La promesa del padre de mis trillizos -
Capítulo 30
Capítulo 30:
POV Eva Dreyfus
Ayer en el hospital visité a mi madrastra, quien me dijo algo que uno de los hombres de atuendo oscuro le susurro luego de darle un tiro en el hombro.
Sigo atenta a cada reacción que tenga Niccolo, veo como él no puede procesar con facilidad lo que le pido.
´El me dijo que haría todo por mí y con lo de mi padre, claro que me he tardado mucho en pedírselo´.
“Me has tomado por sorpresa. De acuerdo, déjame ver qué contactos tengo en esa prisión y tomar mis guardaespaldas para acompañarte”, torpemente, toma su teléfono pero se le resbala, entonces yo se lo tomo y veo que le ha llegado un mensaje.
[Aria: Amore, ¿Cuándo te veré otra vez? Veo que mi reemplazo no me llega a los talones, es muy inocente, no es una mujer hecha como yo].
´Casi accidente diría yo, pero, leí el mensaje y ese mensaje no me gusta para nada, menos si se trata de quién yo creo que se trata´.
Soy una mujer muy intuitiva, pienso que es la perra que me acosó en el baño.
“Tranquilo Niccolo, yo voy sola. Si quieres mandas a algún guardaespaldas, pero, me las puedo arreglar”, enuncio tragándome la pregunta, ´¿Quién es y qué tiene que ver contigo?´, porque tengo que ser firme en mi puesto, más no sé si llamar esta reciente rabia o celos.
´No considero que sean celos´.
“No, no, yo voy contigo. Es completamente necesario, no tengo problema en acompañarte”.
Veo que por su reacción no se dio cuenta de que leí ese mensaje, asi que de mala gana le doy su celular y con un nudo en la garganta volteo a otra parte.
…
Suspiro y sigo caminando, gracias a los contactos de Niccolo, la visita improvista que le pedí para ver a mi padre se ha dado con fluidez. Lo que me molesta, ya que significa que pasare tiempo con Niccolo, lo que ahora no quiero porque no sé cómo reprocharle ese mensaje de esa tal Aria.
Ahora tengo los brazos cruzados y sinceramente estar en este ambiente, rodeada de prisioneros aunque no puedan verme, de igual forma me incomoda, por lo que me abrazo mas a mí misma porque no me siento segura.
Miro hacia el piso mientras que camino y el guardia que nos guía nos sigue conversando sobre todos sus años de servicio aunque no le presto mucha atención.
Justo me percato de que el guardia detiene sus pasos poco a poco, por lo que hacemos lo mismo. Mi corazón se va acelerando con tan solo pensar en qué estado podría ver a mi padre.
“Disculpen, pero, las visitas son de a una persona, por lo que si ambos quieren hablar con el señor Dreyfus, irán uno a la vez, ¿Quién será el primero?”, inquiere para cambiar los aires de desanimo, yo sonrío y levanto la mano, el guardia también sonríe y luego mira a Niccolo.
“Si, me permite, ¿Me puede dar su bolso?”, me pregunta condescendiente.
Sin motivo por el cual enojarme, asiento con la cabeza y se lo doy, él lo pone sobre una bandeja de metal, más no se lo lleva del todo y el guardia se le queda mirando a Niccolo.
“Niccolo por respeto a ella y a ti, por favor, regístrala tú y luego podrás pasar con tranquilidad. Mientras iré a llamar al señor Dreyfus”.
Tal y como lo planteó, bufo porque Niccolo se tiene que acercar a mí, el guardia no se va muy lejos, pero, un poco más y nos deja completamente solos. Siento como Niccolo deja caer sus manos sobre mis hombros.
“Voy a revisarte”, me avisa casi pidiendo permiso y solo asiento para evitar cualquier intercambio de palabras, él se traga algo que iba a decir y pronto procede a tocarme el cuerpo. Siento como va de arriba abajo y subo los brazos para que lo haga bien, sin que se vea algo raro.
Aquí está el texto corregido y reorganizado para mejorar la coherencia:
“¿Por qué no has dicho nada luego de que nos hayamos bajado del auto?”, me pregunta tan tenue que me hace preguntarme si de verdad no he dicho nada en todo el recorrido.
