Por siempre tuya -
Capítulo 77
Capítulo 77:
“¿Cómo es esto posible? ¿Estoy soñando? Dime que es verdad, que estamos juntos y todo es un sueño. Por favor, dímelo” le supliqué, con la frente presionando la suya.
“No sabes cuánto desearía que este momento fuera real, que estuvieras en mis brazos, donde puedo protegerlos y amarlos. Pero no lo es, hermosa. Elena ha conjurado un hechizo para poder hablar contigo en tus sueños. Es la única manera de contactarte. Hay magia negra bloqueando todo a tu alrededor” explicó Hansen.
“Julius tiene una bruja. Se llama Samanta. Está usando magia para mantener a Kayla dormida y evitar que pueda utilizar mi magia o contactarte” añadió.
“¡Samanta! Perfecto. Elena podrá buscar más información sobre ella. ¿Sabes dónde estás? ¿Puedes reconocer el área?” me preguntó ansioso.
“No sé. Al principio, me tenían en un sótano con solo un colchón en el suelo y sin ventanas, pero ahora Julius me tiene en una gran habitación. Solo puedo ver el bosque a través de mi ventana, pero aún puedo ver a lo lejos parte del lago” le dije segura.
“El lago, Alania… es imposible. ¿Fui a la manada de Julius y no hay nadie ahí?” me dijo sorprendido.
“Estoy segura de que está utilizando la magia para ocultarnos” le dije.
“Buscaremos la manera. No te preocupes” me dijo y volvió a abrazarme. Sentirlo cerca me hacía sentir segura.
Lo necesitaba tanto.
“Ahora dime, ¿Cómo estás tú? ¿Estás bien?”
“¿Julius te ha hecho daño? ¿Ha intentado…?” dijo, sin terminar la frase, aunque yo sabía perfectamente a qué se refería.
Levanté mi cabeza y pude ver la furia en sus ojos.
Marcel estaba por tomar el control, pero acaricié su brazo tratando de tranquilizarlo, con nuestra unión de parejas.
“Lo ha intentado varias veces, pero he podido resistirme inventando que no me siento bien, evadiéndolo. Pero no sé por cuánto tiempo pueda seguir así”
“Está planeando la ceremonia de parejas para unirnos y que seas su luna. Y si ese día llega, no quiero ni pensar en lo que pueda pasarme” le dije con preocupación y tristeza.
“Sin mi magia y sin Kayla, soy presa fácil. No tengo mucha fortaleza y con el embarazo cada vez me siento más débil” le expliqué.
“¿Julius sabe de nuestro bebé?” me preguntó.
“No, pero no tardará en descubrirlo. Y tengo miedo de lo que sea capaz de hacerme, o a nuestro pup, cuando se entere” le dije preocupada.
“Hay una jovencita que me cuida, se llama Susana, y está sola. No tiene a nadie. Trataremos de buscar la manera de escapar, y ella vendrá conmigo” le informé.
“Trata, pero ten mucho cuidado. Con la información que me diste, sé que podremos encontrar algo útil, y te juro que no descansaré hasta que ustedes estén en mis brazos y seguros”
“Si Julius te pone una mano encima, va a desear no haber nacido. Porque no habrá poder en este mundo que me impida matarlo y desmembrarlo con mis propias manos” dijo decidido.
“Te amo, mi Luna. Pronto estarás conmigo, te lo prometo. Pronto” me dijo mientras me besaba nuevamente y me abrazaba.
Me sentía feliz y protegida en sus brazos.
No quería que este sueño terminara nunca.
No quería que la realidad regresara.
Pero sabía que mi deseo pronto terminaría.
El ambiente se tornó frío y una niebla muy densa apareció entre nosotros.
Hansen levantó la mirada y cerró sus ojos por un instante. Sentí como su pecho se levantaba y respiraba lentamente, como tratando de ser fuerte.
“Hermosa, el sueño se nos está desvaneciendo de las manos. Pronto terminará” me dijo acariciando mi rostro.
“No, no por favor, no te vayas, no me dejes, quédate conmigo. Te necesito, Hansen” le rogué mientras lo abrazaba fuertemente.
“Tienes que ser fuerte, por ti, por nuestro bebé, por nosotros. Sé fuerte. Te juro que te encontraré, te lo juro. Te amo más que a mi vida. Te amo, Alania, mi Luna” me dijo mientras me abrazaba con fuerza, tratando de no dejarme ir.
“Te amo, te amo con todo mi ser, te amo” le dije mientras cerraba mis ojos y aspiraba su aroma por última vez.
Cuando abrí mis ojos nuevamente, él ya no estaba frente a mí.
Caí al suelo de rodillas y comencé a llorar desconsolada, gritando su nombre con todas mis fuerzas.
“¡Hansen! ¡Hansen!”
Cuando regresé a la realidad, me di cuenta de que estaba en ese cuarto desconocido, sola, lejos de mi mate, completamente sola.
Me recosté en mi cama en posición fetal y no pude contener mis lágrimas.
Lloré hasta que no pude más.
Hansen continuó narrando:
“Tenía en mis brazos a mi hermosa mate, a mi mujer, y la abrazaba con fuerza. Quizá, al despertar de mi sueño, ella seguiría en mis brazos, pero no fue así”.
“¿Hansen? ¿Hansen? ¿Puedes escucharnos?” escuché a lo lejos, y al abrir mis ojos, Elena y Sebastián estaban frente a mí.
Me levanté de la silla y miré mis brazos, con los que hace unos segundos abracé a mi mujer.
Caminé unos pasos alejándome y miré mis manos.
Presioné mis labios con fuerza, con furia, las lágrimas comenzaron a caer en mi rostro.
Entonces, solté un grito, un aullido, el más fuerte que jamás había sentido en mi vida.
Comencé a agarrar y romper todo lo que estaba a mi alcance. Estaba furioso, no podía controlarme, y Marcel tomó el control.
“Elena, busca a Iván, tráelo. Trataré de contenerlo antes de que se lastime” dijo Sebastián.
Pero Marcel era implacable. Destrozaba todo lo que se atravesaba frente a él. La desesperación, la importancia, era demasiado. No podíamos soportar este dolor en nuestra alma.
Sebastián se lanzó sobre mí, tratando de sostenerme con sus brazos. A pesar de ser un alfa muy fuerte, él no era rival para mí, y lo lancé al suelo.
Pero inmediatamente entraron Iván, Dominik y el Doctor Anthony a mi oficina, lanzándose sobre mí con fuerza tratando de controlarme.
Sebastián se puso de pie y les ayudó.
Yo seguía gritando de furia, de dolor, sin poder controlarme.
“¡Por dios, Anthony, ya inyéctale el tranquilizante! Nos va a matar” escuché a Iván gritar al doctor.
“¡Sosténganlo con fuerza!” dijo Anthony.
“Alfa Hansen es demasiado fuerte, rápido Anthony, no se cuánto tiempo pueda soportar” dijo Dominik.
“Lo siento Hansen, pero es por tu bien”.
Escuché decir a Sebastián al mirarlo vi cómo se lanzó sobre mí, dando un fuerte golpe que me saco de balance y fue cuando el doctor aprovecho la oportunidad y me inyecto en el cuello.
“Suéltenlo” ordenó Anthony.
“¿Estás seguro, doctor?” preguntó Iván.
“Sí, déjenlo. Necesita asimilar el dolor. Está destrozado, pero el tranquilizante hará efecto inmediatamente” explicó Anthony mientras me miraba.
“Lo siento, alfa” escuché que decía.
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