La promesa del padre de mis trillizos -
Capítulo 38
Capítulo 38:
POV Eva Dreyfus
Observo cómo le brillan sus ojos, viene hacia mí, se quita la mascarilla, y me levanto para recibir su abrazo. Al tenerlo tan cerca, suspiro, ya que de todas maneras quería hablar con él.
“¡Miles, es bueno verte! Te tengo que pedir un favor”, le susurro en el oído y nos alejamos. De la nada me lanza una mirada curiosa.
“Por favor, ayúdame a llevar a Paola al auto, se desmayó y pretendo llevarla a casa”, le pido el favor, esta vez más explicada. Él vuelve a abrazarme para luego alejarse y sonreírme.
“Por supuesto”, accede con una refrescante sonrisa. Me volteo para sacarle el helado de su cara, le limpio con unas servilletas, y luego me aparto para que Miles la acerque hacia él y la tome para cargarla como costal de papas.
Salgo yo primero y luego él, el auto no quedó estacionado muy lejos, así que llego para abrir la puerta del asiento de atrás y él con cuidado la deja allí.
“Muchas, muchas gracias, Miles. Te quería decir que lo siento mucho porque nunca más fui a una cita médica contigo. Solo que tomé la decisión de que no corrieras más peligro. Estoy yendo a uno bueno, así que no te preocupes”, le agradezco, y de alguna manera, me despido.
Veo que está comenzando a atardecer. Miles se acerca a mí, toma mi mentón y me deja un beso en la mejilla para luego dar un paso hacia atrás.
“Eso no fue muy profesional, pero lo entiendo. Lo había supuesto. Espero volverte a ver cuando todo eso que ocurre a tu alrededor se acomode. Y si tarda mucho, espero ver a tus hijos sanos y salvos”, nos despedimos con otro abrazo, y dejo que se vaya a la heladería.
No me importa que me haya dejado un beso en la mejilla. Ahora abro la puerta del piloto y entro.
Paola dejó las llaves allí, así que enciendo el auto.
“Menos mal que no preguntó si yo sabía manejar o si tenía a alguien más para que maneje, o incluso que se ofreciera. Porque no sé manejar, pero, Paola, me acompañarás a un lugar donde los detectives me dijeron que concurre alguien especial”, lo digo en voz alta porque sé que no me oye.
“Bien, con este acelera, este frena. Quizás deba poner velocidad uno, debe de ser la más lenta”.
Lo enciendo y voy más o menos. Creo que sé dónde queda el sitio, así que no tardaremos mucho.
Voy manejando a paso de tortuga por la orilla de la carretera. Uso mucho los espejos para ver si no hay alguien detrás de mí. Supongo que también tendré que aprender a usar las luces cuando vaya a cruzar.
“¡Rayos!”, exclamo enfadada por estar tan distraída.
´Pienso que me he dejado el teléfono en la heladería. Bueno, ahora no voy a devolverme.´
Veo hacia atrás para ver cómo está Paola y aún sigue desmayada.
Me voy para una curva, llego hasta la bodega donde se almacena toda la maquinaria que no sirve de la empresa de mi padre. Freno el auto, aunque veo que el auto se va hacia adelante, casi voy a chocar con la bodega, así que tomo con las dos manos la palanca, la jalo hacia mí, deteniendo completamente el auto. Volteo hacia atrás para mirar a Paola, que aún no despierta.
Eso me preocupa un poco, pero tengo que irme, así que enciendo el aire acondicionado, salgo del auto, cierro la puerta y dejo arriba los seguros.
Con Paola segura, voy caminando a mi ritmo hacia la bodega. Por supuesto, no puedo acceder por la entrada. Pero si me adentro un poco hacia atrás de la bodega, hay un pasadizo, el cual mi padre siempre intentó cerrar, pero de algún modo, los indigentes que querían entrar lo abrían.
Me arrodillo y paso gateando. Miro mis manos y mis rodillas, están todas sucias. Me dan arcadas, pero me contengo hasta poder ponerme de pie. Froto mis manos para limpiarme y luego mis rodillas.
“Sí, yo sé que aún no lo podemos eliminar, pero es que quiere que esté lejos de lo que es mío”, aclama la voz de Daniel, lo que me paraliza.
Siento que estoy en peligro, así que corro a esconderme detrás de una máquina lo suficientemente grande como para pasar desapercibida.
“¡Daniel, no seas un puto idiota! Lo podemos secuestrar y pedir mucho por él. ¿No lo ves? Tiene una familia multimillonaria, en verdad, yo creo que las matemáticas que estudias no te están funcionando”, la voz de mi tío Drogo se hace presente, lo que me deja petrificada.
