Capítulo 34:

POV Eva Dreyfus

Sin temerle más, voy hacia la cocina, donde Niccolo está ordenando lo que Paola trajo y me ofrezco a ayudarle. Veo que está agachado ordenando todo en la nevera, así que tomo la iniciativa de tomar algunas cosas de lo que está ordenando y voy a tomar un vegetal, en eso toma mi mano y la besa.

“Recuerda que lo que sucede no se olvida, aunque tú no te acuerdes, así que, lo que pasó no se queda así”, me advierte con un tono picarón y en voz baja para que solo yo lo escuche.

No soy capaz de decir algo al respecto o contradecirle.

Solo me volteo y dejo los vegetales en el mesón. Siento que otra vez tengo la cara sonrojada. Pronto comienzo a limpiar los vegetales para centrarme en otra cosa, porque no puedo más.

Dos horas después estoy junto a Niccolo, yendo a la comisaría.

Mientras estoy sentada en las sillas de la supuesta sala de espera, y digo supuesta porque todo aquí en la agencia de policía parece un desastre. Veo a Niccolo discutiendo con uno de los investigadores de nuestro caso.

Decido que es momento de irme con el detective Kambe, que es quien me llamó para ayudar en la investigación del caso de mi padre. Cruzo por todo el pasillo y tomo el ascensor al piso diez.

Llego y está el detective Víctor Tremblay que me recibe con una buena sonrisa. Me guía hacia la oficina del detective y cada vez que lo miro veo su cicatriz que le pasa desde su sien derecha hasta su ceja en diagonal.

“Buenas tardes, detective. Como me lo pidió, he venido a hacer una confesión”, le digo y él enseguida toma una postura rígida y me invita a sentarme.

POV Niccolo Di Pascuale

“¡No! ¡Ya he hecho mi parte y les he contribuido con capital para acelerar toda la investigación! ¿Cómo es posible que no han avanzado nada? Y allá, todas las personas que trabajan para mí son amenazadas a perder la vida solo por trabajar para mi familia”, alzo la voz y los detectives que están dirigiendo esta investigación se han quedado en silencio.

Inevitablemente, golpeo el escritorio con mi puño para luego cruzarme de brazos, porque ya me di cuenta de que solo se están tomando el dinero que les doy para ellos mismos.

“Bueno, de todos modos, muchas gracias por participar en la investigación de quien nos está acechando a mi familia y a mí. Creo que debemos de terminar con esto”, sentencio con crudeza viéndoles la cara a los detectives, están todos angustiados porque ya no quiero que sigan investigando nuestro caso.

“No importa si usted pide o no pide que siga la investigación, aparte de todo lo que nos hizo hacer, tendrá que pagar una cuota por usar los servicios…”

Allí le interrumpo porque estoy hasta el borde de mi máximo de comprensión y de verdad venir para acá fue perder el tiempo.

“Mire: éste, como usted bien dice, es un servicio público. Esto significa que yo no tengo que pagar nada más por la investigación, que es su deber como policía, que supongo que por profesión, es su deber hacer”, carraspeo un poco y tomo una postura más firme.

“Pero, veo que no avanza y al encontrarlos aquí se estaban sacando los mocos, mientras que del otro lado de toda esta sala hay agentes que hacen su trabajo, pueden ver por ustedes mismos”, le exclamo sin ningún ánimo de querer doblegarme ante sus expresiones malas.

“Lo que significa que no me van a estar sacando más plata de la que les di, que veo que fue una malversación de los fondos que les otorgué…”

Hago una pausa para dar más suspenso y tensión a la situación.

“¡Y!, si me quiere venir a decir que ‘no es porque se gastó esto y aquello’, les voy a decir que hablen con mi abogado, para llevar las cosas a un nivel más serio”, sostengo y ellos se quedan de piedra.

Salgo de su apestosa oficina hacia las sillas donde dejé a Eva.

En verdad, me dejé llevar por todo el enojo que cargué, ya que si estuviera más sereno, les hubiera intimidado con más y más información, porque yo sé dónde estoy parado, solo que no quería hacer todo un show.

Puesto que de por sí estaba hablando con voz alta, gracias a todo el ruido y al movimiento que hay en estas oficinas, nadie se dio cuenta. Me seco el sudor de mi frente. Veo que no tienen aire acondicionado.

´Ya veo por qué la necesidad de quitarme tanto dinero. Además, debí pensarlo mejor. Creo que fue el apuro, pero hubiera ido a una mejor comisaría. Mejor voy con mis investigadores privados. No sé por qué carajos confié en estos idiotas´.