“Supongo que es por los nervios de ver a mi padre”, expulso sin darle tantas vueltas, aunque es evidente que no es por ese motivo.
Me muerdo la lengua por no saber fingir. Aunque mi intención es que si se dé cuenta de que no es por eso, no obstante, yo tengo claro que no le puedo reprochar nada.
No tengo idea de por qué me siento así.
“Eva te seré sincero, se nota que no es por eso. Quiero saber, ¿me lo podrías decir?”, me interroga suavemente.
Siento su respiración en mi cuello, lo que me eriza la piel y me quedo quieta.
“Niccolo…”, solo puedo pronunciar su nombre porque siento que está muy cerca, detrás de mí.
Tomo la iniciativa de darme la vuelta y me encuentro frente a su pecho, por lo que doy un paso hacia atrás.
Simplemente, me cuesta respirar, trago grueso y doy otro paso hacia atrás, y subo las manos. Le miro a los ojos y él, por algún motivo, también sube sus manos y sostiene las llaves que me había dado.
“Eso es lo único que guardas en tus bolsillos”, con una sonrisa irónica y a la vez picarona, me guiña los ojos.
Yo me niego con la cabeza y le ruedo los ojos.
“¡Listo, señorita Dreyfus!, puede pasar por aquí”, exclama el mismo guardia que nos había dejado aquí.
Cortante, me doy la vuelta y camino hacia donde el guardia que me hace pasar por un pasillo y luego hay unas sillas en fila. En frente de estas hay como unas mesas tipo cubículos, en medio de ellas hay unos vidrios que separan el exterior con el interior de la prisión.
Camino despacio hacia donde me indica el guardia, de a poco, veo a un hombre un tanto más viejo aunque sigue teniendo la misma apariencia que cuando lo vi por última vez en mi cumpleaños.
Me siento y nada más lágrimas salen de mis ojos lentamente, el nudo en mi garganta se va aflojando y mi corazón no para de latir rápidamente, siento las manos frías y tomo el teléfono que está en la pared.
Es como si solo pudiera escuchar mi respiración, de lo nerviosa que estoy, el hombre sube la mirada hasta toparse directamente con mis ojos.
“¡Eva!, ¡Hija mía!, estás hecha toda una mujer, has cambiado mucho”, son las primeras palabras que me comparte después de tanto tiempo.
Yo suspiro y miro hacia abajo para poder secarme las lágrimas.
“Padre, tengo muchas cosas que preguntarte y solo te advierto que quiero respuestas”, le amenazo con una voz tan fría que considero que le intimido. Subo la mirada decepcionada que tengo y él se echa para atrás en su silla.
“Pues, házmelas, creo que no tenemos el tiempo suficiente para conversar cómodamente como nos lo debemos”, declara mi padre.
Él siempre ha sido así, no le gusta que las personas se anden con rodeos, por lo que preparo una de las preguntas con más peso que tengo para hacerle.
“Padre, ¿es cierto que usted estuvo haciendo tratos con personas malas de poder solo para pagar las deudas que tenía la empresa, ya que todo el capital que ganaba la empresa lo gastabas en apuestas ilegales con esas mismas personas malas?», le pregunto sin contemplación.
Él me mira paralizado por lo que acabo de decir. No me quita la mirada de encima, se rasca la mejilla y eso es una señal de que lo que está a punto de decir le intimida, por lo que espero paciente que diga la verdad.
“Pues, Eva, la mitad de eso es falso y la otra mitad verdadera”, declara mi padre aún tieso.
Tomo con fuerza el teléfono y oprimo mi otra mano volviéndola puño.
“Es verdad que hice tratos con personas malas, pero, lo de las apuestas era tu tío Drogo, nada más que fui yo el que salió pagando los platos rotos, no quería que él fuera a la cárcel, además era Daniel quien apostaba junto con él”, sentencia sin titubear.
Le miro a los ojos y conozco esa mirada, me dice la verdad, pero, hay algo que me oculta.
“Vale, supongamos que te creo, ¿Pero de dónde sacarías esas pruebas para demostrar que lo que dices es cierto?”, inquiero echando hacia adelante, reposo mi brazo sobre la mesa.
Mi padre se echa para atrás en la silla, es como si quisiera irse, sin embargo, tiene veintiséis minutos para hablar conmigo, así que tiene que seguir soportando.
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