Capítulo 1721:

Al cabo de un rato, sonrió vagamente.

Se duchó y se tumbó en la cama, pero el sueño le resultó esquivo. Con Alexis en la misma casa, el aire le parecía más dulce.

Dio vueltas en la cama inquieto.

En la oscuridad, escuchó la lluvia incesante, el ruido de los criados al moverse y el crujido ocasional de las puertas al abrirse y cerrarse… Todo se debía a Alexis.

La añoraba en silencio.

Una hora más tarde, llamaron a su puerta con urgencia. El criado anunció: «Sr. Douglas, tiene que venir a ver esto. La señorita Fowler podría tener fiebre; siente la frente muy caliente».

Una sensación de temor invadió a Leonel.

Rápidamente se levantó de la cama y siguió al criado hasta la habitación de invitados, donde una única lámpara de cabecera proyectaba una tenue luz. Alexis yacía tranquilamente en la cama, con su larga cabellera extendida sobre la almohada.

Tenía los ojos cerrados y las mejillas ligeramente sonrojadas.

Estaba visiblemente incómoda.

Leonel se sentó a su lado y le tocó suavemente la frente.

Estaba ardiendo.

Retiró la mano e indicó al criado: «Por favor, ve a buscar al doctor Glyn y trae el alcohol del botiquín».

El criado se apresuró a hacerlo.

En ese momento, Alexis se despertó.

Abrió los ojos ligeramente, con aspecto frágil y apenas despierta, y su malestar era evidente. Su mano se extendió débilmente y agarró el dedo de Leonel.

Con voz suave, como de gatita, murmuró: «Leonel, me siento fatal».

Sus dedos ardían, enviando un calor abrasador directamente a su corazón, llenándolo de una mezcla de alegría y tristeza.

Le acarició el pelo con ternura y la tranquilizó con un tono suave: «He llamado al médico. Usaremos un poco de alcohol para ayudarte a refrescarte».

Sin embargo, no pudo consolar a Alexis en absoluto.

Waylen y Rena habían mimado a Alexis desde su infancia. Con la llegada de sus hermanos pequeños, aprendió a asumir el papel de hermana mayor responsable. Con el tiempo, se convirtió en la esposa de Leonel y en la madre de sus hijos.

Durante muchos años, asumió un papel maduro.

No fue hasta que cayó enferma cuando afloró la niña que llevaba dentro.

Sólo entonces admitió sentirse herida y asustada.

Con la cara hundida en la almohada y la mirada desenfocada, Alexis miró a Leonel con expresión dulce. Al igual que en su infancia, cuando cayó enferma, buscó su presencia reconfortante.

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