Capítulo 14:

A Carolina se le aceleró el corazón al ver a Máximo. La sangre le hervía de deseo y tenía una sensación de anhelo y agonía entre las piernas.

En cuanto el chico se dio cuenta de su aparente excitación, se- sintió confuso. Acababa de verle la pierna quemada, ¿Por qué parecía desearlo tanto?

La sujetó del cabello por la nuca y la atrajo hacia sí, haciéndola g$mir.

«Me vuelves loco, ¿Lo sabías?», habló mirándola fijamente a los ojos. «Y no entiendo…».

«Bésame», suplicó ella. Carolina no entendía cómo podía ser tan atrevida con él. Máximo despertó algo salvaje en su interior.

Deseaba besar a su mujer; sin embargo, recordó las condiciones en las que se encontraba, por lo que dio un paso atrás: Carolina lo tomó del brazo.

“Estoy sucio», dijo él, frunciendo el ceño.

«¿Y qué? Quiero un beso. Uno rapidito». La voz de la muchacha era suave y seductora.

“Si te beso, Carolina, querré más, y no tenemos tiempo para eso», respondió antes de maldecir en voz baja. «Me daré una ducha y volveré pronto».

Antes de irse, no obstante, le dio un beso en los labios y se dirigió al cuarto de baño. El rostro de la chica se tiñó de rojo.

Se abanicó con la mano, sonriendo.

¡Este hombre es… caliente!, pensó.

Una vez en el baño, Máximo se quitó tanto la máscara como la ropa. Se quedó frente al espejo y tragó con aspereza. al verse el cuerpo.

Normalmente se alejaba de cualquier superficie reflectante que le mostrara lo horrible que era, le bastaba con la cara para peinarse o afeitarse.

Evitaba en gran medida todo lo demás.

Ahora, sin embargo, quería mirarse mejor, ¡Porque las acciones de su esposa no tenían sentido!

Parecía no importarle, y…

Había salido con Jade y se comprometió con ella.

Estuvieron juntos durante años, y a pesar de que él le había profesado siempre su amor, jamás lo quiso. Pero Carolina, quien no tenía ninguna relación con él más allá de su contrato matrimonial, ¿Estaba interesada en él? No…

Máximo se debatía entre creer que Carolina podía sentir cariño por él a pesar de su aspecto monstruoso, y seguir creyendo que todo era una mera actuación para sacarle dinero y bienes.

Aunque sus familias estaban de acuerdo, el contrato matrimonial entre los dos era claro: si se separaban, ella no recibiría nada. Si él moría, todo lo que poseyera sería devuelto a los Castillo. En realidad, fue el padre de la muchacha quien obtuvo beneficios de este trato. Y solo mientras los Castillo quisieran ayudarlos. Desde el punto de vista legal, nada los obligaba a hacerlo.

Mientras estaba en la ducha, recordó a su padre decir que aquello no tenía sentido. Si era su esposa, ¡Debería heredarlo todo! Sin embargo, Máximo se rehusó. La chica se casó por dinero… y él no le daría más. y Las joyas eran una forma de recordarle su lugar.

Pero él ya no sentía lo mismo cuando se las entregaba. Se sentía desconcertado.

Suspirando, se secó y se dio cuenta de que había cometido un terrible error. No había traído ropa limpia al cuarto de baño. Estaba tan impresionado por la mirada de Carolina en su pierna que se le olvidó. ¡Ja! ¡Maldita sea!, pensó furioso. Aunque no quería recurrir a esto, no tuvo más opción.

Con la máscara puesta, abrió la puerta y extendió la mano.

“Carolina, necesito tu ayuda», habló. «¡Pero ten cuidado!».

Al oírlo, salió de la cama con rapidez. Incluso correría con tal de ayudarlo; pero las últimas palabras la hicieron detenerse.

“¿En qué puedo ayudarte, am… Máximo?». Sus ojos se abrieron de par en par, Casi lo había llamado amor. Seguro empezaría a insultarla de nuevo ya ella no le interesaba.

“Necesito ropa». Su voz sonó áspera.

«De acuerdo». Ella se acercó al armario. “¿Dónde está?».

La chica jamás se atrevería a revisar sus pertenencias sin el permiso de Máximo. No le gustaba la gente demasiado entrometida, por lo que no le haría lo que tanto le desagradaba.

