombre…

¡Con él! La quiero fuera de mi casa de inmediato».

Ante eso, Carolina no sabía ni qué decir. Ella abrió la boca un par de veces, pero no salió nada.

“Ella va a volver a la casa. Y mañana los dos van a hablar», pronunció Yolanda con calma.

«Ella simplemente va a empacar sus cosas. ¡La quiero fuera!», gritó el joven.

En ese momento, Yolanda cerró la puerta y miró a la chica. La anciana sabía muy bien que Carolina no había traicionado a su nieto. Entonces, ella miró a César a través de la ventana delantera y dijo que hablaría con la joven antes de que subieran al vehículo.

«Hija mía, ¿Quieres ir con nosotros o prefieres que mejor te busque un hotel aquí? Yo sé que tú no hiciste nada malo», indicó ella, y acarició el cabello de Carolina, quien rompió en llanto.

«Y… yo… casa», tartamudeó la mujer, quien pensó en quedarse en un hotel, lejos de Máximo, pero ¿Y si Domenico iba a buscarla allí? Ella estaría sola, así que no, no se arriesgaría.

Al escucharla, Yolanda decidió pedir un taxi. Había muy pocos en ese lugar, pero ella lo consiguió y le pidió a César que se llevara a Máximo. De esa manera, irían en vehículos separados.

Durante el trayecto, la chica no dijo nada, tan solo lloró. Carolina nunca se imaginó que Máximo pudiera dudar de ella así.

¿Acaso él no vio que ella estaba luchando por liberarse de Domenico?

¡Ese hombre era mucho más fuerte que ella!

Tan pronto como llegaron a la finca, la joven se fue a la habitación que había ocupado antes cuando llegó a esa casa, puesto que no quería ni ver a su esposo.

Aún con la ropa puesta, se acostó en la cama y siguió llorando. Yolanda, por otro lado, pidió que nadie la molestara.

Mientras tanto, Máximo se encontraba en la oficina con su padre.

«¡Yo sé muy bien lo que vi!», gruñó él, pero César negó con la cabeza.

«Hijo mío, la verdad es que cuando estamos celosos, nos cegamos por completo. ¡Tanto así que podemos ver cosas que no están pasando!»

“¿Por qué se supone que estás defendiendo a Carolina?», preguntó el joven, y luego recordó que su padre había elogiado a su esposa dos veces seguidas. Entonces, sintió que ardía de rabia, y cuestionó: «¿Es que tú también te estás acostando con ella?».

La bofetada que recibió de su padre realmente lo impactó, dado que César nunca lo había golpeado.

¡Ni una sola vez!

«¡De verdad debería golpearte, Máximo! ¿Cómo te atreves a insinuar algo como eso? Si yo la quisiera para mí, nunca te habría hecho casarte con ella, ¿No lo crees?», le gritó el hombre a su hijo. En ese momento, se sentía sumamente ofendido, y agregó: «¡Controla tus celos, Máximo, y ve a pedirle perdón ahora mismo!».

“¿Pedirle perdón?», resopló el joven con una carcajada.

“SÍ, así es. Tienes que hacerlo. Tu esposa acaba de ser acosada por un hombre y, en lugar de obtener tu apoyo, la culpas de lo que ocurrió. La decepción ni siquiera puede llegar a describir lo que estoy sintiendo en este momento».

Tras ello, César le dio la espalda y se fue, la verdad era que no quería mirar más a su hijo.

«¿Qué ocurrió?». Yolanda, quien había estado esperando en la sala, le preguntó a su hijo.

«Máximo sigue insistiendo en que Carolina se estaba besando con Domenico», respondió César, suspirando con tristeza. «Definitivamente, va a terminar perdiendo a esa chica. Y se arrepentirá amargamente».

Al escucharlo, la anciana asintió con la cabeza.

Luego, vio a su nieto salir de la oficina y caminar por el pasillo donde estaban los dormitorios.

«Si ella fuera mi familia, le prohibiría que siguiera casada», le dijo Yolanda a César, pero tanto él como Máximo sabían que esa frase iba dirigida al joven.

En ese momento, Máximo había disminuido la velocidad, pero no respondió nada, volvió a caminar rápidamente y se dirigió a su habitación.

Posteriormente, cerró la puerta con fuerza detrás de él.

Al día siguiente, Carolina se aseó y agradeció tener un cepillo de dientes de repuesto allí, además de la crema dental. Tan pronto como abrió la puerta de la habitación, sus maletas estaban en el pasillo.

En seguida, ella las miró y las colocó dentro del dormitorio. Una de ellas era de su esposo. Había una nota encima de esta que decía que no tenía que devolverla.

En realidad, Carolina llegó allí con pocas cosas, pero, ambos habían comprado algunas cosas juntos, por lo tanto, la mujer decidió abrir sus maletas y llevarse solo lo que le pertenecía. Tan pronto como terminó, la chica tomó su maleta con ruedas y comenzó a caminar hacia la salida.

«Niña, ¿Qué está sucediendo?», le preguntó Dolores, confundida. Ella había visto que el jefe estaba raro y serio, y que Carolina había vuelto a dormir en la habitación de antes. Yolanda y César, por otro lado, ya se iban y simplemente estaban esperando a la joven.

«¡Muchas gracias por todo, Dolores! Fuiste maravillosa conmigo»

«No entiendo…».

“Bueno, Máximo y yo ya no estaremos juntos. Eso es todo lo que necesitas saber», después de decir eso, Carolina abrazó a la anciana y, más tarde, cuando llegó a la sala, vio a la abuela y al padre de su esposo.

«¿Estás segura?», preguntó César con preocupación.

«SÍ. Además, no soy yo quien tiene que estar segura. Me echaron de esta casa. ¡Y lo siento mucho, pero no me voy a humillar por él!».

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