La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 8
Capítulo 8:
Hassan maldijo y aun con dificultad, corrió tras de Sienna, de todas maneras, no es como si ella pudiera escapar, sus hombres estaban rodeando el hangar por seguridad.
Entre tanto, Sienna empezó a sentir que el aire le faltaba, sus pulmones ardían con cada paso que daba, ella se lamentó por no hacer ejercicio más constante, pero hizo una nota mental y se prometió empezar a practicarlo.
“¡No tienes escapatoria, Sienna!”, dijo cuando ella se detuvo, Sienna dejó de correr cuando una decena de hombres la rodearon.
“¡Señor, la tenemos!”, gritó uno de ellos.
“¡Qué nadie la toque!”, exclamó aún en la distancia, pero lo suficientemente alto para que ninguno de los guardaespaldas que la rodeaban se acercara a ella.
Hassan estaba tan enojado como excitado, aparte de dolorido y todo por culpa de Sienna, pero si ella creía que iba a dejarlo en ridículo frente a su gente, se había equivocado ¡Jodidamente que sí!
“No te acerques”, susurró Sienna, al ver el brillo peligroso en los ojos de Hassan, ella estiró su mano, como si eso fuera a detener al hombre.
“Has rebasado mi paciencia, mujer”, gruñó al tiempo que tomaba la mano de Sienna y la cogía en brazos antes de ponerla sobre su hombro, como si fuera un costal de papa.
Sienna gritó, pataleó o por lo menos lo intentó, pues la mano de Hassan golpeó su nalga como advertencia.
“Quieta”, ordenó.
Sienna tragó el nudo formado en su garganta y dejó de moverse, dejó que Hassan la llevara hacia la escalerilla del avión y esperar a tener una nueva oportunidad de escapar, sin embargo, no tuvo ninguna oportunidad, Hassan subió con ella cada peldaño de la escalerilla y pasó de largo de los asientos, lo que hizo a Sienna temer por su seguridad.
“¿A dónde me llevas?”, preguntó asustada, al escuchar la puerta abrirse.
“¡Hassan!”, gritó cuando su cuerpo fue lanzado sobre la cama.
El miedo se hizo más fuerte en Sienna, una sensación de ahogamiento y un temblor que jamás había experimentado.
“Qué… ¿Qué vas a hacerme?”, preguntó.
Los ojos de Hassan brillaron como dos preciosos y peligrosos luceros y sonrió cómo quien se sabe victorioso luego de una ardua casería.
“Te enseñaré a comportarte y ser una buena esposa, Sienna, tú eliges si lo haces por las buenas o por las malas”, sentenció antes de girarse y cerrar la puerta al salir de la habitación.
Todo el miedo que Sienna sintió se convirtió en enojo, gritó, pataleó tanto como pudo, pero se abstuvo de maldecir su suerte, porque a quien debía culpar de su desdicha no era al destino, sino a su padre por firmar aquel estúpido acuerdo y a Hassan Rafiq por aceptarlo.
…
Mientras tanto, Fiona miró a la puerta un sinfín de veces, también lo hizo con su reloj, llevaba demasiado tiempo esperando por Hassan y Sienna.
“No puede desairarme de esta manera, ¡soy su suegra!”, rugió Fiona cuando el reloj marcó las dos de la tarde y treinta minutos. ¡Habían dejado el Ayuntamiento hace cuatro horas!
“Hassan y Sienna no vendrán”, dijo Scarlett en un bajo susurro
“¡No digas tonterías, él no puede dejarme plantada!”, exclamó.
“Me temo que ya lo hizo, mamá. Cuatro horas es mucho tiempo”, señaló la joven con cierta timidez.
“Calla, ¡no digas nada más! Lo más probable es que se haya quedado en algún embotellamiento, ya sabes cómo es el tráfico en esta ciudad”.
Scarlett se encogió de hombros, no estaba dispuesta a seguir hablando cuando era claro que su madre no tenía ningún interés en escucharla.