Veo cómo mis manos tiemblan. Esta vez no tengo a nadie que pueda protegerme, así que otra vez, intento relajarme. Tengo que saber qué es lo que piensan hacerle a Niccolo.
“Sí lo sé, idiota. Pero pasa que ya tengo un francotirador apuntándole a la cabeza a Niccolo cuando salga de las oficinas de ese pendejo. Además, fue muy fácil darle información errónea”, sostiene Daniel.
En su voz, percibo mucha molestia, tanta que es aterradora.
Comienzo a llorar porque lo más probable es que Niccolo ya esté sentenciado a su final. Intento secarme las lágrimas, pero es que no paro de llorar.
“¿No escuchaste algo?”, pregunta la voz de mi tío Drogo.
Llevo mis manos hacia mi boca, abro muy bien mis ojos, me fijo muy bien en lo que se escucha en este silencio sepulcral para estar atenta a cualquier movimiento.
“De seguro no es nada. Si no has hecho nada malo, no deberías de temer”, aclama sarcásticamente Daniel mientras se ríe, pero escucho cómo alguien lo ha golpeado.
“Idiota, no hagas ruido. Aparte, debes decirle a tu francotirador que se retire, pedazo de imbécil, ¡Secuéstralo!”, exclama la voz de mi tío y luego se oyen varios golpes hasta que se detienen.
“Vale, dejemos esta pelea así. Llamaré en tu cara al francotirador para decirle que se detenga, pero es que ¡Agh!, tú no cooperas. Lo mejor es matarlo de una vez. De todos modos, tenemos el mismo final planeado para él”, reprocha Daniel. Escucho cómo hace un movimiento.
“¿Aló, Alexander? Bien, retírate. Tenemos nuevos planes para el italiano. Abstente de cualquier impulso, ¿Estamos? Quiero tu llamada cuando vengas para la empresa”, le ordena Daniel a su francotirador.
En verdad, suena muy diferente, suena muy sanguinario.
“¿Qué? ¿Tú estás loco? Yo sé que los francotiradores solo reciben una orden y la ejecutan, pero…”
“¡Nada, te espero en la empresa! Tenemos que hablar”, luego de eso escucho cómo tira su teléfono al piso, lo que hace que mi corazón se acelere.
´Por favor, di que Niccolo está vivo, por favor´, ruego para mis adentros.
Solamente hay silencio por parte de Daniel. Estoy muy nerviosa porque también van a salir de aquí y tengo el auto de Paola, y se darán cuenta de que alguien está aquí escuchándolos.
“Mira, te tengo malas noticias. Alexander ha eliminado a Niccolo. Lo siento mucho. De todas maneras, no cambia nuestros planes…”, luego de terminar esa palabra se oye un buen golpe donde alguno de los dos cae al piso y tose.
“Idiota, esto cambia todo. Ahora tenemos que salir de aquí”, declara mi tío Drogo.
Siento que mi corazón ha muerto. Siento como ya estoy viviendo un infierno, la parca me espera a mí también. Ya ni siquiera tengo más lágrimas, solo quiero venganza. De igual modo, pocas lágrimas salen de mis ojos. Decido levantarme y asomarme a ver si vienen hacia acá, pero más bien no se mueven. Aprovecho para gatear hacia la salida.
La cruzo y me levanto toda mugrienta. Por mí y mis bebés corro hacia el auto de Paola. Mientras me acerco, escucho mucho movimiento adentro de la bodega. Llego al auto, abro la puerta y entro. Enciendo el auto y echo para atrás.
Justo veo a Daniel y a mi tío Drogo correr hacia acá, pero gracias a Dios, este auto tiene los vidrios cromados. Lo que no me favorece es que tenga la placa.
Pero echo a correr con el auto, manejo de un lado a otro.
Siento que mi corazón va a estallar y casi no puedo respirar, así que bajo la velocidad y me estabilizo. Lloro sin privarme esta vez. Sollozo fuertemente y grito, porque Niccolo no se merece esto, yo no merezco a Niccolo, y odio a Daniel, odio a Pilar, odio a toda mi familia y me odio mí.
“¿Qué pasa, Eva?”, me pregunta desorientada Paola, y le miro por el retrovisor enseñándole una mirada furiosa.
“¡Niccolo murió!”, cuando digo eso siento que se me está por salir el corazón por la boca, así que, me callo y me concentro solo en manejar.
Me detengo en un estacionamiento de un centro comercial y busco mi teléfono para llamar a Rogelio y ver qué ha pasado con él, a ver si sabe dónde puedo encontrar a Niccolo. Tengo que sacarlo de allí y por lo menos llevarlo a un hospital si sigue con vida o a la morgue.
“Aló, Rogelio, ¿dónde estás?”, inquiero sin titubear.
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