Capítulo 1590:

Estaba destinado a ser su símbolo de celebración por el hito de la compañía de Leonel. Pero la furia se lo había llevado, rompiéndolo. Sin embargo, aquí estaba, remendado y devuelto. ¿Qué mensaje quería enviar al volver a unirlo?

En la alfombra, Alexis se encontró sentada, con una marea de lágrimas subiendo a sus ojos.

Sintió que su hijo compartía su emoción y que la vida en su interior bailaba inquieta.

Su mano se movió en un suave arco sobre su vientre, una suave conexión con la niña que llevaba dentro.

El bebé, con su nombre elegido y esperando, vendría al mundo en la cúspide del otoño.

Siete meses habían tejido un vínculo que ella ya apreciaba.

El repentino pitido de un teléfono rompió el silencio.

Un número desconocido parpadeó en la pantalla, pero era él. Leonel.

No había impedido sus llamadas.

Dudó, con los recuerdos pesándole en la mano, antes de que la llamada se conectara. Al otro lado de la línea, la conmoción resonó antes de que las palabras se abrieran paso. «Feliz cumpleaños, Alexis.

El silencio se mantuvo en la línea durante un suspiro antes de que ella lo rompiera.

«Han llegado tus regalos, Leonel, pero no puedo quedármelos. Hemos terminado».

Su voz, una suave interjección, llevaba una pesada pregunta. «¿Hemos terminado?» Sin embargo, siguió adelante, sus palabras mezcladas con esperanza y miedo. «Si no te importara, Alexis, no habrías tocado las cajas».

Sus suspiros llenaron el espacio entre las palabras, cargados de verdades no dichas.

El tiempo se alargó antes de que Alexis susurrara su determinación. «Te equivocas. Los regalos no son míos».

Con un último clic, puso fin a la llamada, y el silencio lo dijo todo.

Un manto de tristeza la envolvió mientras se acercaba a la ventana. La noche ofrecía una vista de rosas doradas que se desplegaban hacia el cielo, su brillo contrastaba con su sombrío estado de ánimo.

Treinta y dos estallidos de luz rompieron la oscuridad, un ardiente saludo de Leonel.

Alexis miraba, con las lágrimas brillando sin darse cuenta hasta que resbalaron por sus mejillas.

Las lágrimas caían, no por lo que ahora la conmovía, sino por el amor que una vez compartieron.

Abajo, una figura solitaria reclamaba las sombras.

Vestido con la camisa blanca que a ella le gustaba, su silueta era un corte nítido contra la noche, las brasas de su cigarrillo marcando la oscuridad.

Su mirada se dirigió hacia ella, rebosante de cariño, consciente de que lo había divisado.

Una oleada de amargura invadió a Alexis. Cogió el teléfono y marcó su número, notando cómo su rostro se iluminaba con una sonrisa de satisfacción al contestar.

Las palabras le supieron agrias al pronunciarlas.

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