Molesto por la insuficiencia de estos agentes, me doy cuenta de que por solo centrarme en dejarles bien claro lo que no hicieron los agentes, Eva se ha ido. No está en donde la dejé.

´Bien, yo sé que no soy su padre o un cuidador para ella, quizás sí la cuido, pero, ese no es el punto Niccolo, ¿A donde pudo haber ido? ¡La tengo que encontrar ahora!´

Respiro con pesadez y primero la llamo. Escucho el primer tono y el segundo tono, de pronto escucho su teléfono sonar. Mi corazón siente alegría, alzo mi mirada para ver a mi alrededor.

Camino hacia el ascensor adentrándome más a este desastre, mientras más me acerco más escucho el teléfono sonar. Busco con la mirada a Eva, siento cómo se me acelera el pulso y me aprieto los labios.

Busco con la mirada aún más rápido a Eva hasta que me doy cuenta de que estoy pisando algo y me agacho para ver qué es. Para mi sorpresa, es su teléfono.

[Niccolo, el italianito], leo cómo me tiene guardado y bufo por el tono apodo que llevo en su teléfono. Cuelgo la llamada, ya que no me sirve de nada, y decido tomar el ascensor.

Desanimado y cansado de todo lo que ha ocurrido en tan poco tiempo, dejo caer mis hombros hacia adelante justo cuando se abren las puertas. Veo la radiante cara de Eva con una sonrisa tan fresca que, como si fuera contagioso, también sonrío. Ella pone sus manos sobre mi torso y me empuja hacia atrás.

“Niccolo, muévete que las personas quieren salir, ya vámonos que lo hecho, hecho está”, asevera fastidiada.

Me aparto para que las personas salgan del ascensor, pero no me aguanto y la abrazo, para luego tomar su rostro entre mis manos y darle cortos besos en su linda carita.

“¡Ay, Niccolo!, ¡Tu barba me pica!”, se queja de mí, y es solo una excusa para que la deje en paz.

Aprovecho esta situación para pasar mi mano por su brazo y llegar a su mano para entrelazar su mano con la mía y salir de este porquería.

No la dejo de mirar, aunque ella me hace una mueca de que no le agrada que le haya tomado de la mano. Yo me muerdo el labio inferior en plan de que estoy feliz de que esté bien.

“¡Ya deja de mirarme que me pones un poco incómoda!”, me exige con un tono caprichoso, y a mí eso no me importa. Me impresiona que ella sea la primera mujer que me diga que mi barba le molesta. No es que la tenga descuidada, está cuidada, solo que quizás no me la he afeitado porque no he tenido tiempo.

De este modo, llegamos al auto. Le abro la puerta, ella se monta, rodeo el auto y abro mi puerta para poder entrar y cerrarla. Enciendo el auto, pero, antes, miro de reojo a Eva que tiene sus ojos en mí, lo que me hace sonreír.

“¿Qué pasa?, ¿Por qué me miras así? ¿Acaso quieres que te dé un beso, pequeña pecosa?”, le digo mi mejor línea, y ella se echa a reír y me mira con un brillo en sus ojos.

“¿Veías Candy Candy?”, me pregunta con mucha emoción, y sonrío porque sí ha captado la indirecta.

“Yo no, si no que me he criado con mis primos y tengo primas como si fueran mis hermanas. Ellas veían eso mientras yo hacía de niñero. No soy viejo, solo que por los dos mil diez tuvo esa ola de popularidad otra vez y pues, ellas siempre querían estar a la moda”, le explico mientras recuerdo cuidar y que me cuiden los primos mayores a mí, mientras que nuestros padres salían a cenar.

“¡Ah, es que era mi programa favorito hace unos años!”, me confiesa y aún no puedo dejar de ver su hermosa sonrisa.

“Así que tu favorito… ¿Qué quieres? ¿Qué te dé un beso indirectamente?”, le pregunto otra vez y ya me mira hastiada.

“¡Cállate Niccolo!”, al final, no importa si está de brazos cruzados, porque tomo su mentón y le doy un beso en los labios.

“¡Ay, Niccolo!”, se queja otra vez de mi barba.

“Bueno, si no quieres que mi barba te moleste, al llegar te espero en el baño”, le dejo en claro y arranco el auto, sin darle oportunidad a cualquier reproche que pueda hacerme.

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