Capítulo 96:

Jenna se acomodó entre los brazos de Assim y deseó que el trayecto al palacio para enfrentar a su suegro fuera eterno.

“Mis hermanos, ¿Estarán presentes?”, preguntó Jenna luego de varios minutos de silencio.

“Les he informado que estamos de regreso”, respondió Assim.

Esa no era la respuesta que Jenna quería escuchar, pero confiaba en que sus hermanos no se opondrían a su relación.

Farid no lo había hecho, aunque en ese momento no estaba en condiciones de negarse, y Hassan en el pasado les había dado su bendición.

Pero ahora, que sabía que Assim lo había traicionado para poder casarse con ella, ¿Estaría de acuerdo con su unión?

¿Trataría Hassan de separarla de Assim?

El cuerpo de Jenna tembló ante la cantidad de preguntas que fueron apareciendo en su cabeza, una detrás de la otra, y ninguna con una respuesta alentadora.

Hassan tenía el poder de anular su matrimonio, era miembro del Consejo, aunque si aún no tenía recuerdos, seguiría siendo Farid quien ocupara su lugar o su padre.

Jenna no veía un claro camino.

“No voy a dejarte, Jenna, no lo haré a menos que seas tú quien me lo pida”, dijo Assim, como si adivinara el debate mental de Jenna y su miedo a que los separaran.

Jenna asintió, cerró los ojos y se acomodó mejor en los brazos de Assim.

“Yo tampoco quiero alejarme de ti, te he amado muchos años y ahora, que soy tu esposa, no pienso renunciar a ti. Que Alá decida nuestro futuro”, declaró Jenna.

Assim le dejó un beso sobre el hiyab y la estrechó con fuerza entre sus brazos, tratando de fundirse en ella.

“Si es tu voluntad estar a mi lado, solo la muerte podrá separarnos, Jenna. Solamente la muerte podrá separarnos”, aseguró Assim con decisión.

Jenna elevó su rostro, sus ojos se encontraron por un breve segundo, antes de que la joven buscara los labios de Assim y, como buen marido, no pudo negarse y correspondió el beso como si fuera la última vez.

Entre tanto, Abdel miró a Azahara y Nayla paradas ante él.

“No queremos molestarle, señor, pero si puedo abogar a su noble corazón. Le suplico que nos permita quedarnos en su residencia”, expresó Azahara, inclinando su rostro en señal de respeto.

La reacción de Abdel al enterarse de que Hassan le había enviado a la hermana de Zaida no fue buena. Él aún tenía resentimientos en contra de la Familia Hijazi, si no fuera porque sus hijos llevaban su sangre, los habría maldecido a todos.

Enterarse de que su padre había muerto por culpa de Zaida había sido un duro golpe. Él en la vida le habría perdonado todo, excepto el crimen que cometió contra la Familia Rafiq.

“¿Por qué debo pensar que eres diferente?”, cuestionó Abdel con dureza.

“No puede juzgarme por los crímenes de mi hermana, señor, no soy ella ni tampoco como ella”, se defendió Azahara sin levantar la voz.

Abdel la miró.

“Llevas su misma sangre”.

“Sus hijos también, mi señor, y ninguno se parece a ella. Hassan siempre le llevó la contraria, Farid arriesgó su propia vida para hacerle pagar sus crímenes y Jenna es más dulce que el pan”, argumentó Azahara.

“¿Estás describiendo las virtudes de mis hijos o esperas que sean las virtudes que vea en ti?”, cuestionó Abdel en tono rudo.

Abdel había puesto una coraza en su corazón tras los recientes hechos. Había decidido únicamente mostrarse sin disfraces ante sus hijos, el resto del mundo conocería una nueva versión de él.

“Nayla y yo no tenemos a ningún otro lugar al que ir, mi señor, por favor”, suplicó Azahara, al punto de arrodillarse frente a Abdel.

“Denos una sola oportunidad”, rogó.

Abdel las miró. Nayla ya no parecía la muchacha astuta y engreída de meses atrás, y Azahara siempre tan dócil.

“No puedo confiar en ninguna de las dos”, dijo Abdel con sinceridad.

“Lo entiendo, si quiere que nos marchemos…, lo haremos de inmediato”, declaró Azahara con pesar.

Abdel maldijo para sus adentros.

“¿Qué estás dispuesta a hacer para quedarte?”, preguntó de repente.

Azahara no entendió muy bien la pregunta, y por su cabeza pasaron cientos de pensamientos.

¿Qué estaba dispuesta a hacer para quedarse?

¿Qué estaba dispuesta a dar para que Nayla y ella tuvieran un techo sobre su cabeza, alimento en su mesa, una cama caliente y la protección de un hombre para no ser vulneradas en la calle tras el repudio?

“Lo que sea que quiera de mí se lo doy”, respondió sin vacilar.

Abdel apretó los puños.

Abdel apretó los puños.

“Tan parecidas y tan distintas a la vez”, murmuró Abdel, girándose para no ver a Azahara.

“Haré lo que me pida”, insistió Azahara al ver la reacción de su excuñado.

“¿Todo lo que yo desee?”, preguntó Abdel, tratando de amedrentarla.

Buscaba llevarla a un punto de desesperación, pues no creía que ella fuera capaz de sacrificarse tanto por alguien que no llevaba su sangre.

“Todo”, aseguró Azahara sin vacilar, lo que sorprendió a Abdel.

Azahara sabía lo que implicaba ese ‘todo’.

Había sido repudiada por su esposo, considerada una mujer seca por no haberle dado hijos durante su matrimonio.

No podía esperar nada más que convertirse en una criada o, en el mejor de los casos, en una concubina para cualquier hombre que aún la deseara, aunque eso era poco probable, pues ya no era una quinceañera, aunque una vez lo había sido y su belleza había sido causa de su desgracia. Esto era lo que Zaida una vez le había dicho.

“Bien, mi hija está por volver al palacio, quiero que Nayla se haga cargo de ella y tú estarás al pendiente de mí. No voy a quitarte los ojos de encima, Azahara, ten por seguro que, a la menor provocación, estarás despedida”, ordenó Abdel.

Azahara asintió, eso era todo lo que deseaba, una oportunidad que no pensaba desaprovechar. Su vida, toda su vida había sido lamentable.

“Gracias, mi señor”, dijo, inclinando el rostro, una acción que Nayla imitó.

“Puedes retirarte y empezar con tus obligaciones”, indicó Abdel, al tiempo que las grandes puertas de madera se abrían de par en par.

“Padre”, saludó Hassan con una ligera reverencia, al igual que lo hizo Sienna.

“¿Cómo puedo ayudarte?”, preguntó Abdel, viendo a Azahara y Nayla.

“Assim y mi hermana esperan verte”, indicó Hassan.

Hassan había decidido no involucrarse en el asunto, pero Sienna le había insistido en que acompañara a Jenna y Assim en un momento tan crucial en sus vidas, y al parecer Farid y Callie tuvieron la misma idea.

“¿Sucede algo?”, preguntó Abdel, esperando que las mujeres abandonaran el lugar.

“Nada que no tenga solución, padre”, aseguró Hassan, al tiempo que Assim y Jenna entraban al salón.

Jenna se olvidó de las etiquetas y apenas miró a su padre de pie, corrió a su lado. La última vez que lo había visto, él estaba en coma y no había podido ni despedirse de él.

“¡Padre!”, exclamó, enterrando el rostro en el pecho de Abdel.

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