La esposa rebelde del árabe -
Capítulo 7
Capítulo 7:
“No iré contigo, he cumplido con el acuerdo que firmaste con mi padre, sin tener en cuenta mis deseos, no pienso hacer nada más por ti ni por él”.
Hassan cerró los ojos y pidió a Allah le diera paciencia para no asesinarla en ese momento y quedar preso en ese país por culpa de Sienna.
“Eres mi esposa”.
“Tú lo has dicho, soy tu esposa, no tu esclava…”
“Estás presionando los botones equivocados, Sienna”.
“Di la palabra correcta y entonces pensaré en complacerte”, refutó ella.
“¿Palabra correcta?”
“Sí, ¿Nadie te enseñó a decir o pedir por favor?”, le cuestionó.
Los ojos de Hassan brillaron como dos luces a punto de estrellarse, ¡Él era el Emir, no iba a pedir por favor y menos a decírselo a Sienna!
“Entra al auto”, gruñó con los dientes apretados.
Sienna se cruzó de brazos.
“Oblígame”, lo retó.
“Señor, los medios de comunicación están dirigiéndose hacia este lugar, tenemos que marcharnos”, dijo Assim, interrumpiendo el duelo de miradas entre la pareja.
“Entra al jodido auto”, dijo con voz tensa.
“Por favor”.
Sienna sonrió y entró al lujoso auto, no porque quería, sino porque no quería que su rostro fuera la portada en los diarios al día siguiente. Ya era bastante malo ese matrimonio absurdo al que se había visto obligada, como para convertirse en el tema de conversación de la gente.
“También deberían irse”, recomendó Assim a Fiona, mirando a Scarlett, la joven lucia preocupada.
“Dígale al Señor Hassan que lo esperó en mi casa, he preparado un pequeño banquete para celebrar la boda de mi hija”, pidió.
Assim asintió.
“No le prometo que vayamos a asistir”, dijo antes de abrir la puerta del copiloto y darle la orden al chofer de dirigirse al ático.
Entre tanto, en la parte trasera del auto, Sienna y Hassan se sintieron en una pequeña jaula, un espacio muy reducido para contener a dos fieras que se fulminaban con la mirada.
“¿Se puede saber qué fue lo que hiciste?”, preguntó Hassan incapaz de quedarse callado.
“¿Casarme con un hombre arrogante que se cree el ombligo del mundo?”
“¡Sienna!”
Ella sonrió.
“Siempre podemos divorciarnos, Hassan, no estás obligado a estar conmigo para toda la vida”, dijo tratando de convencer al hombre de sus palabras.
“Puedes volver a tu país, mientras yo me haré cargo de la empresa como hasta ahora, te enviaré los informes trimestrales y la seguridad de que tu capital será multiplicado o triplicado al final del año”.
Hassan hizo de cuenta que no escuchó nada, pronunció un par de palabras en árabe al chofer, ella quería saber lo que le había dicho, pero antes de preguntar. El auto se desvió y se dirigió al Aeropuerto Internacional de La Guardia.
“¿A dónde vamos?”, preguntó temerosa.
Hassan sonrió.
“No puedo confiar en una mujer como tu, Sienna, tampoco me arriesgaré a que arrastres mi apellido por el lodo”.
“Hassan…”
“Volaremos directamente a Los Emiratos Árabes”.
Sienna cambió de color al escucharlo, tragó el nudo formado en su garganta y trató de pensar con rapidez, tenía que impedir que Hassan la sacara del país o estaría realmente perdida.
“No tengo pasaporte ni visa vigente, no puedo salir del país”, se aventuró a decir.
“Tus documentos están en regla, mi gente se aseguró de eso antes de que te presentaras al Ayuntamiento, como era evidente que lo harías”, sonrió.
Sienna tembló como si sintiera frío.
“No puedes llevarme en contra de mi voluntad, Hassan”.
“No estoy llevándote a la fuerza, eres mi esposa y nuestra luna de miel no puede esperar” aseguró.
Sienna sintió terror cuando el auto entró a la autopista del aeropuerto, era un hangar privado, dónde no había ningún testigo, excepto la tripulación, que jamás movería un dedo por ayudarla.
“¡No iré contigo!”, gritó cuando la puerta se abrió.
“¿Necesita ayuda, señor?”, preguntó el chofer, mientras Assim bajaba del auto y se ocupaba de hablar con el capitán.
“Me haré cargo personalmente de ella”, respondió mirando a Sienna como si fuera un predador en plena cacería.
“¡Estás loco, no iré contigo!”, gritó Sienna, consciente de que si subía al avión estaría perdida.
Hassan sonrió, bajó del auto y lo rodeó para abrir la puerta del lado de Sienna, ella fue más rápida, abrió la puerta y salió corriendo como si el mismísimo diablo le pisara los talones y corrió tan rápido como pudo.
Hassan gruñó ante aquel atrevimiento, se abrió los botones del saco y corrió detrás de su fugitiva esposa.
Sienna podía sentir los pasos de Hassan detrás de ella y acercarse más y más. Ella no se atrevió a voltear para ver cuánta distancia le sacaba por temor a caerse, sin embargo, pronto se dio cuenta de que no era mucha, cuando los brazos de Hassan se cerraron sobre su cintura y la obligaron a detenerse en seco, pegándola contra su cuerpo.
“¿A dónde crees que vas?”, le preguntó cerca del oído, pero no fue eso lo que impactó a Sienna, sino la dureza que se le pegó a sus redondas nalgas. ¡Hassan estaba duro como una roca!
Sienna se movió inquieta entre los brazos de Hassan, deseaba alejarse de él, no necesitaba recordar lo mucho que él podía hacer con “eso” duro allí abajo. ¡No lo necesitaba!
“Deja de moverte o no responderé por mis acciones”, murmuró en tono ronco.
Sienna no pudo evitar recordar esa noche y los excitantes g$midos que salieron de la boca de Hassan, por lo que se quedó tan quieta como una estatua, igual de dura que una.
“Muévete”, dijo él, haciendo que Sienna frunciera el ceño.
“¿Quieres que me quede quieta o que me mueva?”, cuestionó confundida.
Hassan apretó los dientes con fuerza antes que una mueca apareciera en sus labios.
“Debemos abordar el avión”, dijo en tono bajo.
Sienna se había olvidado momentáneamente de la situación que la había traído hasta ese punto, ¡El avión! Hassan pretendía sacarla del país y alejarla de todo lo que ella conocía y quería.
“¡No iré contigo!”, repitió, moviéndose con ímpetu para liberarse de las manos del hombre.
“¡Joder, Sienna! ¡Deja de restregar tus bonitas nalgas contra mi!”, gritó, mientras su amiguito se ponía más y más duro, evidenciando su excitación.
Sin embargo, Sienna hizo caso omiso, ella quería escapar, irse lejos de allí y perderse en las calles de Manhattan para siempre, por lo que luchó un poco más, hasta que Hassan aflojó ligeramente su agarre sobre ella.
“Sienna…”
Ella elevó ligeramente el pie y enterró su tacón de diez centímetros en la punta del pie de Hassan.
El dolor atravesó al árabe como si se tratara de un hierro ardiente, marcando su piel, fue tanto el dolor que sus manos perdieron fuerza y Sienna pudo escapar de sus brazos. La joven corrió para alejarse de Hassan, tiró sus tacones uno por uno y con pies descalzos corrió como si estuviera en la final de una maratón.
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