Mamá psicóloga
Capítulo 25

Capítulo 25:

POV Jeremías

“Puedes detenerte junto a esa tienda”.

La chica que no ha dicho ni media palabra desde que salimos del hospital señala una dulcería. Hago lo que me dice para no hacer más incómodo el ambiente.

Veo a la chica bajar rápidamente del coche, e intento alejar el recurrente pensamiento de que los labios de ella sobre mis dedos se sintieron demasiado tierno.

Odio el revolotear en mis venas, me digo que han pasado demasiados años desde la última vez que tuve algún contacto con una mujer y le achaco a eso que esta mujer irritante me haga sentir tan extraño.

La tentación de fumarme un cigarrillo se mueve bajo mis venas.

Rechazo la idea al recordarme que dejé de fumar por el bien de mis hijos.

La mujer que hace cinco minutos salió de mi auto regresa con una caja de cartón rosa colgando en su mano.

La veo subir distraídamente al coche, e ignoro que su delicioso aroma ahora está mezclado con el aroma del pan recién horneado.

“Espero que a los niños les gusten las donas”, comenta.

“Fue lo más adecuado que me pareció para después de la cena”.

Ella trata de colocarse el cinturón una vez más, pero por algún motivo la junta se atora en la salida.

Desato el mío por un momento para inclinarme sobre ella y debo cerrar los ojos por un instante cuando estoy lo suficientemente cerca de ella.

Necesito dos tirones para sacar el cinturón de seguridad de su junta.

La mujer a escasos centímetros de mi rostro carraspea e intenta mirar al techo del auto cuando mi rostro queda a milímetros del suyo.

Noto por un segundo los diminutos puntos que saltean su piel.

Me molesta sumamente que sienta el deseo de contarlas, escucho el clic del cinturón de seguridad y regreso a mi asiento con ese maldito olor dulce pegado en mis sentidos.

“Necesito cambiar este auto”, gruño molesto conmigo mismo.

“Ese cinturón lleva un tiempo dando problemas”.

“¿Cambiar el coche?”, la mujer a mi lado bufa.

“Solo necesitas darle mantenimiento”.

“Puedo comprarme otro”, comento comenzando a conducir.

“¿Por qué perdería el tiempo cambiando una junta?”.

“Oh, tienes razón”, murmura.

“Olvidaba que eras el chico del dinero”.

“No soy el chico del dinero”, murmuro acelerando.

“Solo uso lo que tengo”.

“Yo nunca he comprado un coche siquiera”, dice ella mirando por la ventana.

“Pero tienes razón, no tenemos la misma situación”.

Ella no dice nada más y el ahora aromático ambiente entre los dos se hace todavía más incómodo.

Llegamos a mi propiedad una hora después.

Ella no dice una palabra antes de prácticamente salir corriendo del auto.

La comprendo, así que simplemente me quedo sentado en el auto por unos minutos más.

Uno de los empleados se acerca cuando me ve salir del auto y le entregó las llaves rápidamente.

“Encárgate del auto, el cinturón de seguridad está algo dañado y sabes que no quiero correr ningún riesgo con los autos que uso”.

“Si señor, me encargaré de arreglarlo y…”

“Compra un auto para mi esposa”, lo corto.

“No necesitas arreglar este, solo tienes que comprar uno nuevo”, le explico.

“Después de todo este coche es de hace dos años y necesito algo nuevo”.

“Como diga señor”

El chico me mira una vez más.

“¿Tiene un auto en mente para la señora?”

“Realmente no, solo compra algo popular entre las mujeres y tráelo aquí para mañana en la mañana”.

“Sí señor”.

Camino hacia la casa.

Después de eso, me encuentro con el ama de llaves en la puerta que toma mi maletín y el saco del traje.

Me informa que la comida estará lista en unas horas.

Me siento extenuado.

Extrañamente frustrado con todas estas sensaciones que se mueven peligrosamente bajo mi cuerpo y decido tomarme una copa antes de la cena, pero las risas que vienen desde el salón me hacen cambiar mi camino hacia el minibar.

“¿Podemos comer una ahora mamá?”, cuestiona Lucas.

Mis ojos se centran en la mujer sentada sobre el suelo que está rodeada por mis hijos.

Lucía está jugando con su cabello mientras Lucas está muy centrado en la caja de donas en sus piernas cruzadas.

“Solo un pedazo”, dice ella dando un pellizco tierno a su mejilla.

“Porque tenemos que comer juntos”.

Mi hija mira hacia mí.

Sus ojos se emocionan cuando me ve y mientras corre hasta mí para abrazarme noto la molestia de Lucas en mi dirección.

Lizbeth me hace una ligera negación con su cabeza y mientras llama la atención de Lucas una vez más.

Entro a la sala de estar con mi hija en brazos mientras mi esposa da una pequeña porción de dona a Lucas.

“Cariño, papá, quiere que le digas como te fue hoy”, comenta ella.

“¿Por qué no lo saludas?”

“No quiero, papá, no me escucha cuando le digo que ese hombre me molesta”.

“Papá es tonto a veces”, dice ella acariciando su cabeza.

“Pero sigue siendo papá, ¿Verdad?”

“Si…”, confirma el niño, ella sonríe antes de darle otra porción de la dona.

“Entonces hagan los pases, dale a probar las donas y dile que lo quieres, aunque sé aún tonto ¿Está bien?”

“Si”, confirma el niño, me quedo fascinado con lo fácil que ha conseguido que mi hijo haga lo que le pide.

Miro a mi hijo que me mira renuente, pero listo para seguir las indicaciones de su madre.

“Papá, hoy me traté de portar bien”, resopla entregándome la porción de dulce.

“Y te quiero, aunque seas un tonto”.

“Yo también te quiero, cariño…”, respondo tomando el dulce.

“Que bueno que haces caso a lo que dice mamá”.

“¡Claro, mamá, me dejó dibujar hoy y no tuve que hablar con el doctor malo!”

“Genial”

Le doy una porción de la dona a mi hija.

“Lamento haber sido un tonto…”

Me inclino para despeinarlo antes de mirar con fijeza y molestia a la mujer que ha conseguido el amor de mi hijo sin hacer absolutamente nada.

Me digo que los celos son algo absurdo para un hombre adulto como yo, pero es mejor sentir celos por ella que esa extraña necesidad de saber en qué otra parte de su piel tiene pequeñas pecas.

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