Además, su esposo era un poco enigmático y lo más probable era que se enfadara.

«Las camisas están colgadas, los pantalones, en la segunda puerta y la ropa interior, en el primer cajón de la tercera puerta», explicó.

«¿Ro-ropa interior?», preguntó ella, sintiendo que se le ruborizaba el rostro.

“Por supuesto, Carolina. Necesito ropa interior. ¿O quieres que vaya desnudo por ahí?».

La oyó suspirar exasperada.

«¡Por el amor de Dios, mujer!, me tuviste dentro de ti varias veces. ¿Qué tiene de difícil mirar mi ropa interior?».

Carolina se mordió el labio, dándose cuenta de que él tenía razón. Habían hecho tantas cosas juntos que no debería sentirse avergonzada.

«Lo siento. Nunca había visto la ropa interior de un hombre, y tú y yo no lo hicimos precisamente a plena luz del día».

«Lo hicimos sobre el capó del auto», le recordó e hizo que se cubriera la cara con las manos.

“Carolina, por favor, elige un par de calzoncillos.

No es tan difícil, te lo prometo», Ella suspiró y abrió el cajón. Toda su ropa interior era idéntica. Negra. La misma. Sin variaciones.

“¿Sigues eligiendo?», preguntó, divertido.

“Demasiadas opciones, ¿Verdad?».

Carolina entornó los ojos, dirigiendo la vista hacia el baño.

«SÍ, En realidad, puede que me lleve un rato…».

«Carolina, te recuerdo que tenemos una cita con el doctor y odio llegar tarde», señaló.

«Bueno, entonces tendré que elegir cualquiera…», respondió ella lentamente. «Y ahora miraré tus camisas».

«¡Carolina, hablo en serio! Me estoy poniendo nervioso. ¡Se nos hace tarde!», exclamó.

Máximo tenía una profunda aversión hacia los retrasos. Le producía ansiedad.

«Pues, si tienes tanta prisa, ¿Por qué no vienes a buscar tu ropa?».

«Ya sabes por qué», respondió con seriedad.

«¡Y deberías saber que no me importa!», espetó.

Respiró profundo para) calmarse. «De acuerdo, perdona. No tengo derecho a presionarte con esto».

A continuación, abrió el armario y sacó la primera camisa y el pantalón que encontró. Se los entregó a través de la puerta.

«Gracias». Máximo cerró; pero no tardó en volver a abrir. «¿Hablas en serio, Carolina?».

Su voz resonó enfadada; la joven no entendió el porqué.

«¿Ahora qué pasa?».

Su esposo se limitó a levantar la camisa para que la viera. Estaba con estampado de piñas y los pantalones eran de color caqui que, definitivamente, no combinaban para nada.

Carolina se tapó los labios para reprimir una risita.

«Lo hiciste a propósito, ¿No?», inquirió enfadado.

«¡No! Es que no miré. Dijiste que tenías prisa y yo…».

Suspiró con fuerza.

«Cierra los ojos. Yo mismo buscaré la ropa”.

«Está bien», respondió, dándose la vuelta. «¡Listo!»

Antes de salir del baño, echó un vistazo para asegurarse de que no mentía. Así que comenzó a dirigirse hacia el armario, sin apartar la vista de la muchacha.

Carolina continuaba de pie, como le ordenó, con un hermoso vestido que le realzaba la cintura y su trasero curvilíneo. No la veía así a menudo debido a que no interactuaban demasiado durante el día. Ahora que podía hacerlo…, sintió el deseo crecer hasta llenarlo. Necesitaba estar con ella.

«Ponte en cuatro sobre la cama», le indicó. Cuando Carolina quiso girar la cabeza para mirarlo, él añadió: «¡No! ¡Quédate como estás! Solo ponte en cuatro».

Su cuerpo temblaba por la anticipación.

«Máximo…”.

Ella se subió a la cama y se colocó en el borde.

Máximo se acercó desnudo y le pasó la mano por el trasero. Ya había hecho esto antes con Carolina, aunque con la luz apagada. Le subió el vestido y sonrió al ver el estado de su ropa interior.

Apartó la tela y tomó aire.

«Eres preciosa».

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