“Me iré a mi habitación”, dijo y sin esperar respuesta, la joven Scarlett escapó con prisa a su habitación, esperando que su hermana estuviera bien, pediría al cielo por ello todos los días.
Fiona miró a Scarlett huir, no la detuvo, no necesitaba que estuviera como mosca merodeando a su alrededor y hablando sin parar. La mujer dio un ligero brinco cuando el timbre sonó, esperó a que la muchacha de la servidumbre fuera abrir y se relajó. Estaba segura de que no podía ser otro que Hassan, que venía a honrarla con su presencia, pero se llevó una terrible decepción al ver a Callie entrar a la sala.
“Señora Fiona”, saludó la joven con educación.
“¿Qué haces aquí?”, pregunto frunciendo el ceño y torciendo la boca en un gesto de molestia.
“¿Dónde está Sienna?”, cuestionó, sin responder a la pregunta de Fiona.
Sienna no se había comunicado con Callie desde que se vieron en el antro tres noches atrás, le había enviado mensajes y Sienna se había limitado a responderle con monosílabos que solo consiguieron preocuparle y que finalmente la habían hecho venir a visitar la cueva de la loba.
Fiona gruñó como si fuera un animal rabioso.
“Ya no eres recomendable para ser amiga de mi hija”, soltó la mujer.
Callie abrió los ojos, no estaba sorprendida, no era un secreto para ella que Fiona Mackenzie se creyera superior a ella.
“Eso es algo que usted no puede decir, hablaré con Sienna y me alejaré solo si ella me lo pide”, refutó.
Fiona apretó los puños y miró con disimulo la mesa puesta y todos los bocadillos que había en él, Callie no tenía que ser inteligente para saber que se trataba de un banquete de bodas.
“¿Dónde está Sienna?”, urgió con temor a que su amiga se hubiese casado con el extranjero y sin avisarle.
“Señora…”
“Sienna no vive más en esta casa, se ha casado y vivirá a partir de ahora donde su marido se lo indique, así que es mejor que vayas olvidándote de ella y de esas salidas de perdición a las que has estado llevándola todas estas semanas”, dijo con enojo.
Callie abrió la boca y la cerró como si fuera un pez fuera del agua.
“¿Se ha casado?”, preguntó cuando pudo recuperar la voz.
“¿Eres sorda?”, cuestionó Fiona.
Callie gruñó.
“No, pero usted sí, además de ambiciosa y mala madre. ¿Por qué le hizo esto a Sienna?”, cuestionó con enojo.
“Es su deber como hija mayor velar por su hermana y madre”.
“¿Deber?”, cuestionó Callie dando un paso en dirección de Fiona.
“El deber debió ser suyo, señora, debió buscar la manera de resolver este asunto sin sacrificar a Sienna, era su responsabilidad hacerse cargo de su hogar luego de la muerte de su esposo y no de ella, ¡solo tiene veintitrés años!”
“¡Lárgate de mi casa, no eres bienvenida!”, gritó Fiona indignada por el ataque de Callie.
“Solo espero que Scarlett de verdad tenga mejor suerte y no termine siendo vendida como si fuera un trozo de carne”, dijo antes de girarse sobre sus pies y se marchó dando un portazo a la hora de salir..
Varias horas más tarde, uno de los guardaespaldas se acercó a Hassan con un poco de hielo.
“Para su pie, señor”, dijo el hombre con una ligera reverencia.
Assim negó, pero el hombre se mantuvo firme frente al Emir.
Hassan miró la bolsa de hielo y suspiró antes de tomarla.
“Gracias”, susurró.
El hombre asintió y se marchó.
“Esa mujer es una fiera”, murmuró Assim.
“¿Qué mujer?”, preguntó Hassan mientras se quitaba el calzado y miraba su pie maltratado por el tacón de Sienna.
“Sienna Mackenzie”, se atrevió a decir, ganándose una mirada severa por parte del árabe.
“La señora Rafiq para ti y para el mundo, Assim”, declaró sin vacilación.
Assim tragó en seco.
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