La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 9
Capítulo 9:
“Lo siento, señor, me abstendré de hacer comentario alguno y me guardaré mis pensamientos”, se apresuró a decir, haciendo una ligera reverencia.
Hassan no respondió, dejó la bolsa de hielo aun lado, se calzó el zapato y esperó a que el avión aterrizara en el Aeropuerto Internacional de Dubái, en el distrito de Al Garhoud.
Entre tanto, Sienna esperó a que la puerta se abriera, no sabía cuánto tiempo había pasado encerrada en la habitación, pero estaba famélica, no había probado bocado desde el día antes de la boda, sus tripas parecían golpearse entre sí.
“Hemos llegado”, anunció Hassan al tiempo que abría la puerta.
Sienna lo fulminó con la mirada y no respondió.
“Has las cosas bien, Sienna y todo marchará bien, pero no me toques las narices, porque no estás en tu país y aquí las únicas leyes que existen son las mías”, amenazó.
Sienna siguió en completo silencio, se calzó los zapatos y pasó de Hassan, golpeándole el hombro, una muestra clara de desafío.
Hassan gruñó ante la actitud retadora de Sienna, sobre todo, porque esa sensación de excitación que sentía cada vez que ella lo desafiaba se sentía deliciosamente placentera.
Sienna se paró en lo alto de la escalerilla, varios autos rodeaban el avión y más hombres de los que podía contar esperaban parados junto a dos personajes que imaginó eran parientes de Hassan. Además, que portaban Dishdash, el traje típico de Dubái y la mujer con el rostro pétreo, vestía una elegante túnica negra con cientos de perlas en ella y joyería digna de una reina.
“Vamos”, dijo Hassan colocándole discretamente la mano sobre la cintura y empujándola para descender del avión.
Sienna se sintió perdida, sobre todo, cuando los ojos de la mujer la escudriñaron con especial atención, mostrando gestos de desaprobación.
“Padre, madre, les presento a mi esposa”, dijo.
“¡No es mujer para ti!”, exclamó la mujer tan pronto Hassan los presentó.
Las palabras de la madre de Hassan penetraron en la cabeza de Sienna, ella sonrió, porque no podía estar más de acuerdo con la extraña y dura mujer.
“Es exactamente lo que yo pensé, señora, pero su hijo es más terco que una mula y aquí estamos, casados por su plena voluntad y en contra de la mía”, respondió Sienna, dejando perplejos momentáneamente a sus suegros.
Entre tanto, Hassan sintió de nuevo esa corriente eléctrica atravesarle el cuerpo, ¡Su esposa era rebelde como solo ella podía serlo! ¿Así sería su relación? ¿Una constante guerra?
“Sienna…”
La mano del hombre mayor se elevó y Hassan guardó silencio en señal de respeto, lo que sorprendió a Sienna.
“Permítame presentarme, soy Abdel Rafiq, mi hijo menor, Farid y mi esposa, Zaida”, dijo con voz cordial, pero formal y distante.
Sienna asintió.
“Sienna Mackenzie”, dijo, no se atrevió a extender la mano, recordaba haber buscado información sobre la cultura árabe, pero ahora mismo era incapaz de recordar que era exactamente lo que había leído, Abdel asintió, miró a su hijo y Sienna no supo si tenían un lenguaje corporal exclusivo para ellos, o se comunicaban telepaticamente; sin embargo, Hassan evitó tocarla del todo; aun así, la guio a uno de los autos, esperó a que el guardaespaldas le abriera la puerta y entró.
Fue entonces, en la privacidad del vehículo, que Sienna se dio cuenta de que Hassan ya no vestía de traje, sino que vestía de Dishdash y un pañuelo sobre su cabeza.
Sienna luchó para recordar cómo se llamaba aquella prenda tradicional.
“Ghutra”, susurró al recordar que así era como se le llamaba a aquella pequeña y fina tela sobre la cabeza de los árabes.
“¿Qué?”, preguntó Hassan al no escucharla.
“Nada”, respondió.
“Sienna…”
“No quiero hablar contigo Hassan, quizá deba hacerlo con tu madre en su lugar, ambas estamos de acuerdo que no soy mujer para ti y no porque no sea buena”, mencionó antes de que Hassan la interrumpiera.
“Pero somos de distintas culturas, ¿Qué esperas que suceda entre nosotros? Sinceramente, ¿Crees que sobrevivamos?”, cuestionó.
Hassan la miró y no respondió. Ordenó a su chofer algo en árabe antes de subir el vidrio que los dejaba aislados y se concentró en ver a través de los oscuros vidrios de la ventana, como si no conociera la ciudad.
Sienna suspiró e hizo exactamente lo mismo, la diferencia es que ella trató de no maravillarse con los edificios lujosos de la ciudad, trató de tener los pies sobre la tierra y de no hacerse ningún tipo de ilusiones. Temía que Hassan la encerrara en una habitación, en el edificio más alto, y no la dejara salir de allí jamás.
Ella cerró los ojos y se quedó dormida antes de que pudiera seguir imaginándose lo que sería su vida al lado del arrogante y machista árabe.
“¿A dónde nos dirigimos, señor?”, preguntó Assim, bajando el vidrio que los separaba.
“Por el momento nos alojaremos en el palacio, será momentáneo, pues pienso viajar a Abu Dabi en breve, asegúrate de que todo esté listo para nuestra llegada”, ordenó.
Assim asintió, tomó nota y volvió a poner el vidrio oscuro entre ellos para darles privacidad. Una que no necesitaban, pero por si las dudas, Assim no quería arriesgarse.
Entre tanto, Hassan miró el rostro perfecto de Sienna, no llevaba ni una sola gota de maquillaje, debía admitir que su belleza era natural y lo seducía de una manera arrebatadora. Hassan elevó su mano y acarició las mejillas sonrojadas de la joven y limpió su frente perlada de sudor.
“Eres tan hermosa, como peligrosa, Sienna, no debí casarme contigo…”, dijo, sin apartar la mano del rostro de la joven.
El no pudo evitar evocar los recuerdos de su noche juntos, aquella única vez, estaba convirtiéndose en su perdición. ¿Cuánto tiempo podría soportar tenerla y no tocarla como deseaba?
“Estoy de acuerdo contigo, no debimos”, murmuró ella, sacándolo de sus pensamientos.
Hassan apartó la mano con rapidez, carraspeó y se acomodó junto a la ventana, esperando que Sienna dijera algo mordaz, sin embargo, ella continuó con los ojos cerrados.
Él respiró aliviado de que no estuviera despierta y cerró los ojos, no iba a arriesgarse a quedar en evidencia y menos hacerla sentir segura de que podía incomodarlo.
Sienna abrió los ojos y sonrió antes de volver a cerrarlos y esta vez, se quedó profundamente dormida, tanto que no se dio cuenta del momento en que el auto se estacionó y se habría quedado a dormir y vivir en la camioneta si Hassan no la hubiese despertado con un movimiento sobre su hombro.
“Hemos llegado”, dijo, adoptando de nuevo un semblante frío y serio.
“¿Por qué hace tanto calor?”, preguntó adormilada.
“Date prisa, la casa tiene aire acondicionado, podrás darte un baño, y…”
Siena no bajó del auto, ella brincó de la camioneta y salió como un huracán de arena en el desierto al escuchar la palabra aire y baño.
Hassan tuvo que morderse el interior de su mejilla para no echarse a reír, la fiera parecía una niña con juguete nuevo.
“Vamos, ¿Qué esperas, no teníamos mucha prisa?”, preguntó con un mejor semblante.
Assim miró la escena y se mordió la lengua para evitar los pensamientos que le embargaron, aunque estaba casi seguro que su Emir, estaba perdiendo el toque por culpa de Sienna Mackenzie…
Entre tanto, Sienna y Hassan entraron a la lujosa estancia, la joven tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no abrir la boca o dejar escapar alguna exclamación que la avergonzara, pero no podía negar que Hassan y su familia, eran asquerosamente ricos, lastimosamente el dinero no compraba la felicidad…
“Adila, lleva a mi esposa a mi habitación y ocúpate de que tenga todo lo necesario a su alcance”, ordenó.
La mujer asintió y con una ligera reverencia se marcho.
“Ve con ella”, pidió.
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